Los reyes llegan de Oriente; más concretamente de Persia (hoy Irán), por aquel entonces en el siglo I, eran de una antigua religión indoeuropea de la que todavía quedan vestigios en la antigua Mesopotamia perseguida y reprimida por los fundamentalistas musulmanes. También hay comunidades en la India a los que llaman “parsis” y adoran a Zaratustra. No eran reyes, aunque la tradición los llama así; eran magos o eminencias de la casta sacerdotal de esa religión a la que se consideraba que portaban gran sabiduría. La mitología cristiana introduce este pasaje de los magos en los evangelios seguramente para legitimar o darle prestancia al nacimiento del niño Jesús, que luego sería llamado Jesucristo, hijo de Dios y más tarde Dios mismo, junto con el Padre, el Hijo y el espíritu Santo en una rocambolesca mezcolanza difícil de entender si no es por la Fe, que lo entiende todo.
Posiblemente
fuera verdad que le visitaron los reyes a Jesús. Otras tradiciones dicen que la
visita se llevó a cabo un año o más de su nacimiento. Lo cierto es que la
religión cristiana como la mayoría de las anteriores no se basan en la
rigurosidad objetiva de la historia, como en otras religiones, movimientos
ideológicos o ideologías diversas, como el islam, las diversas variantes y herejías
cristianas posteriores, ortodoxas o el protestantismo, o las ideologías
políticas modernas como el liberalismo conservador o jacobino; el socialismo
utópico o el materialista; el anarquismo o el fascismo en sus diferentes y
variadas escuelas y sectas. Todas estas, aunque la rigurosidad histórica es cuestionable
también porque no hay unanimidad en su interpretación, pertenecen ya a la “Historia”
y no a la mitología.
Lo cierto es
que el día de Reyes siempre fue un día mágico para los niños, aunque antes era
muy poco lo que nos traían; seguramente porque éramos más malos que ahora:
algunos pinturines, algún cuento, guirlache y peladillas. Para ello había que
dejar en el balcón un capazo con cebada o salvado para los camellos y caballos.
Con el
aumento de la población, y a pesar de que eran magos, los Reyes no podían estar
en todos los sitios a la vez, así que se desdoblaban por las principales
ciudades y en los pueblos (que siempre hemos estados marginados en el mundo
rural), se suplió esta carencia con personal voluntario del pueblo.
Todavía no
le he perdonado a un amigo mío, algo más enterado que yo, que aquellos Reyes
magos que venían por la carretera a Samper no eran los de verdad. Yo no me
podía creer que eso fuera cierto; como no va a ser cierto -me dijo mi amigo- si la
yegua que monta Melchor es la de mi padre.
Se lo conté
a mis padres y me castigaron a no tener ya “reyes” ningún año más; entonces no
existía la “sociedad de consumo” más que para alguna gente de clase media, que
tenían juguetes sin cuento, pero que no nos dejaban jugar a los pobrecicos. Y
si a algún pobre le traían algo interesante le prohibían que lo utilizara con
los demás para que le durara. Recuerdo a otro amigo que le trajeron un balón y
solo jugaba él; vaya aburrimiento -pensaba yo-, para eso prefiero que no me traigan
nada.
El mejor
regalo que tuve yo fue un año que me dejaron en casa de mi tía Tomasa, la del
tío Seguro, un arco con flechas, un penacho de plumas y una astral. Mi tía, que
era pacifista, quería que me trajeran un instrumento musical o un tren, pero yo
que adoraba a los “pieles rojas” fui muy feliz con ese regalo. Nunca me
mandaron carbón. Doy fe. Este año dicen que los reyes a lo mejor no vienen,
pero los juguetes si, y es que con las nuevas tecnologías todo es posible.
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