miércoles, 20 de octubre de 2021

Narrativa. Colgada de un beso.

 1º PREMIO del Concurso de Relatos Breves del Consejo Aragonés de las Personas Mayores.


Mira que a mí siempre me ha funcionado contar hasta cien, pero esta vez, ni contar, ni mirar un buen rato el cielo, ni caminar como posesa por el pasillo, ni gritar, ni llorar, ni maldecir, nada me ha calmado este profundo dolor que casi no me deja respirar y que va en aumento tanto como mi enfado, estoy enfadada, sí, enfadadísima contigo.

Las cosas no se hacen así, teníamos hablado que los asuntos importantes los haríamos juntos y tú esta vez, te marchas una tarde de casa, así como así, diciendo que te vas a la consulta del médico que llevas ya unos cuantos días que no te encuentras nada bien, un poco de fiebre, dolor de cabeza, que te cuesta respirar y que no hace falta que vaya contigo, que luego me llamas con lo que te digan antes de salir, te vuelves desde la puerta para tirarme un beso al aire que yo no pude alcanzar.

A partir de esa tarde ya no oí más tu voz, sólo hubo un angustioso y largo silencio, hasta que hoy por la tarde después de dos meses, diez días, siete horas, ocho minutos y treinta segundos, te traen de vuelta a casa en una pequeña caja de madera, en cuyo lateral se lee escrito a rotulador algo borroso:

“Don Francisco Rodríguez López

20 de mayo 2020, Covid-19”.

¡Por Dios! Don Francisco............ Paco, que tú eres mi Paco, pero ¿qué ha pasado? que no, que no te puedes marchar así, que no son formas, que no he estado contigo, que no te he cogido la mano, que no nos hemos despedido, que no hemos llorado juntos al ver que uno de los dos se iba el primero.

Y hoy sin más, apareces en casa en una cajita hecho cenizas, cómo no voy a estar enfadada contigo y con el mundo mundial también, la angustia se apodera de mí, no sé qué hacer ni a quien tengo que avisar, no encuentro la lista de   teléfonos por ninguna parte, no puedo parar de llorar, la cabeza parece que me va a estallar, no aguanto más, me voy a la cama y mañana ya pienso que hacer, te dejo aquí en la repisa del mueble, entre la fotografía de tu hermana y “El amor en tiempos del cólera”, tu libro favorito.

Me levanto prontísimo, como era de esperar, hoy tampoco he pegado ojo, llevo demasiadas noches sin dormir, pero mira, después de mucho, mucho pensar, creo que lo tengo claro.

Hay mañanas Paco, que nacen de noches bien distintas, las anteriores desde que te fuiste y la de hoy que has vuelto, han sido largas, oscuras y no han aportado la suficiente resignación a mi corazón, ni creo que tampoco lo hagan las siguientes, no puedo imaginar siquiera, como va a ser la vida sin ti, cuarenta y dos años viviendo juntos, son muchos como para que ahora, tenga que vivir en el centro del frio que me produce tu ausencia.

Mira, que ya lo he decidido, meto unas cuantas cosas en la bolsa y nos vamos de viaje los dos, que yo no hago como tú. Hemos tenido suerte, nadie nos ha parado en todo el trayecto, para preguntarnos que a donde vamos, con esto del confinamiento se ponen muy tiquis-miquis y estamos ahora como para dar explicaciones y pagar una multa de 600 euros.

Por fin, hemos llegado, ya estamos en tu pueblecito preferido del norte, mira Paco que bonito y tranquilo está el mar. ¡Que felices fuimos aquel verano del ochenta y seis!, aunque tú no eres muy de bañarte ni de la arena en la playa, te gustó tanto este pueblecito y su paisaje que sentenciaste muy solemne, que a este lugar había que volver todos los años por vacaciones, recuerdo que nos repetías que tu abuelo te contaba que hay que mirar siempre que se pueda al mar, que es un espejo que no sabe mentir y que quien mira al mar, da la espalda a las desgracias del mundo.

Pero a pesar de esas sentencias del abuelo, nunca volvimos, que si está muy lejos, que este año nos toca cambiar el coche, que ya no puede ni subir las cuestas, que si esto, que si lo otro, todos los veranos nos quedamos sin venir, pero mira tú por donde después de tantos años, estamos aquí los dos juntos. Anda vamos a sentarnos en ese banco que está más apartado, todavía es muy pronto y desde allí veremos muy bien la puesta de sol.

He traído bocadillo de tortilla de patatas con calabaza como a ti te gusta, también la botella de vino, tan carísima que te empeñaste en comprar para brindar cuando se casara el chico, pero yo te digo una cosa Paco, el chico que, mal que te pese a ti, es igual que tu hermano, no creo que tenga ningún interés por casarse,  le gusta demasiado la libertad e ir de acá para allá  y ha hecho del mundo su casa, eso sí, es más bueno que el pan y tiene un gran corazón, en eso ha salido a ti.                                                       

Si, ya sé lo que estás pensando, pero no te preocupes, que ahora le dejo una nota de voz en el WhatsApp, que yo me he adaptado a lo moderno, no como tú que te has empeñado en quedarte en la plumilla y la tinta china, le diré la necesidad imperiosa de hacer juntos este último viaje.

No dará crédito al mensaje, se enfadará conmigo, llorará nuestra ausencia y le dolerá mucho, muchísimo, pero con el paso del tiempo, que termina por curar casi todas las heridas, comprenderá y aceptará mi decisión.

Hablando, hablando se ha hecho de noche, vamos Paco, ahora que no nos ve nadie, ya sé que no te gusta mojarte y menos en mayo que el agua todavía está fría, pero al menos tú, vas en una cajita.

Tenemos que adentrarnos lentamente en el mar con decisión y mirar fijamente al cielo, está cuajado de estrellas que brillan para nosotros y nos llaman con fuerza, tan sólo nos quedan ya unos pocos metros para volver a vernos más allá del Arcoíris y recuperar por fin, ese beso pendiente de despedida que aquella tarde no nos dimos, se quedó colgado en el aire.


                     Autora: Isabel Lope Ruiz



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