
Después de pasar un buen rato con Ramoncico, el
pajarico para los amigos, charrando sobre mi abuelo habanero y su pata de palo
y de su padre el tío Perico el guardia de montes, comiendo unas salmueras y
bebiendo moriles fresco y algún clarete de Samper me fui a la esquina de mi casa.
Sentado en la silla con el respaldo hacia delante
y con la modorra del moriles, me
sondormí. Al rato noté una brisa en el
pescuezo que medio me espabiló, volví a sondormirme y otra vez la brisa, empecé
a mosquearme un poco y entonces recordé que ya era el tercer verano que me
ocurría esto. Nunca le había dado
importancia pero esta vez era distinto y con más fuerza que otras veces.