En el 2005 Miguel Gracia Fandos escribió un artículo que mandó a un concurso de relatos, le dieron el tercer premio y se publicó en el RUJIAR (Centro de Estudios del Bajo Martín), de aquel año. IV entrega.
Es muy interesante, sobre la cultura del agua en el pueblo.
Esta vez ponemos todo el escrito
EL
AGUA
Debía tener 5 ó 6 años cuando allá por 1964 quién esto escribe hizo el primer viaje que recuerda a Zaragoza. Por entonces cuando se iba a Zaragoza, algún tema de salud había que ventilar con médicos, algunas compras había que hacer, o las dos cosas a la vez, fuese cual fuese el motivo era impensable un viaje a Zaragoza sin hacer una visita al Pilar.
No
recuerdo el motivo por el que se hizo aquél viajé, que para mí era todo un
acontecimiento esperado con impaciencia desde que supe que se preparaba el
mismo. Llegado el día a Zaragoza fuimos mi madre, mi abuela y yo (también como
el poeta) “sobre la madera de un vagón de tercera.”[1]
Por
entonces la emigración de los pueblos a la ciudad estaba en su apogeo. Era un
criterio indiscutido que en las ciudades se vivía mucho mejor que en los
pueblos y entre otras podría ver lo bien que se vivía en la ciudad.
Cuando
bajamos del tren buscaba con interés esas cosas que hacían que se viviera mejor
en la ciudad que en el pueblo, pero ¿dónde estaban esas ventajas?... Había
muchos coches sí, pero en el pueblo también había coches. Había mucha más
gente, pero en el trajín que llevaban bien se notaba que no estaban ociosos.
Había autobuses y tranvías, pero también las distancias eran más grandes. La
gente iba mejor vestida, yo mismo iba con una ropa que en el pueblo sólo hubiera
llevado los domingos, pero llevar mejor ropa conllevaba tener más cuidado y eso
más bien era un inconveniente... ¿Dónde estaban esas mejores condiciones de
vida?... Yo miraba a mi alrededor, pero no encontraba el motivo por el que se
vivía mejor en la ciudad.
Fuimos a
comer a casa de unos parientes, allí subí por primera vez a un ascensor, me
pareció un buen invento y hubiera pasado un buen rato jugando con él, pero
casualmente los niños no podían usarlo solos. Era evidente que para los mayores
aquello tampoco era un juguete y pese al ascensor, llegar a aquellos pisos con
bultos era complicado. Tampoco eran los ascensores lo que marcaban las
diferencias de calidad de vida entre la ciudad y los pueblos.
Cuando
llegamos al piso ya nos estaban esperando y tras los saludos la mujer de la
casa enseño el piso a mi madre. La vivienda era más pequeña que otras que yo
conocía en el pueblo, aunque estaba todo más arreglado y en menos sitio había
unos muebles que yo no había visto en el pueblo. Mostrando la casa, la mujer
abrió una puerta y apareció un cuarto extraño, con azulejos y grifos que me
recordaba a otro cuarto que no se utilizaba para nada que había en la casa
nueva que se habían hecho mis padres. La mujer, que no paraba de hablar, hizo
un gesto y... ¡lo entendí todo! Ya sabía por qué en las ciudades se vivía mucho
mejor que en el pueblo, ya sabía por qué emigraba la gente de los pueblos a la
ciudad. La mujer había abierto un grifo y había salido agua, lo había cerrado y
había dejado de salir... ¡Qué maravilla!
Yo mismo
pude imaginar que el depósito del que venía el agua no estaba en aquél fino
tabique, sino que a través de tuberías llegaba el agua desde algún depósito que
estaría muy lejos. Aquello que llamaban “agua corriente” no estaba en mi pueblo
pensé mientras se me encogía el ánimo y me sentía como un pueblerino, como
menos persona que los de ciudad. (Debí vacunarme entonces puesto que nunca he
vuelto a sentir esa sensación en ninguna comparación entre lo urbano y lo
rural)
En la
cocina también había una fregadera con grifos por los que salía agua además
caliente si se quería, también tenía un agujero por el que se iba el agua
sucia. Después de comer, allí mismo y en un momento se pudo fregar la vajilla.
¡Cuántas comodidades había en la ciudad!
También
nos enseño un cuarto en el que tenía una máquina de coser y montones de ropa ya
cosida o que tenía que coser y su marido no había venido a comer porque estaba
trabajando, era evidente que en la ciudad también se trabajaba duro, pero
tenían agua corriente en casa. ¡Con razón se decía que en la ciudad se vivía
mucho mejor que en los pueblos!
Más tarde
cuando ya volvíamos al pueblo, yo me esmeraba en leer los nombres de las
estaciones en las que paraba el tren, en una de esas paradas leí: “QUINTO DE EBRO”,
no muy lejos de la estación pude ver una extraña máquina que hacía una zanja,
mi madre me dijo que esas zanjas eran para poner los tubos que llevaban el agua
corriente. Que por otros pueblos del río Martín que estaban más arriba también
estaban haciendo zanjas de muchos kilómetros y que el agua corriente pronto
llegaría a Samper.
No
debieron dejarme muy convencido las alegres expectativas de mi madre: que sí,
insistió, que por eso hicieron un cuarto de aseo en la casa nueva, que, aunque
ahora no servía para nada, cuando llegase el agua corriente, sería como el que
habíamos visto en Zaragoza.
¿Sería
verdad que pronto habría agua corriente en Samper de Calanda? Si en el pueblo
hubiese también agua corriente, Samper de Calanda, sería el mejor lugar para vivir
que uno podía imaginar, hasta era posible que algún chico con el que había
jugado antes de que sus padres emigrasen volvieran al pueblo cuando supiesen
que aquí también había agua corriente.
Para entonces, quién esto escribe tenía una idea muy clara del trabajo que costaba proveerse de agua para beber en las casas, y sabía lo que costaba a las mujeres poder lavar la vajilla o la ropa en casas en las que no había agua corriente. Por entender lo que costaba todo lo relacionado con el agua, podía comprender lo que valía un grifo por el que pudiese salir agua con sólo el trabajo que costaba abrirlo, y poder cerrarlo con la confianza de que cuando se abriese volvería a salir agua.
El agua ha sido siempre un factor fundamental
para la vida y no solamente en su faceta primaria de agua de boca, también para
lavar y lavarse, para abrevar el ganado y los animales de labor que hasta hace
unas décadas proporcionaban la fuerza necesaria para trabajar la tierra, y
finalmente como agua de riego que allá donde ha llegado ha permitido en estas
tierras resecas multiplicar el rendimiento de la tierra y obtener cosechas que
ninguna manera hubieran sido posibles con el agua de lluvia solamente.
La niñez de quién esto escribe,
allá por 1960, fue una época en la que se producían grandes cambios, y con el
agua me ocurrió algo muy parecido a lo que sucedió con la llegada de la
mecanización a la agricultura, que por muy poco pude llegar a conocer dos
maneras de vivir que se solaparon en aquellos años.
En la casa que por entonces se
hicieron mis padres en el Altero, como ya era verosímil que eso de la “traída
de las aguas”[2] se hiciera realidad en
pocos años, ya se había construido un cuarto de aseo como se entiende cuando
escribo esto, claro que entonces, como no había agua corriente, era un cuarto
inútil que si acaso era utilizado como trastero. Como eso de la “traída de las
aguas” seguía siendo una quimera, también se construyó un aljibe en el que
recoger el agua de lluvia que caía en el tejado y que a través de unos canalones
se conducía al depósito de agua. Antes de que el agua entrase al aljibe pasaba
por unos filtros con piedras de tamaño cada vez más pequeño. El depósito tenía
(tiene cuando escribo esto, aunque ahora no se utilice) un grifo por el que
sacar el agua. Había que tener mucho cuidado y asegurarse siempre de que el
grifo se quedaba bien cerrado para evitar que gota a gota se perdiese el agua
que tan valiosa podía ser en caso de lluvias escasas.
El agua
de boca se guardaba en una tinaja de cerámica de considerables dimensiones,
debían caber entre 100 y 150 litros, que estaba en un cuarto bajo. Después de
llenar la jarra de agua había que colocar una tapadera de madera sobre la
tinaja. Cantidades más pequeñas de agua de boca se ponían en el botijo. Había
botijos de verano, que eran de cerámica porosa que al evaporar algo de agua,
mantenían más fresca el agua en su interior. Los botijos de invierno eran de
cerámica vidriada para que no se evaporase y se enfriase más el agua.
El agua que se recogía en el
depósito se utilizaba como agua de boca, para lo que periódicamente se
rellenaba la tinaja. También se utilizaba para los animales de corral, y para
lavarse, aunque cuando escribo esto, alguno se escandalizaría de la poca agua
que se gastaba en lavarse.
Pero eso de tener un aljibe en casa en el que se recogiera agua de los tejados ya había supuesto un gran avance para procurarse agua en cantidades considerables y de la mejor calidad, puesto que como el agua “del cielo”, que así llamaban también al agua de lluvia, no hay ninguna.
AGUA PARA LAS PERSONAS. AGUA PARA ABREVAR LOS ANIMALES.
Mis padres cuentan que, en sus
primeros años, en las casas había simplemente una o varias tinajas de 150 o 200
litros destinadas a almacenar agua de boca. La mejor agua de boca que había era
la que se recogía en algunos balsetes[3] del
monte[4], y se
transportaba hasta casa en cubas cargadas en carros de los que tiraban las
caballerías. El agua del río, y por lo tanto la que bajaba por las acequias y
brazales no era buena para beber la gente, aunque si era buena para abrevar las
caballerías y otros animales.
Por estar cerca del pueblo y
por ser de muy buena calidad, era muy apreciada el agua que en caso de lluvias
fuertes se recogía en la airica y en la ralla de Sta. Quiteria[5], me cuentan que
después de alguna tormenta se podían juntar varios carros con cubas para
recoger el agua de la airica antes de que se la llevasen otros o se
filtrase en la tierra, en aquellas ocasiones en las que se juntaban varios
carros con cubas para cargar agua, había que guardar el turno de llegada y
cumplir ciertas normas como impedir que las caballerías pudiesen llegar hasta
el agua para que no la estropeasen. El agua había se cogía con galletas [6] que se vaciaban en
la cuba que estaba en el carro. Me dicen que en esos casos solía haber un
guardia que garantizase el orden entre todos los que querían recoger el agua
que tan necesaria ha sido siempre y tanto trabajo costaba entonces, pero según
me cuentan en aquellas ocasiones no se daban disputas importantes, todos sabían
lo que tenían que hacer. Es curioso porque alrededor del agua siempre ha habido
conflictos y en algunos casos muy importantes, pero no ha sido el agua de boca
la que ha provocado grandes conflictos, no, curiosamente ha sido el agua de riego,
pero del agua de riego y de su conflictividad ya trataremos más adelante.
Para recoger y almacenar la
mayor cantidad posible de agua de lluvia nuestros antepasados extendieron una
red de balsetes por todo el monte. Allí donde había un suelo arcilloso,
y por lo tanto impermeable, se excavaba el terreno y mediante una o varias agüeras[7] se conducía el
agua de lluvia que caía en una ladera próxima. Para evitar que las paredes del
balsete se desmoronasen, el vaso del balsete se rodeaba con paredes de piedra, con
piedras se construían también las escaleras suficientes para poder llegar hasta
el agua. En todos los balsetes había una pila, más o menos toscamente labrada
en piedra, en la que se echaba el agua para que las caballerías abrevasen sin
estropear el agua que quedaba en el balsete, puesto que cualquier vecino podía
ir a buscar agua a cualquier balsete para llevársela como agua de boca a casa.
Ni que decir tiene que los balsetes y sus “agüeras” se limpiaban
periódicamente para poder recoger agua de la mejor calidad posible.
Donde existía una superficie
rocosa de del tamaño suficiente también se labraban en la roca unas pilas a la
que unas pequeñas “agüeras” labradas en la piedra conducían el agua de
lluvia. La capacidad de estas pilas no era muy grande, la mayor que conozco es
la “Pila de los Frailes”, contigua a la ermita de Sta. Quiteria, pero el agua
que se recogía en las mismas era muy buena.
El agua de todos los balsetes
no era igual, había algunos que almacenaban un agua muy buena, a esos balsetes
se iba a buscar agua con el carro y las cubas para llenar con ella las tinajas
que había en las casas en las que se ponía el agua para beber y cocinar. Por el
contrario, había otros balsetes que daban un agua mala, que no valía para beber
las personas, pero el agua de esos balsetes era también muy valiosa para
abrevar las caballerías y otros usos. Hay que tener en cuenta que, en aquella
época, en la que la tierra se trabajaba con caballerías, los campos de secano
valían menos cuanto más alejados estaban del pueblo y de algún puesto con agua
segura en el que poder abrevar los animales de labor.
Supongo que la diferente
calidad de agua de unos balsetes a otros sería por el terreno en el que
recogían el agua y en el que se asentaban. Los mayores con los que hablo del
tema no saben nada de química, pero los criterios son unánimes, todos están de
acuerdo a la hora de señalar los balsetes en los que se podía recoger la mejor
agua: La de la Balsica de Alcañiz, (a 12 km. del pueblo por el camino de
Alcañiz) era buena, pero 500 m. mas allá, estaba el balsete de Candiles que era
mejor; la del balsete del Servoso (el más grande que hay en el término
municipal) era mala, la de la Mollata era mala; pero la del remoto y escondido
balsetico de los Lobos, que era un agua rojiza, hay quién dice que era la
mejor. Bueno, el caso es que por lo que fuera la gente sabía el agua buena era
buena y la que era mala... que no te sentaba bien, o que no te quitaba la sed,
según me cuentan. Un criterio que decía mucho de la calidad del agua era la
forma como se cocían las judías, si se cocían bien es que eran agua buena, si
no se cocían por mucho que hirviera el agua, o si se cocían muy mal, es que era
agua mala.
Un color que hoy diríamos que
era de agua más bien turbia y que entonces decían que era de “agua de monte”
era muy apreciado como señal de la calidad de la misma. Por aquellos tiempos
había aguadores que llevaban agua a las casas más pudientes del pueblo, que
normalmente no tenían relación con la agricultura. Me cuentan el caso de una señora
de cierto postín que recién llegada al pueblo, encargó agua, le llevaron la
mejor agua que los aguadores pudieran desear, por supuesto de monte, y con el
color que la caracterizaba... ¡Qué enfado pilló le señora cuando vio que le
llevaban agua turbia! El hombre intentó explicarse, pero la señora de ninguna
manera iba a aceptar un agua que no fuese clara. Tampoco era tan grande el
problema, el aguador llevó el agua a otra casa en la que seguro que la
apreciaban más y para la señora llevó agua de un brazal que alimentaba a unas
pilas en las que abrevaban las caballerías; eso sí, el agua estaba muy clara y
la señora quedó contenta. Porque el agua del río y por lo tanto la de las
acequias y brazales, que la tomaban del rio, no era buena como agua de boca. Si
servía para abrevar las caballerías y otros animales. También servía o por lo
menos se usaba para lavar y por supuesto para regar, de lo que trataremos más
adelante; pero como agua de boca no servía, tanto es así que según me cuentan,
en épocas de sequía prolongada, cuando ya no quedaba agua ni buena ni mala en
los balsetes, antes se bajaba con el carro y las cubas hasta Escatrón a coger
agua del Ebro, que recurrir a beber agua del río Martín. Y en Escatrón, me
cuentan que aprovechaban para llenar los aljibes con el agua que bajaba por el
Ebro en el mes de mayo, cuando llegaba el agua del deshielo de los Pirineos,
puesto que el agua de otoño era generalmente mucho peor.
Otra forma de obtener agua
sobre todo para los animales era la que se acumulaba en las balsas y la que se
obtenía de los pozos. Las balsas eran, y son cuando escribo esto, lugares en
los que por la propia naturaleza del terreno se acumula el agua y lluvia. Se
diferenciaban de los balsetes en que no había que construir un vaso en el que
acumular el agua (aunque si se limpiaban periódicamente las balsas) ni
“agüeras” para conducir el agua. A las balsas los animales, tanto las
caballerías como las ovejas y cabras de los rebaños, podían acceder
directamente hasta el agua para abrevar, mientras que en los balsetes se sacaba
el agua a la pila para que las caballerías abrevasen sin estropear el agua del
balsete. El agua de los balsetes no se usaba para abrevar las ovejas y cabras.
Repartidos por el término
municipal también podemos encontrar restos de algunos pozos que se hicieron
para poder obtener agua para abrevar las caballerías y, sobre todo, los ganados
que “pagentaban” en el monte. Estos
pozos, no eran públicos, solían ser de particulares Los pozos que podemos ver
solían tener entre 3 y 8 metros de profundidad aproximadamente, el agua solía
ser de mala calidad, pero a falta de otra mejor era muy apreciada para los
animales. Quién esto escribe y otros, allá por 1982, limpiamos el escondido “Pozo
de la Mora”. Cuando sacamos todos los escombros, en la roca que era el fondo
del pozo encontré un agujero de pocos centímetros de ancho, y más de medio
metro de largo, no tenía ni idea de cómo se había hecho ese agujero y para no
escuchar hipótesis que presuponía disparatadas sobre el origen del mismo, no dije
nada a quién estaba arriba tirando con una cuerda del caldero en el que
colocaba los escombros del pozo. Al menos entonces no dije nada, pero me dejó
intrigado el agujero en cuestión. Años más tarde, hablando con Pepe “El
Turmera” me dijo que el agujero lo había hecho él para meter cartuchos de
dinamita con el fin de profundizar más el pozo y tratar de que diera más agua.
También me dijo que el agua de ese pozo que nosotros habíamos mandado analizar
y que resultaba tener demasiadas sales disueltas incluso para abrevar ganado,
no era ni mucho menos de las peores aguas de los pozos del término municipal:
- “El agua del pozo de la Mora
que está en el “cabalto” de Val de la Reina, cuece las judías, mal, pero
las cuece; pero con agua del pozo de los “Mases de Galicia”, que están en la
parte baja de la misma val, con esa agua no se cuecen las judías”. Me dijo Pepe
“El Turmera” dando a entender que otros pozos daban agua aún con más sales
disueltas.
En cualquier caso, los rebaños
que estaban acostumbrados a una zona y a un tipo de agua determinado abrevaban
normalmente del agua que se sacaba de los pozos, pero las caballerías que
probaban diferentes aguas según trabajaran en diferentes parajes no siempre
aceptaban el agua que daban los pozos de estas tierras resecas. Tenían sed,
acercaban la boca al agua, pero en ocasiones resoplaban sobre al agua salobre
en lugar de abrevar. Me cuentan que los caballos eran mucho más delicados que
las mulas y los burros a la hora de abrevar agua qué, aunque no fuese muy
buena, era la mejor que había.
(Abro este paréntesis para
nombrar de pasada a Iván P. Pavlov, fisiólogo ruso que recibió el premio Nobel
de Medicina en 1904 por el descubrimiento y demostración de los “reflejos
condicionados”. Demostró que un perro hambriento segregaba jugos gástricos
cuando se le ofrecía alimento. Si cuando se le ofrecía alimento se hacía sonar
una campana, el perro segregaría jugos gástricos cuando oyese la campana,
aunque no se le ofreciese alimento)
Recuerdo que aquellos
labradores que ni remotamente sabían quién era ese Pavlov y su reflejos
condicionados solían silbar suavemente
cuando las caballerías abrevaban, y recuerdo una ocasión en la que fui con mi
padre a que las mulas abrevasen agua de un pozo, las caballerías rechazaban el
agua salobre; pero mi padre insistía y silbaba aquella melodía con especial
insistencia hasta que para alivio de mi padre las mulas empezaron a abrevar de
aquella agua que no sería muy buena pero era la mejor que había, porque si las
mulas no abrevaban no comían bien, y si no comían no podían trabajar.
Para abrevar los animales también
se aprovechaba el agua de manantiales donde los había, pero con el clima de
estas tierras son demasiado escasos. El más importante es Val de Llego,
casualmente en el centro del término municipal, hay un manantial que da agua en
cantidad y calidad suficiente para que los animales pudiesen abrevar todo el
año. También embalsa el agua para riego, pero la salida del agua de riego está
en alto para asegurar que no falta agua para abrevar los rebaños y las
caballerías. En la llamada Balsa de La Marga (Aunque la llamemos balsa, es
principalmente agua manantial) y en la Balsa de Profeta, en Val Imaña, muy
cerca de la linde con Híjar, eran los otros lugares en los que no faltaba agua
para abrevar los animales. Me cuentan que los pequeños rebaños de ovejas y
alguna cabra que por entonces pastaban por “la Pila Plana”, “el Sardón” y otros
parajes en los que en ocasiones faltaba el agua, iban a abrevar hasta Val de
Llego, entonces existían unos pasos perfectamente delimitados para el ganado,
pero las distancias a cubrir eran considerables por lo que en esas ocasiones
iban a abrevar un día sin otro.
La construcción dentro de las
casas de aljibes en los que almacenar agua supuso un grandísimo avance para abastecerse
de agua de boca. Me cuentan que poco “antes de la guerra”[8] ya se
construyó algún depósito que se llenaba con agua de los balsetes, pero suponían
una gran ventaja sobre las tinajas por poder recoger más agua cuando era
abundante. Es importante señalar que aquellos primeros aljibes que se
construyeron en las casas se llenaban con agua de los balsetes que se
transportaba con el carro y las mulas. Lo cierto es que por entonces no
existían, o al menos no se conocían por aquí, los canalones y los tubos con los
que se podía recoger el agua de lluvia de los tejados y llevarla hasta el
aljibe. Los canalones (los primeros que se vieron por aquí eran de cinc)
tardaron en llegar, supongo que de no haber sido por la guerra hubieran llegado
antes.
Mi padre cuenta que fue allá
por 1946, “el año de la cosecha” cuando en la casa de su padre construyeron el
depósito de agua en el que se almacenaba el agua de los tejados, era de los
primeros aljibes que se construían en el pueblo pensando que se llenaría no con
agua de los balsetes que tanto costaba recoger y transportar, sino con el agua
de lluvia de los tejados que mediante unos canalones se llevaría hasta el
aljibe. Por entonces también llegó un gran adelanto en los materiales de
construcción que permitía cubrir muy rápidamente superficies considerables: las
placas de “URALITA”. Aún no se veían en el pueblo esas placas de uralita, pero
cuando estaban construyendo el aljibe en casa, fueron a Alcañiz con las
caballerías y el carro. Llevaron unos sacos de trigo y con la venta de ese
trigo compraron unas placas de uralita con las que cubrir una terraza, ganaría
la terraza, ganarían espacio en la casa, y sobre todo podrían recoger el agua
de lluvia y guardarla en el aljibe en la misma casa ¡Qué comodidad! Mi padre
recuerda que cuando colocaron las placas de uralita se dieron cuenta de que
faltaba alguna para poder cubrir toda la terraza, aunque de la manera que lo
cuenta no creo que fuese un error al medir la terraza. Debió ocurrir que el
trigo que pudieron llevar en un solo viaje hasta Alcañiz con las caballerías y
el carro no fue suficiente para poder comprar todas las placas necesarias.
Tampoco era un problema que no tuviese arreglo, ocasión para ir otra vez a
Alcañiz con algo de trigo, traer la placas que faltasen y con el trigo sobrante
sacar algún dinero que para otras cosas hacía falta.
El resultado del depósito en el
que se acumulaba el agua de lluvia que caía en el tejado de uralita y otros
tejados de la casa, fue realmente espectacular: ¡nunca faltó agua de lluvia,
agua del cielo, de la mejor calidad, en el depósito! Ya no se volvió a ir a los
balsetes del monte a buscar agua de boca. Tan abundante y buena era el agua que
incluso se volvieron las tornas, y cuando tenían que ir trabajar al monte con
las caballerías, ante la sospecha de que no hubiera agua para las caballerías
en los balsetes próximos, llenaban la cuba de agua del depósito y con el carro
la llevaban para que las caballerías tuvieran agua abundante y buena mientras
duraban los trabajos en el monte.
Encantados todos con la
comodidad que suponía tener agua en el depósito de casa, mi padre cuenta que el
suyo, muy pronto preparo una desviación en la entrada del depósito que permitía
desechar la primera agua de lluvia que caía en los tejados, puesto que era la
que arrastraba el polvo y la suciedad que había en los mismos. Cuando los
tejados ya se había lavabo y el agua bajaba completamente limpia, entonces ya
se conducía al depósito.
Hay que tener en cuenta que en
aquellos depósitos se guardaba agua que no siempre se renovaba rápidamente y
que no era sometida a ningún tratamiento químico[9], por
lo que había que tener mucho cuidado en que no entrase suciedad que pudiese
corromper el agua. Me cuentan de algunos depósitos que no debían estar muy
cuidados en los que en ocasiones se corrompía el agua, llegando a temerse que
tendrían que tirar el agua que contenía, pero días más tarde el agua volvía a
ser buena, fenómeno este que se achacaba a las fases de la luna.
He escrito antes que al agua no se le sometía a ningún tratamiento químico, aunque era una costumbre muy extendida echar unas gotas de anís en el agua de boca, la hacía más refrescante y agradable de sabor, sobre todo en las ocasiones en que, por ser escasa y vieja, ya tenía demasiados olores y sabores desagradables. Mi pariente Tomás Gracia que no tiene muchos más años que quién esto escribe, me cuenta que recuerda a su madre en el monte insistiéndole para que bebiera agua de la mejor que había, aunque tuviera olores y sabores desagradables. Para hacer el agua más agradable echaba gotas, y a veces más gotas de anís, lo importante es que bebiera agua y no se deshidratara el chico. Nada nuevo tenía esta práctica si consideramos que durante siglos las especias tuvieron un altísimo valor entre otras cosas por que permitían enmascarar los sabores de alimentos que cuando escribo esto consideraríamos no aptos para el consumo humano.
AGUA PARA FREGAR LA VAJILLA Y LAVAR LA ROPA.
La existencia de aljibes en
casa en los que se podía tener agua de lluvia fue muy útil para proveerse de
agua de boca muy buena y abundante, pero no alteró los procedimientos para
fregar la vajilla y lavar la ropa. Hay que tener en cuenta que, para poder
lavar en casa, es necesario tener agua; pero no es suficiente tener agua
abundante, hace falta también un sistema que permita evacuar el agua sucia, y
por abundante que fuese el agua en el aljibe de casa, no se tenía una red de
desagüe. En aquellos casos deshacerse del agua sucia llegaba a ser tan
laborioso como proveerse se agua limpia. Algo del agua sucia podía usarse para “rugiar”[10] la calle que
entonces eran de tierra y si se mojaban un poco no se levantaba polvo, pero que
no podían convertirse en una letrina. Otro uso podía ser regar las macetas,
pero siempre era poca el agua que podía eliminarse de esa manera. El ciemo de
las caballerías, al contrario que el de los cerdos, ovejas y otros
animales absorbía grandes cantidades de
esta agua sucia, pero tampoco era una cantidad ilimitada el agua que podía
absorber y en todas casas no había caballerías, es curioso pero en las casas
que no se dedicaban a la agricultura, entre las que estaban las más pudientes
del pueblo, no había caballerías y
aunque podían pagar para que les llevasen agua a casa, tenían más
problemas que otros para deshacerse del agua sucia.
El fregar la vajilla y lavar la ropa era entonces (no digo que ahora no lo sea) cosa de mujeres. Para fregar la vajilla, tenían que ir hasta el punto más próximo a cada casa en el que hubiese agua, que era el brazal o la acequia más cercano. Esta proximidad al agua condicionaba el precio de las casas, entonces las más caras eran las que estaban en la parte baja del pueblo, las del Barrio Bajo y las que estaban próximas a la acequia o a algún brazal. En la parte más alta del pueblo, el “Cabalto Lugar” las casas eran más baratas, puesto que para llegar hasta el agua había que andar un buen trecho y salvar un desnivel importante. En ocasiones las circunstancias se aliaban con los que vivían en las casas del “Cabalto Lugar”: en caso de lluvias importantes estaban mucho más cerca de la “Airica de Sta. Quiteria” para llenar sus cubas con el agua que allí se recogía, y cuando en muchos casos antes de cesar lluvia, los de la parte baja del pueblo subían a buscar agua, se cruzaban con los del “Cabalto Lugar” ya volvían con las cubas llenas. Claro que eso ocurría muy de vez en cuando, por el contrario, lavar la ropa y sobre todo fregar la vajilla, eran trabajos cotidianos que exigían a las mujeres uno o varios viajes diarios al lugar más próximo en el que hubiese agua.
La vajilla se fregaba con tierra, en los puestos más habituales en los que se colocaban las mujeres para fregar se veían unos hoyos que se hacían cogiendo la mejor tierra para limpiar la vajilla, porque todas las tierras no limpiaban igual. Años más tarde quién esto escribe, estando en la mili de maniobras, a la hora de limpiar la bandeja de acero inoxidable en la que nos daban la comida, pudo observar que los compañeros que antes y mejor lavaban su bandeja no eran los que más agua y jabón gastaban, sino algunos que la limpiaban con tierra y la aclaraban después. Muchos compañeros “de asfalto” se escandalizaban de limpiar eso con tierra. Yo no tenía derecho a escandalizarme, sólo podía sentirme decepcionado por lo frágil que había resultado mi memoria, yo había visto fregar la vajilla con tierra, pero eso ya era cosa del pasado, a mí ya no se me hubiese ocurrido.
Lavar la ropa en aquellos tiempos en
los que todo se lavaba a mano suponía un gran trabajo. La ropa se lavaba con
muchísima menos frecuencia que cuando escribo esto. Había que lavarla con agua
buena, me cuentan que en la del río, por su dureza no “entraba” el jabón,
aunque había unas pastillas que, si se añadían al agua del río, se podía lavar
con ella. El jabón se hacía en casa calentando aceite y otras grasas no aptas
para alimentación y añadiéndole sosa cáustica.
Las sábanas y la ropa blanca se
lavaban tradicionalmente haciendo “la colada”, esto es, se colocaba la ropa
plegada en un lebrillo y sobre la ropa se ponía un lienzo que contenía ceniza,
la ceniza de la barrilla (salsola kali) era preferida sobre otras por
ser muy blanca. Echando agua caliente a la ceniza se conseguía una lejía que se
colaba por la ropa que había que lavar. El agua, que salía por el fondo del
lebrillo, se volvía a calentar y se repetía la operación las veces que fuera
necesario. Después había que aclarar la ropa en un lugar en el que hubiese agua
abundante. (Me cuentan que la colada
dejó de ser un sistema práctico de lavar ropa mucho antes de que hubiese agua
corriente, supongo que cuando pudo fabricarse jabón en las casas dejó de
hacerse la colada).
Para poder transportar la ropa o la vajilla desde casa hasta el lugar en el que se fuese a lavar, las mujeres desarrollaban una habilidad para mantener sobre la cabeza un balde en que transportaban la ropa o la vajilla. Se colocaban sobre la cabeza una rodilla y sobre ella el balde con la carga bien repartida para que fuese más fácil mantener el equilibrio, en las manos solían llevar algo más ligero y así, en ocasiones subían desde el río hasta el pueblo, y no faltaba conversación entre ellas, aunque supongo que en los repechos más empinados la conversación se haría más lenta. También supongo que, con aquellos trabajos, el colesterol causaría menos problemas que cuando escribo esto.
Después de seca la ropa había que revisarla a conciencia, cosiendo lo que estuviese descosido o roto, remendando lo que estuviese desgastado, o colocando trozos de otra tela y si era necesario “apiazando” la ropa, esto es cosiendo trozos de otra tela en las partes más desgastadas de una prenda, como las hombreras de las camisas, o las rodillas de los pantalones, o la parte central de las sábanas. Los tejidos que entonces resultaban especialmente muy caros y tenían que durar mucho tiempo, eran en todo caso de fibras naturales: algodón, lana, lino, cáñamo, eran las materias primas con las que se elaboraban todos los tejidos entonces que con los trabajos del campo se deterioraban más rápidamente. Las mujeres también se encargaban de este mantenimiento de la ropa y solían ser auténticas expertas
AGUA DE RIEGO. EL RÍO MARTÍN
La disponibilidad de agua ha
condicionado el asentamiento y desarrollo de las poblaciones. Ya hemos visto
antes lo mucho que costaba en esta comarca proveerse de agua de boca. Ha habido
pueblos mucho más afortunados en este aspecto, que desde hace cientos de años,
han podido conducir agua desde algún manantial más o menos próximo hasta una
fuente en el pueblo.
Si miramos un mapa del Valle
del Ebro podemos ver que las zonas de montaña, que están menos densamente
pobladas, los núcleos de población son más abundantes y mucho más pequeños,
mientras que en la parte baja de los ríos, los núcleos de población son más
escasos, pero más grandes, y siempre al lado de los ríos. Evidentemente no ha
sido el agua de boca lo que ha permitido la mayor densidad de población en la
parte baja de los ríos, sino la posibilidad de utilizar el agua del río regar
las tierras.
El río Martín que tiene su
origen en unas sierras ibéricas ya alejadas del Mediterráneo, tiene unos
caudales muy irregulares, con períodos de estiaje que pueden verse
interrumpidos por crecidas provocadas
por bruscas tormentas o por períodos de lluvias frecuentes, aunque por su
lejanía del Mediterráneo, las diferencias de caudal no son tan importantes como
en los ríos más próximos al mar, como en los ríos que forman la cuenca del
Matarraña y los afluentes del
Guadalope, que nacen en las sierras más
próximas a la costa, el río Bergantes y el Fortanete o Pitarque, en los que el
fenómeno conocido como “gota fría” incide con especial intensidad provocando
enormes riadas que requieren un enorme cauce muchas veces ocupados por el
hombre. “El río que enseña las escrituras” he oído decir a algunos
viejos en lugares muy lejanos cuando una riada arrasa las obras que se hacen en
lo que es su cauce.
El río Martín viene
abasteciendo una red de riegos que ha permitido en la parte baja de su cuenca,
mantener unas densidades considerables de población, muy superiores a las que
se hubieran podido dar en esta comarca de clima tan árido, de no haber podido
regar con sus aguas una cantidad considerable de tierras próximas al río.
Por el Bajo Martín se
encuentran yacimientos arqueológicos íberos y romanos, es posible que algunos
sistemas de riego ya de considerable complejidad colaborasen al mantenimiento
de aquellas poblaciones, así lo demostrarían los restos romanos hallados en “El
Regadío” en Urrea de Gaén. Pascual Martínez Calvo, en su “Historia de Samper de
Calanda”, nombra el yacimiento de Pompeya, en Samper, que también es el nombre
a una acequia, y lo relaciona con la romanización. No obstante, en la
administración de los regadíos como los conocemos hoy, son muy frecuentes el
uso de palabras como “alfarda”, “azud” o “ador”[11], que nos hablan
de un desarrollo inequívocamente morisco del sistema de regadíos que ha llegado
al siglo XXI.
En los libros de historia
podemos leer que los moriscos fueron expulsados de España a principios del
XVII. Asusta pensar lo que pudo suponer en estas tierras la expulsión de
aquellas gentes que durante generaciones habían sido fundamentales para
desarrollar los sistemas de regadío, los que más y mejor trabajaban la tierra,
resulta elocuente que hasta en nuestros días se usa la expresión “trabajo de
moros” para señalar trabajos muy onerosos. También eran los que más impuestos
pagaban[12].
Pero esto sería dar un tratamiento histórico del tema del agua de riego, y aquí
sólo se pretende recoger las vivencias intrahistóricas que uno ha podido ver u
oír a sus mayores vivencias, que, por motivos obvios, no podrán ir más allá de
comienzos del siglo XX.
En estas tierras resecas en las
que un riego oportuno puede marcar la diferencia entre una buena cosecha o una
cosecha malograda, entre la riqueza o la pobreza (que en una agricultura de
subsistencia podía implicar tener el hambre demasiado cerca) el agua ha sido la
mayor riqueza y su administración de una red de riegos que se había ido
ampliando a lo largo de tantos siglos, con unas costumbres y unos derechos que
habían ido pasando a través de tantas generaciones podía llegar a ser
extraordinariamente compleja y conflictiva. Si exceptuamos el episodio de la
guerra civil, los únicos conflictos que en Samper de Calanda han producido
enfrentamientos que han llegado a saldarse con muertes han sido los provocados
por el agua de riego.
Resulta curioso que la
administración del agua de boca que podría parecer más urgente y perentoria no
haya provocado conflictos tan graves como el agua de riego; supongo que el agua
de boca, aunque mala, no ha llegado a ser tan escasa como para disputársela a
un sediento y, sobre todo, las situaciones en las que se podían provocar
conflictos eran difícilmente repetibles.
Algún caso me ha contado en el que, siendo el agua escasa en los
balsetes del monte, uno que llegó muy poco antes, llenó su cuba de agua, y no
puso mucho cuidado para no remover con el fango la poca agua que quedaba para
el siguiente; pero con el tiempo el agua se posaba, y tampoco hubiera sido
normal que la situación se repitiera varias veces, y en el mismo orden para que
los ánimos de enconasen.
Lo malo de los conflictos que
se podían provocar con el agua de riego es que la situación se repetía siempre
que el agua para regar era escasa, cada ador, cada temporada de riego, se
presentaba y se renovaba el conflicto, y los contendientes eran siempre los
mismos. Bueno, a veces estos conflictos se prolongaban tanto en el tiempo que
llegaban a pasar de generación en generación, como si con los campos se
hubieran de heredar los enfrentamientos. En el peor de los casos, los
conflictos que se aplazaban en el campo cada vez que pasaba el ador, se
renovaban en las respectivas casas, alimentando cada contendiente con los
familiares de su entorno sus reales o pretendidos derechos y aumentando los
abusos y afrentas, reales o supuestas, de la otra parte.
En las situaciones en las que
el conflicto se renueva y cada una de las partes alimenta su versión de forma
autista la situación puede estallar con las más graves consecuencias. Me cuentan
que, en alguna ocasión, herramientas hechas para el trabajo de la tierra han
sido lanzadas con saña sobre la cabeza del contrario, o escopetas pensadas para
la caza, se han apuntado al pecho de quién disputaba el agua de riego. En las
situaciones, afortunadamente escasas, en las que llegaba a haber un muerto la
situación ya no admitía retorno, a uno lo llevaban al cementerio, otro a la
cárcel, y en todos los casos de que tengo noticia, la familia del agresor
vendía el campo. Por una parte, había que indemnizar a la familia de la víctima
y también era la manera de evitar que el conflicto volviera a presentarse y que
los allegados de la víctima pudieran pensar en venganzas.
Quién esto escribe, tuvo la
suerte de poder escuchar a sus dos abuelos durante más de 20 años (ojalá
hubiera prestado más atención) y a los dos recuerdo haberles oído decir que
cuando ellos eran jóvenes, incluso niños, se produjo una gran mejora en la
administración de los riegos, y en lo que era un laberinto de privilegios,
que podían regar cuando quisiesen sin necesidad de espera a que llegase su turno, paradas altas que podían regar un ador sin otro, añadidos y caños de pompea que podían
regar los meses de octubre a marzo y pagaban media alfarda y otras formas de regular el aprovechamiento
de las aguas para riego entre las que me han contado que los trigos sólo se
podían regar hasta la 12 de la noche del día de S. Juan. En muy poco tiempo,
eso se clarificó y todo el mundo sabía cuando y cómo podía regar y desde luego
que la existencia de unas normas claras es la mejor manera de evitar
conflictos.
A principios del siglo XX se
produjo una gran mejora en la administración de los riegos, se constituyó la
COMUNIDAD DE REGANTES de Samper de Calanda, con sus Ordenanzas, su Sindicato y
su Jurado de Riegos.
Las ORDENANZAS de la Comunidad
de Regantes disponían (disponen que aún están vigentes cuando escribo esto) que
el riego había de hacerse fila tras fila. En una misma fila, tendrán
preferencia los regantes de arriba sobre los de abajo, los de la derecha sobre
los de la izquierda. Si llega el turno a un campo y no está el regante, perderá
el turno hasta que hayan acabado todos los de la fila, si llega antes de que
acaben podrá regar, pero si la fila se cierra por haber regado todos los presentes,
la fila se cerrará y no se podrá abrir hasta el ador siguiente. Cuando se
termine la última fila de la acequia (el cabo bajo según se dice en esta
tierra) vuelve a ser el turno de regar en la primera fila, “De orden del
Presidente del Sindicato de Riegos se encabeza la acequia (...) al cabalto y de
la fila (...) por abajo”, es la fórmula que se usa para avisar a los
regantes del comienzo de un nuevo
ador y que se podía regar de la fila primera hacia abajo En casos de escasez de
agua, el Sindicato de Riegos, podrá
alterar el normal turno de riego y destinar el agua a los cultivos que la
requieran con mayor urgencia. Esto se ha aplicado en ocasiones para regar las
hortalizas destinadas autoconsumo, en ningún caso para cultivos forrajeros o
destinados a su transformación industrial.
Quién
esto escribe ha llegado a conocer la figura del “zaiquero” que iba con
el tajo del agua y regaba los campos en los que no se presentasen los regantes
para regar, lógicamente, los trabajadores del campo, que no los propietarios,
tenían que pagar al “zaiquero”. Si un regante no quería que se regase
una parcela aquel ador, ponía “cruz” (una rama verde clavada en el barro
del puerto) en el puerto en el que se paraba el agua para regar la parcela.
El órgano supremo de la Comunidad de Regantes es la Asamblea General que tiene que fijar la alfarda y elegir a los miembros del Sindicato y el Jurado de Riegos.
El SINDICATO DE RIEGOS sería el
equivalente a la Junta Directiva de la Comunidad de Regantes. Es el responsable
de mantener la red de riegos administrando los recursos de la Alfarda, tiene
gran autonomía, aunque para grandes obras necesita la aprobación del la
Asamblea General. Puede alterar el turno de riego para poder regar las
hortalizas y también puede limitar el número de cosechas que, en la misma
temporada, se pueden cultivar en la misma parcela en caso de escasez de agua.
Los cargos del Sindicato de Riegos son honoríficos, gratuitos y obligatorios. Con mucha razón se ha dicho que el cargo de presidente del Sindicato de Riegos es el más ingrato que pueda imaginarse. En demasiadas ocasiones, cuando las cosas han ido bien y los adores se sucedían rápidamente es que el agua era abundante, y claro, ya se sabe que la abundancia en muy fácil de administrar; pero cuando las cosas no iban bien, cuando las cosechas se secaban esperando un ador que no llegaba, entonces no es que hubiera poca agua, no, entonces era culpa del Sindicato que no hacía bien las cosas. Estas líneas también pretenden ser un homenaje a todos los que desde el Sindicato de Riegos se han esmerado (podría poner desvelado) en atender bien los intereses de la Comunidad.
EL JURADO DE RIEGOS tiene como
fin sancionar a los miembros de la Comunidad que incumplan las Ordenanzas de
Riegos. Los miembros del Jurado de Riegos se eligen en la Junta General, sus
fallos son inapelables. Cuando leo sus fines y sus procedimientos me recuerda
al Tribunal de las Aguas de Valencia.
Lo cierto es que el
funcionamiento de la Comunidad de Regantes nunca ha sido tan perfecto como
estaba previsto en sus Ordenanzas[13] y
Reglamentos del Sindicato y del Jurado de Riegos, pero aún cuando en algunos
aspectos su funcionamiento no haya sido perfecto la constitución de la
Comunidad de Regantes supuso un gran avance en la administración de los riegos,
y desde su aprobación no ha habido ningún conflicto importante entre regantes,
si alguno hacía algo mal hecho, no se trataba tanto de un conflicto con el
vecino como de una afrenta a toda la Comunidad.
Mi abuelo paterno contaba que
siendo él un zagal, en caso de tormenta, su padre le mandaba a regar un campo
concreto puesto que la acequia podía recoger mucha agua de una ladera próxima
lo que durante un poco tiempo podía suponer un caudal considerable de agua para
regar. En algunas ocasiones después de empezar a regar él, llegaba un vecino
algo mayor que había podido correr menos que él y paraba el agua un poco más
arriba. Ya se había repetido la situación y estaba el conflicto enconándose;
pero en una ocasión, el vecino de arriba ya no se atrevió a parar el agua hasta
que acabó de regar él. Por entonces, se habían aprobado las Ordenanzas de
Riego, y en la fila, no se podía parar el agua hasta que hubiese terminado de
regar el que la tenía parada más abajo.
De mi abuelo materno recuerdo su decepción cuando con el paso de los años los regantes no asistían en la medida que hubiera sido deseable a las Asambleas Generales y luego se quejaban fuera de lo mal que se atendían las cosas, de los que se inhibían por comodidad en la renovación del Sindicato de Riegos, o de los que por no hacerse malquerer permitían que no funcionase el Jurado de Riegos y llegasen a la jurisdicción ordinaria conflictos que hubieran debido solucionarse dentro de la Comunidad de Regantes. Predecía un tiempo en el que no se podría regar, aunque hubiese agua. Desgraciadamente, ese tiempo ha llegado cuando escribo esto.
A principios del siglo XX hubo,
además de la constitución de la Comunidad de Regantes, otras importantísimas
mejoras en los regadíos, lo que había sido una quimera para muchas
generaciones, el ideal de Joaquín Costa se hacía realidad: pantanos que
almacenasen al agua durante el invierno y asegurasen el riego de las cosechas
durante el verano.
A finales del siglo XIX, el río
Martín, abastecía una considerable red de riegos que, en muchos casos
exprimiendo al máximo las posibilidades del río, se había ido ampliando a lo
largo de muchos siglos. La administración del agua que bajaba por el río para
los riegos en las diferentes localidades que hay a lo largo del mismo, también
había supuesto desde antiguo frecuentes conflictos sobre todo entre Albalate
del Arzobispo e Híjar. En casos de escasez de aguas, los primeros regantes
suelen coger, con razón o sin ella, aguas que podrían corresponder en a los
regantes de más abajo. “El que está debajo, tiene trabajo”, es un dicho
que resume la problemática que tienen los últimos regantes para hacer valer sus
derechos. Se puede suponer que la situación Samper de Calanda a la hora de
defender para sus riegos el agua que traía el río Martín de su cuenca alta,
habrá sido un poco peor que la de Híjar y algo mejor que la de Castelnou.
Del río Martín toman aguas
muchas acequias de tamaños muy diferentes. La más importante por su caudal y
por la superficie que riega es la acequia de Gaén, que riega en los términos de
Albalate, Urrea de Gaén, Híjar, La Puebla de Híjar y llega hasta Escatrón.
Para entender el sistema de
riegos del Bajo Martín hay que tener en cuenta que aunque en sus períodos más
secos, el azud de una acequia tome toda
el agua del río, cientos de metros más abajo el río se realimenta con pequeños
caudales que proporcionan manantiales del propio río y, esto es muy importante
en estos sistemas de riego tradicionales, por las “agotaduras” de las
acequias de arriba, el agua que por la imperfección de los sistemas de riegos
se escapa de los “paraderos”, que
sobra o se filtra de las parcelas, aguas que lógicamente realimentan otras
acequias aguas abajo o al propio río.
Esto explica que en los
aproximadamente 6 Km. que separan Híjar de Samper, nos encontramos otras tantas
azudes que más que extraer, exprimen, el agua para alimentar acequias a las dos
orillas del mismo:
-Por la derecha, la acequia
Vieja, que es la más importante de las acequias que riegan en Samper de
Calanda.
-Por la izquierda, la de
Pompeya, que también recoge las agotaduras de la acequia de Gaén en Híjar.
-Por la derecha, la Acequieta,
que recibe las agotaduras de la acequia Vieja.
-Por la izquierda, la acequia
del Rey, que recibe la agotaduras de la de Pompeya.
-Por al izquierda la de Jatiel.
-Por la derecha, la Hijuela,
que recibe las agotaduras de la Acequieta.
Todas ellas pueden en ocasiones llegar a desviar toda el agua del río que se había realimentado desde el azud de la acequia anterior, y por supuesto recoger las agotaduras de las acequias de arriba. Evidentemente, nuestros antepasados no habían dejado de aprovechar al máximo, con los recursos técnicos que ellos tenían, las posibilidades de riegos con el agua del Martín.
Dentro de las zonas regables,
que se habían ampliado a lo largo de siglos, había grandes diferencias tanto en
la calidad de la tierra como en la posibilidad de disponer de agua de riego, de
hecho, el agua razonablemente asegurada para el riego solamente lo tenían las
tierras más próximas al río, en el resto, el riego estaría limitado a los
cultivos de invierno y a algún riego de verano si la climatología acompañaba.
Para permitir regar cosechas de
verano en la mayor parte de los regadíos era necesario construir pantanos que
embalsaran el agua de invierno y de tormentas de verano, que en ocasiones
bajaban torrencialmente por el río causando grandes destrozos y sin poder
utilizarlas para el riego.
Si observamos los regadíos
existentes en esta comarca podremos tener referencias de obras romanas y
moriscas, pero nos encontraremos con muchos siglos en los que no ha habido
ninguna mejora sustancial. Tendremos que superar el ámbito comarcal para poder
encontrar en el siglo XVIII el gran ejemplo de obra hidráulica de la
Ilustración que fue el Canal Imperial de Aragón.
Después de siglos sin efectuar
mejoras sustanciales en los regadíos, en la segunda mitad del siglo XIX,
regantes del río Martín, fueron la vanguardia dentro de Aragón y de toda España
para promover la construcción de pantanos que permitiesen almacenar el agua del
invierno para poder asegurar el riego a las cosechas de verano.
Fueron propietarios de la
acequia de Gaén, especialmente un grupo de hijaranos, los que decidieron acometer la construcción
de una presa en el río Escuriza, afluente del Martín (tanto que se conoce también como pantano de Híjar,
aunque esté entre los términos de Oliete, Aliaga y Estercuel) y los principales
valedores de aquel proyecto que se adelantaba a la legislación de la época
sobre las aguas, que suponía entonces un importante reto para la ingeniería y
también como se verá para la capacidad económica de los regantes.
En la segunda mitad del siglo
XIX, en unas tierras afectadas por las guerras carlistas, por la construcción
de ferrocarriles que absorbían enormes partidas presupuestarias, los regantes
de la Acequia de Gaén decidieron acometer la construcción del pantano en el
Escuriza con sus medios. En 1980 comenzaron los trabajos y en 1983 se
paralizaron las obras por falta de fondos después de haber agotado muchos
pequeños propietarios su capacidad de endeudamiento, lo que les creó una
situación angustiosa al tener su patrimonio hipotecado y sin obtener los
beneficios que se esperaban cuando el pantano estuviese terminado.
En 1891, ocho años después de haber interrumpido las obras, se celebró una sesión en las Cortes en la que se discutió la concesión de una subvención del Estado para poder terminar la presa. Emilio Castelar describió así la situación:
“El
estado de Aragón es triste. Su cielo implacable no ha llovido una gota desde
1889. ¡Oh! Están, por ende, los campos desolados. La población decrece cada
día, en términos que las emigraciones, allí donde la gente ama con amor tan
intenso el suelo natal, parecen antiguos éxodos. Se caen las casas por no haber
habitantes; se van los habitantes azotados por todas las plagas imaginables.
Caspe ha descendido de 10.000 a 5.000; en Alcañiz, me escribe un amigo que no
queda la quinta parte de la población(...). Los propietarios descienden a
jornaleros; los jornaleros, a mendigos (...) la usura se dilata por todas las
partes; la miseria no perdona; y todo ello parece una verdadera catástrofe
(...).
Vino, aceite, trigo: no necesita más Aragón. ¿Y qué ha
pasado? Ha pasado que en la vid entró la filoxera; que en el trigo entró la
sequía; que en el olivo ha entrado la helada. Ya no hay olivos en Aragón (...).
Parece imposible, pero en una noche, en la noche del 31 de diciembre de 1888,
todos los olivos de Aragón se helaron (...). ¿Cuál es la causa de las
desgracias de Aragón? La sequía. ¿Qué hay que hacer? La palabra lo trae
consigo. Acudir al riego.
La provincia de Teruel comenzó hace muchos años las obras de los pantanos de Híjar y necesita a toda costa esos pantanos”.[14]
Finalmente
se consiguió la subvención estatal y se pudo terminar el pantano que fue
inaugurado en 1899.
Samper de
Calanda, que siempre ha tenido problemas para defender sus derechos ante los
pueblos aguas arriba, pero, aunque no participó en la construcción del pantano
en el Escuriza, que promovieron los de la acequia de Gaén, acabó beneficiándose
de la obra sin tener que asumir los gastos y los riesgos de quienes la
promovieron. La vida da muchas vueltas, y en este caso no es que el río Martín
comenzase a fluir hacia arriba, no; pero las agotaduras de los riegos que daban
en verano los de Híjar se recogían para regar en Samper, sobre todo en la
acequia de Pompeya.
Los
resultados fueron espectaculares e inmediatamente después de terminar de
construir el pantano en el Escuriza, comenzaron los estudios para construir
otro mucho mayor, el “Cueva Foradada” en Oliete, en cuya administración
tendrían parte todos los regantes del Bajo Martín.
El ideal
de Joaquín Costa se hacía realidad, presas en los ríos que embalsaran el agua
de invierno y de las tormentas para poder regar los cultivos de verano. Una
agricultura moderna que había de ser la base de todas las mejoras sociales. Un
ideal que resumía en dos palabras rotundas en aquellos finales del siglo XIX:
“Despensa y Escuela”
Ni que decir tiene que los pantanos supusieron un gran beneficio para las tierras bajas del Martín, pero sería injusto olvidar los perjuicios que causaron en aquellos lugares que se vieron embalsados por las aguas. El pantano del Escuriza pudo iniciarse por que no fue necesario expropiar tierras habitadas, ni siquiera de cultivo en los parajes que quedaron embalsados y los promotores del embalse pudieron comprar fácilmente los terrenos. El Pantano “Cueva Foradada”, aunque la presa se construyó poco más arriba de Oliete, su cola inundó la mayor parte del regadío de Alcaine. Por aquellas primeras décadas del siglo XX también se construyó en el río Guadalope un pantano mucho más grande que había de asegurar los riegos en las fértiles tierras de su cuenca, desde Castellote hasta Caspe. Ese pantano, aunque no inundó ningún pueblo, si anegó todas las tierras fértiles y supuso la despoblación del pueblo que da nombre al pantano: Santolea.
EL RÍO MARTÍN COMO OCIO ...
El río Martín también ha sido lugar de ocio
sobre todo para los chicos. Quién esto escribe recuerda haberse bañado en
alguno de aquellos parajes que hoy ya se han olvidado, como el Pozo Pireta y la
Peña de las Brujas, eran pozos no muy grandes en extensión y poco profundos, en
los que los pequeños podíamos chapotear. Había otro pozo que era más grande y
profundo, era el pozo Mariel, pero en el pozo Mariel se bañaban los mayores,
muchos de los cuales ya sabían nadar. Algunos hasta buceaban y en ocasiones
sacaban algún barbo que habían cogido con las manos.
El río ha sido lugar de ocio de muchas
generaciones hasta que se inauguraron las piscinas en 1979 de hecho, en verano,
era el mejor lugar de ocio que permitía a los chicos una economía de
subsistencia.
Joaquín Albaiceta, uno de los hombres-libro
que me ayuda a escribir estas aproximaciones, me cuenta que en su adolescencia
(no encuentro otra palabra, aunque la adolescencia entonces no era como la
entendemos hoy) en los duros años de la posguerra, las tardes de los domingos
iban a bañarse al río y a pescar, con lo que pescaban, barbos y magrillas[15]
se hacían una merienda.
Uno tenía noticia de varias formas de pescar en un río: poniendo redes, con anzuelos con cebo, pasando el agua del río por un cañizo, pero la que me cuenta él, fácil y perfectamente adaptada a las características del río no la había oído nunca. En el paraje en el que cruza el río el camino de La Puebla, algunos veranos el caudal es muy escaso, pero nunca ha faltado el agua puesto que, por aquellas pozas, en los que se refugiaba del estío gran parte de la fauna del río, mana algo de agua. ¿Qué cómo pescaban? Muy fácil: Con una “jada”[16] desviaban el escaso caudal del río para impedir que llenase la poza en la que pretendían pescar, después con una “galleta”[17] sacaban agua de la poza hasta que los barbos y las “magrillas” estaban tan apretujados que ya podían los podían coger con las manos. En aquellas ocasiones, ¡qué bien lo pasaban en el río! y ¡qué meriendas se preparaban!
...Y OTROS USOS DEL RÍO MARTÍN.
Quién esto escribe difícilmente puede
imaginar un entorno con más feliz y próspero que un grupo de chicos sanos
jugando en un río limpio y manso, pero Joaquín Albaiceta, me cuenta que para
entonces él ya había vivido una experiencia muy diferente. El era un pequeño,
tuvo que ser en otoño de 1938, luego él tenía 8 años.
Era otoño
por que volvían del campo con el carro tirado por tres caballerías, los machos “Bayo”
y “Moreno” en los tirantes y “Noble” en las varas del carro.
Volvían de Val de Zafán y en algunos tramos el camino cruzaba, o coincidía, con
el lecho del río, lo cual en aquel momento no era problema puesto que bajaba
poca agua y no había habido señales de tormenta por la sierra que pudieran
hacer temer una crecida más o menos brusca del río.
Me cuenta que cuando volvían a casa, él con
su padre y otros hermanos, pararon a coger unos “canastones”[18]
de “mengranas”[19] (fruto
de otoño). Iba a ser poco tiempo, por lo que dejaron las caballerías
enganchadas al carro en el mismo lecho del río. Estaban cogiendo las “mengranas”
a cien metros o más del carro cuando algunos labradores que estaban por
aquellos parajes, pero más altos sobre el río que ellos, empezaron a dar gritos
haciendo aspavientos como si se hubieran vuelto locos... ¿Qué pasaba?, ¿Qué
decían?... También se oía cada vez más fuerte
un ruido extraño, como... como el de una inmensa riada.
- ¡ESE CAARROOOOO!
Entendieron que gritaban cuando el padre,
cojo, corría como podía para sacar a las caballerías y el carro del río que
inexplicable y repentinamente se desbordaba. Cuando vieron “como una montaña de
agua” que bajaba impetuosa por el río arrastrando algún árbol arrancado y todo
lo que se encontraba por delante, fueron conscientes de la situación y supieron
que de ninguna manera podían llegar a sacar las caballerías y el carro fuera
del cauce del río. Si hubieran tenido un poco más de tiempo, quizá hubieran
podido apartar al carro y las caballerías del río, o en el peor de los casos
hubieran conseguido que la riada se llevara alguno, o a todos ellos; pero no
tuvieron tiempo de nada. Cuando fueron conscientes de la situación sólo
pudieron contemplar cómo aquella avalancha de agua llegaba hasta donde estaba
el carro, lo levantaba y se lo llevaba dando tumbos el propio carro, y con él
las tres caballerías que estaban enganchadas.
¿¡Qué estaba pasando! Aquello era ... ¡increíble!,
¡inexplicable! Ninguna señal de tormenta en los días anteriores que presagiara
una crecida del río. Y aquella riada era mucho más grande y repentina que
cualquiera que se hubiera visto por estas tierras...
Sería inexplicable, pero aquello era cierto.
Durante un tramo del río aún siguieron cómo pudieron para contemplar impotentes
los tumbos del carro y los esfuerzos de las caballerías para al menos poder
respirar, ya que no podían salir con el carro de la impetuosa corriente de
agua, ni deshacerse de los aparejos con que estaban sujetos al mismo.
La riada que se llevaba las caballerías y el
carro avanzaba mucho más deprisa que ellos, y entre aquellas inmensas ondas de
agua pronto los perdieron de vista, al tiempo que el rumor del agua desbordada
apagaba a veces bruscamente los irregulares relinchos y protestas de las
caballerías que por ir enganchadas al carro no podían salir de la corriente y
se esforzaban para, al menos, poder respirar.
El padre, los hijos, y algún labrador que
había por allí siguieron el curso del río por si se podía salvar algo de
aquella desgracia. Cientos de metros más abajo vieron una caballería tumbada,
exhausta en medio de un soto, era el macho “Bayo”, la que iba delante de
las tres caballerías, que por haberse roto los tirantes con los que estaba
enganchado al carro, había podido salir de la corriente y llegar hasta un lugar
que creyó seguro, donde cayó agotado. Aunque cuando llegaron hasta él parecía más
muerto que vivo, se estaba recuperando del agua que había tragado y de los
tumbos que había dado.
Enseguida llegaron noticias de que en las
proximidades del batán de Jatiel[20],
había enarenado un carro con, al menos, una caballería. Allá encontraron el
carro que estaba prácticamente destrozado, pero el macho “Moreno”,
sujeto por los tirantes a lo que quedaba del carro, se esforzaba en mantener la
cabeza alta y poder respirar. La riada seguía siendo impetuosa y si alguien
trataba de acercarse hasta el macho para desengancharlo, corría riesgo de que
la riada se lo llevara. Joaquín Albaiceta me cuenta que fue José, su hermano
mayor, el que atado con una cuerda que sujetaban entre varios el que acercó
hasta lo que quedaba del carro y desengancho al “Moreno”. El macho de
varas “Noble” desapareció, la corriente lo arrancó de las varas y no se
supo más de él.
Me cuentan también que unos de Samper que
estaban trabajando como medieros tierras de la finca de Valimaña, vivían en la
que debía ser imponente “Venta del Fraile”, en término de Castelnou. Con ellos
vivía la madre, de muchos años, que por las tardes solía bajar hasta el río a
tomar el sol. Nunca más se volvió a saber de ella, se supuso que también se
llevó la misma riada.
Aquella riada especialmente grande,
repentina, sin tormentas próximas o lejanas que la anunciaran, que se terminó
de forma casi tan brusca como había empezado, fue la más rabiosa y la que más
destrozos causó de cuantas se recuerdan, precisamente por no estar causada por
motivos naturales. Muy pronto se supo la explicación. Los pantanos que con
tanto esfuerzo se construyeron para almacenar agua de riego, fueron utilizados
para provocar riadas especialmente violentas. Semejante disparate es difícil de
encajar en cualquier razonamiento lógico... salvo que se trate de la lógica de
la guerra, que es muy particular.
En aquel otoño de 1938, en plena guerra
civil, se estaba dirimiendo la batalla del Ebro. El ejército de la República,
que en julio de aquel año en una sorprendente operación militar había cruzado
el Ebro, llevaba meses resistiendo todos los ataques de los rebeldes, esto
significa entre otras cosas que, durante meses, el ejército republicano, fue
capaz de pasar suministros al otro lado del Ebro mediante barcas y puentes
provisionales. Puentes que eran destruidos durante el día por la aviación de
los que se decían nacionales, y por la noche eran reconstruidos y utilizados
por los republicanos.
En algún Estado Mayor habrían calculado el
agua que almacenaban los pantanos del río Martín y otros afluentes del Ebro que
estaban bajo su control, las riadas que se podían provocar con ellas, el tiempo
en que se podrían coordinar las riadas provocadas en otros afluentes del Ebro;
supongo que, para conseguir grandes variaciones en el nivel de agua del Ebro, que,
si no podían impedir que los republicanos abasteciesen a su ejército, lo
hiciesen lo más difícil posible.
Aquellas riadas, las más peligrosas violentas
y devastadoras que se recuerdan en este río no fueron causadas por fenómenos
naturales, hay que acudir a la lógica de la guerra, que es una lógica muy
singular, para explicarlas. No terminaron ahí las desgracias, la posguerra
coincidió con una racha de años muy secos. El agua de aquellas riadas, bien
administrada, hubiera podido garantizar el riego durante dos o más temporadas;
pero el río Martín, con las cicatrices causadas por las riadas aún abiertas,
apenas tenía agua para regar los sotos más próximos. Tierras resecas y hambre
en las gentes, ¡lo que hay que hacer para salvar una Patria!
No quiero terminar sin hacer mención a los
usos industriales que se han hecho del agua: molinos y batanes de los que
podemos ver restos en todos los pueblos de la comarca. Quiero mencionar además
un uso de agua del que podemos ver restos en esta tierra: mover las locomotoras
de vapor. En Samper de Calanda, en la partida de “Los Hortillos”, quedan los restos de un extraño artilugio,
arqueología industrial de finales del siglo XIX, construido para descalcificar
el agua que se tomaba de la acequia Nueva y almacenaba en una balsa (en la que
también nos bañábamos hasta que se construyeron las piscinas) y aprovechando el
desnivel del terreno, llegaba a la estación de HUERTA DE SAMPER tras ser
descalcificada.
A modo de epílogo, quiero terminar dejando
constancia de esas previsiones que auguran que el agua será una riqueza, y, por
lo tanto, una fuente de conflictos en el futuro… Pienso que los auténticos
problemas no son los que vienen por dónde se espera… además ¡Como si no hubiera
sido fuente de conflictos en el pasado!
Hoy tenemos el reto de apreciar y valorar el agua en lo que vale, y dejar un río vivo a las siguientes generaciones. Después de tantas innovaciones en el aprovechamiento de las aguas y de tantísimos avances tecnológicos, la imagen de unos niños jugando en un río limpio, me sigue pareciendo la que mejor representa un futuro de armonía y equilibrio.
Samper de Calanda Verano de 2005.
[1] Antonio Machado en EL
TREN, Campos de Castilla. Por cierto, que la clase tercera, que era la mas
económica desapareció poco después de los ferrocarriles.
[2] Así se denominaba aquí la
instalación de agua corriente en las casas del pueblo.
[3] Palabra que no aparece en
el diccionario y que por esta tierra designa un pozo hecho en el terreno al que
se conducían aguas de lluvia.
[4] En
esta tierra llamamos monte a todo el término municipal que no se puede regar. Por el contrario, lo que se puede regar es la
huerta.
[5] Paraje próximo a la Ermita
de Sta. Quiteria.
[6] Los cubos, pozales en esta tierra se llaman
galletas, como en Cataluña.
[7] Pequeños surcos que se hacían en una ladera
para conducir el agua de lluvia.
[8] En la gente que padeció la
guerra es muy habitual esta expresión que anula cualquier referencia concreta a
los años antes de...
[9] Supongo que para entonces
ya se podría haber clorado el agua, pero lo cierto es que entonces la gente se
jactaba de beber agua que no tuviese ningún tratamiento químico.
[10] Rociar en el habla local.
[11] La Alfarda es el
impuesto que pagan los propietarios para mantener la red general de riegos. Ador
es cada turno de riego. Lo que es un Azud se puede leer en cualquier
diccionario.
[12] En “La expulsión de los moriscos del Señorío
de Híjar: una pérdida de valor incalculable”.
Rujiar IV, del Centro de Estudios Hijaranos-Bajo Martín. Mª Carmen Ansón Calvo, cifra en el 71% los
vasallos que perdió el Ducado de Híjar.
[13] Esto no es nada raro en los ordenamientos
legales, el ejemplo más descarado que se me ocurre es el Código de Circulación,
que no se respeta siempre, a veces pasamos semáforos en ámbar, circulamos a más
velocidad de la autorizada; pero cualquiera se pude imaginar lo que ocurriría si
no hubiese Código de Circulación...
[14] Tomado de “Obras Hidráulicas en Aragón” de
Carlos Blázquez y Tomás Sancho. Colección CAI 100. También aparece en “El siglo
XIX en Samper de Calanda” de Alejandro Abadía que cita a Mariano Laborda en sus
“Recuerdos de Híjar 1”.
[15] Madrillas.
[16] Azada, según se dice por estas tierras.
[17] Pozal, según se dice por estas tierras.
[18] En el habla local, cestas grandes hechas de
mimbres.
[19] Así se han llamado por aquí a las granadas
[20] Aproximadamente en el lugar en el que poco
antes del año 2000 se construyó el puente de la carretera.
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