martes, 16 de abril de 2019

Charrada. Las nuevas y viejas generaciones.


En España hay más de dos millones de mayores de 65 años que viven solos. Son casi la mitad de los 4,7 millones de hogares unipersonales, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) publicados recientemente y correspondientes al año pasado 2018. De ellos, más de 850.000 tienen 80 o más años y la gran mayoría son mujeres: 662.000.
Si bien los datos muestran que las tendencias entre tramos de edad no han variado significativamente entre 2013 y 2018 (los años para los que hay datos), sí ponen de manifiesto la crisis demográfica que afronta España. Son unos 112.000 mayores de 80 sin compañía más que en 2013. Más viejos y más solos.

Los datos de la Encuesta Continua de Hogares del INE también permiten apreciar la disminución de jóvenes que viven solos. El año pasado, unas 482.000 personas de 25 a 34 años no compartían vivienda, frente a las 616.300 de hace seis años. Entre los 25 y los 29 años, la cifra pasó de 224.300 a 167.600 en el mismo periodo: el 8% de quienes pertenecían a este tramo de edad frente al 6,7%. La encuesta del INE revela también que el 53,1% de estos jóvenes seguían en la casa familiar (en 2013 eran el 48,5%).
Esta cifra de jóvenes que viven con sus padres sería un escándalo en países escandinavos. Es casi un récord mundial de jóvenes viviendo con algún progenitor. Y no parece que vaya a menos. La crisis se notó en el desempleo, pero ahora que se recuperan los niveles de trabajo, vemos que los datos no mejoran.
Es decir, que cada vez menos jóvenes pueden independizarse (o no quieren), mientras aumenta el número de mayores en hogares unipersonales. No obstante, los expertos insisten en que es preciso diferenciar entre la soledad elegida y la no deseada. Venimos de una sociedad en que era una obligación asumida por los hijos atender a los mayores. Y ahora choca con el deseo de independencia de los padres. Los avances tecnológicos facilitan que los ancianos puedan seguir en casa. Si hay un desarrollo de los servicios de atención a domicilio y las viviendas están adaptadas se gana en autonomía.
Pero no siempre la independencia de los hijos es posible, aunque a mí me parece que en mi generación tampoco teníamos la cosa tan bien, pero todos queríamos independizarnos de los padres; ahora no; sobre todo los chicos, pero cada vez también las chicas. La casa de los padres parece que es ahora un oasis de felicidad, de libertad y de fraternidad; antes no, si te quedabas en casa estabas bajo la autoridad paterna y entregando el jornal en casa.
En otros países de Occidente, ya digo, se extrañan de este fenómeno español. Por ahí los hijos quieren irse pronto de casa o los padres los echan, que quieren ser también independientes, que los mandamientos de la Ley de Dios hablan de honrar padre y madre, pero no a los hijos viejos.
En cuanto a los mayores es cierto que muchos quieren estar solos mientras puedan y lo tienen asumido, sobre todo los que tienen una pensión bien retribuida pero, quienes estamos trabajando en cuestiones sociales con mayores, vemos que aumentan las personas que viven solas con problemas para tener una  asistencia y cuidados adecuados, o para conseguir una residencia; la ley de Dependencia va lenta y aún con todo el Estado se ha desatendido del todo de promocionar las residencias públicas. Las privadas están cada vez menos al alcance de una pensión media o baja y las que lo están no cumplen con las ratios establecidos. Las que están al alcance de pensiones bajas dejan bastante que desear.
Mientras, hay cada vez más jóvenes que no se van de casa. Por ahí fuera hace un frío “que pela”.

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