viernes, 24 de enero de 2020

Comentario. El cambio climático sí, pero…


            Algunos datos:
          El Mediterráneo se tragaba estos días playas, paseos marítimos y muros de contención, colapsaba cascos urbanos con espuma marina y se adentraba hasta tres kilómetros en el Delta del Ebro: 3.000 hectáreas de arrozales han quedado bajo el mar. La devastación en algunas zonas costeras es absoluta.
          La depredación urbanística llenó de hormigón espacios naturales protegidos y que el mar trata de recuperar. 8.000 kilómetros de costa española (10.000 con rías y marismas) sometidos a la especulación inmobiliaria.

          En el 2004 se presentó un ambicioso plan para frenar el urbanismo y recuperar el dominio público del litoral, pero enseguida surgió una poderosa plataforma de 45.000 propietarios de casas a pie de playa. Hasta las embajadas británica y alemana plantaron cara. Hubo que abandonarlo.
          El gobierno amnistió 140.000 casas junto al mar que podrán ser vendidas y transmitidas sin ningún veto. La crisis frenó por un tiempo los delirios urbanísticos en el litoral, pero, viendo las imágenes de urbanizaciones arrasadas por el agua en la desembocadura del Xúquer me encuentro con que el Ayuntamiento de Cullera ha resucitado el Gran Manhattan, un megaproyecto paralizado por la crisis que levantará 30 torres de 25 plantas y dos hoteles de 40 alturas en el único rincón sin hormigonar que queda en Cullera, justo donde el mar dejó el otro día el suelo arrasado por el mar, que parecía que había recibido un bombardeo.
          Más allá de que siempre habrá fenómenos meteorológicos que no podremos predecir; la mayoría de los desastres que han aparecido en los últimos años y que aparecen con mayor amplitud cada vez, se deben a un desarrollismo no planificado e, incluso, cuando lo ha habido, se han saltado con impunidad las leyes. El urbanismo especulativo el principal, y no es porque no hubiera especialistas que lo predijeran. Veremos esto y más, y no es fatalismo.
Barrio ACTUR de Zaragoza

          Cuando me fui a vivir al barrio del ACTUR en Zaragoza, un ingeniero me dijo que algún día el Ebro arrasaría todo el polígono, ya que esta zona de antigua huerta se había anegado muchas veces y además estaba en una zona que pertenece al “índice freático natural del Rio”, o algo así. Otros más optimistas me calmaron diciendo que la ciencia moderna aplicada a la ingeniería había solventado ese problema creando diques e infraestructuras para que eso no ocurra, ni en el ACTUR (y el recinto de la Expo), ni tampoco en el barrio de la Almozara que podría ser quien sufriera las consecuencias. Me dejaron tranquilo, pero entonces pensé: pobre gente de la Ribera Baja, porque si viene una gran avenida, por algún sitio tendrá que reventar el rio; si no puede hacerlo por arriba, lo hará por abajo, -digo yo que no soy nada experto en la materia-. El Ebro no es el Canal Imperial ni una gran acequia. Es un ser vivo, que dicen los esotéricos de la “New Age” y los ecologistas más idealistas. Una corriente de agua irregular con inconsciente mental que se desborda cuando se cabrea, o sea.
El Delta del Ebro estos días

          Cuando me explicaron que las Bardenas Reales las creó un Ebro enfurecido, me acojoné. Y ahora ha venido la Gloria, que tiene el nombre de una amiga mía que tiene muy mal genio. No sé si la ha mandado Dios contra las personas humanas para castigarnos por no respetar la naturaleza o simplemente es obra del Maligno que suele actuar por libre sin pedirle permiso a Dios. Entre uno y otro (que nunca se ponen de acuerdo), nos atormentan a los mortales; ya está bien, que somos torpes y finitos en nuestro entendimiento, pero de ellos, que se supone que tienen sabiduría infinita, podrían calibrar bien que luego pagan justos por pecadores.

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