Me he enterado del fallecimiento de Ángel no por esperado menos sentido; llegamos a una edad en donde se nos van los nuestros. Los de nuestra generación, quiero decir. Ángel siempre fue un samperino de pro que a pesar de su mentalidad fuertemente cosmopolita y nada provinciana, nunca olvido a su pueblo y era un embajador de este allí donde estaba o residiera. En su bar de Castelldefels (el Samper de la periferia), siempre sería bienvenido el samperino o samperina que por allí recabara.
A mi me costó dejar de
llamarle Salvador, nombre por el que le conocíamos algunos en la escuela del pueblo
pero que el aborrecía, y creo que se lo quitó del documento de identidad. Él
era un ángel; pero como yo le decía medio en broma medio en serio, era un ángel
caído y no arrepentido, aunque creo que estará en el cielo porque creo que allí
van a parar los ángeles caídos heterodoxos que pasan por este mundo por más que
se empeñen en lo contrario algunos dogmáticos interpretes del antiguo
testamento.
Ángel era un palillero también
de pro, amigo de sus amigos y de la Semana Santa. Nuestra cuadrilla de la
Semana Santa (la suya), la que yo pertenezco y que tantas veces tuvimos la
suerte de contar con su presencia, con su talento para la parodia musical, con los
chistes nunca ofensivos, su guitarra roquera y su forma peculiar y original de
cantar las jotas (tan alejadas de las mías que soy un purista incorregible), le
recordaremos siempre.
Buenas lineas Chuel.
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