El COVID-19 ha demostrado que no
tiene ideología, su rápida difusión ha permitido comprobar que las reacciones
de los gobiernos tampoco, tanto las estúpidas como las racionales no son de
derechas ni de izquierdas. Que ultraconservadores tan insignes como Trump y
Bolsonaro hayan coincidido en minimizar sus efectos y quieran poner la economía
por delante de la salud, llevando a su población a un matadero y poniendo en riesgo
a las naciones que si quieren hacer las cosas bien, ha encontrado su
contrapunto en el señor López Obrador, un izquierdista cristiano (o chamanista,
no se), que como medida terapéutica más eficaz, saca el escapulario y dice “detente Satanás, de aquí no
pasarás”, y se baila un corrido.
El señor Johnson, dirigente
conservador del tan admirado Reino Unido, necesitó verse infectado él y su mamá,
y que el virus llegase a la propia familia real para adoptar medidas social
comunistas, como diría la extrema derecha española. Disposiciones de
confinamiento e intervención de la economía que han sido también adoptadas por
gobiernos liberales, como el de Macron en Francia o el de Trudeau en Canadá, y
ultraconservadores, como el de Orbán en Hungría. Solo parece que en algunos
países de Asia hayan tenido éxito los gobernantes, sería el caso de Corea, de
Japón y de China. Habrá que estudiar a estos países; hoy son la vanguardia ante
un Occidente cristiano con muchos síntomas de decadencia.
En cuanto a China, que un Estado de
su extensión y, sobre todo, con casi 1.400.000.000 de habitantes haya reducido
su impacto a cifras estadísticamente irrelevantes es digno de elogio. En Europa
y América, todos han tardado en asumir la gravedad de la epidemia y también
todos, de cualquier color político, se han encontrado con los problemas
derivados de la falta de medios y de material sanitario. Sería absurdo exigir
que un país tuviese siempre disponibles las camas hospitalarias, el personal
sanitario, los instrumentos y los materiales que se necesitan en una gran
epidemia. Ni podría pagarlo, ni tendría sentido tener contratados a médicos sin
paciente, ni sería posible evitar que materiales y medicinas caducasen. Sin
embargo, hay lecciones que se podrían extraer de lo sucedido y que, una vez
superada la crisis, deberían conducir a una reflexión no destinada a buscar
falsos culpables o a denostar al adversario político, sino a que se pueda
responder mejor a la próxima emergencia. Además de calibrar qué recursos
sanitarios son necesarios, debería repensarse la política económica.
Espero que el progresivo desmantelamiento
de la Sanidad pública se frene después de que esto pase y confío en que sea así
porque la sociedad española en su conjunto se ha concienciado de que, gracias a
tener una sanidad pública, gratuita y universal, a pesar de los recortes que ha
sufrido, es lo más grande que debe tener un país civilizado y desarrollado.
Ahora se ve los efectos
devastadores de la externalización de la industria manufacturada, que algunos
ya criticábamos sin prevenir el que hubiera una epidemia o pandemia. Hasta las
mascarillas protectoras, se producen solo en China. Los dirigentes de la UE
deberían darse cuenta y valorar, también, la importancia de la agricultura; el
desabastecimiento de alimentos hubiese sido catastrófico. La solidaridad
demostrada por la mayor parte de la ciudadanía, la entrega del personal sanitario,
policías, militares y trabajadores de servicios básicos, como la distribución
de alimentos, transportistas, es encomiable y nos reconcilia con la humanidad a
la que pertenecemos, aunque también se observa algunos comportamientos peligrosos
como el racismo contra la población de origen asiático, el tirarles piedras a
las ambulancias con mayores afectados por parte de jóvenes de alguna población
o la fobia, ahora contra España e Italia, en el norte de Europa, que muestra
que se quiere buscar culpables fáciles, cuando la culpa la tiene Dios (o lo que
quiera que hay arriba), que nos ha dejado el libre albedrío no solo a la
especie humana sino a toda la naturaleza. Y que la naturaleza no es buena por
definición; hay animalicos a los que hay que matar porque si no, nos matan a
nosotros aunque no estén de acuerdo los animalistas, pues yo creo que los virus son seres vivos, en contra lo que dicen los científicos (que yo también tengo mi formación), Cuando iba a la "escuela graduada de niños" de Samper con don Arsenio, nos decía y leía en la enciclopedia (aún la tengo en casa), que un ser vivo es el que nace, crece, se reproduce y muere. Y eso es lo que dicen que hace un virus. O sea, que cuando se encuentre un antídoto vamos a hacer una escabechina.
Es despreciable que algunos medios
pretendan utilizar la actual situación para manipular a la opinión pública con
mentiras o medias verdades y una campaña nauseabunda contra el gobierno. En un
medio digital famoso por su influencia podía leerse: “Esta crisis es una
oportunidad de acabar con el totalitarismo comunista en ciernes, antes de
que él acabe con nosotros”. El locuaz articulista, que carece de valores
morales, pero no de inteligencia, sabe de sobra que el totalitarismo comunista
es hoy en España una amenaza de similar calibre que una invasión de marcianos,
pero le da dinero y audiencia el decir esas tonterías y no faltan quienes creen
que la epidemia acabará con el gobierno (también puede acabar con la oposición
como no se espabile, eso nunca se sabe); una cosa es criticar los errores o
expresar opiniones diferentes sobre cómo actuar ante la epidemia y otra convertirla
sin recato en un factor de división social y un arma política. Irrita también
la pelea para ver la paja en ojo ajeno. No hay gobierno autonómico que haya
sido previsor, como no lo fue el central, ni casi nadie en el mundo. No es esa
hoy la discusión, o no debe serlo. Incluso cuando esto termine, será poco
productivo reducir el debate a la búsqueda de las culpas del contrario.
Lúcido comentario, como nos tienes acostumbrados. Lo que más me ha gustado: "O sea, que cuando se encuentre un antídoto vamos a hacer una escabechina."
ResponderEliminarQue lo veamos con salud.