Me dice Alejandro, en un
comentario a mi artículo sobre el servicio militar, que como fue que no me metí
en la banda del ejército como tambor como suelen hacerlo muchos bajo aragoneses,
sobre todo en aquella época; porque ahora no sé si el cuerpo de Intendencia
tiene todavía banda, pues por entonces ya se estaba cuestionando este servicio
y como decía mi sargento de banda, “con unos altavoces y una cinta de casete
daría más juego".
Cuando fui a la mili tenía entre
mis previsiones entrar en una banda de tambores y cornetas; de tambor, naturalmente.
Sabía lo mínimo, lo suficiente para hacerme valer –pensaba yo-, y de esa forma
aprendería las técnicas para ser uno de los mejores de mi pueblo. Yo siempre
digo que me gusta tocar el tambor por el placer de tocar y colectivamente,
porque si no es así no tiene sentido. Pero como soy persona humana desde
pequeño soñaba con ser el mejor del mundo mundial, y que mejor que aprovechar
mi estancia en un cuartel para aprender, pues en realidad, saber sabía más bien
poco; antaño había pocas posibilidades de aprender y solo con afición y mucha
voluntad, cada año terminaba la Semana Santa aprendiendo algo más; muy poco.
Así que cuando llegue al
campamento de reclutas le pregunté a los veteranos tamborileros que había allí, el
que se tenía que hacer para ingresar de aprendiz en la banda; no te preocupes
–me dijeron-, en las clases de teórica, y a no tardar mucho, os dirán quien quiere aprender a tocar un instrumento musical; esa es la señal; te presentas
voluntario. Así fue, en una de las primeras clases dijeron eso y yo levanté la
mano. Yo y algunos pocos que estaban al cabo de la calle, porque a la mayoría
pensaban que la pregunta iba dirigida a estudiantes o entendidos de música o, a lo
mejor, para banda de músicos. Entre los que levantamos la mano en mi compañía, uno
era gitano y catalán que formaba parte de un grupo de moda llamado “Rumba tres”;
se llamaba el muchacho José Sardaña, un tipo que rompía los estereotipos que
tenemos de los gitanos; culto, amable, virtuoso de la guitarra, de la española
y de la clásica y de otros instrumentos, entre ellos la trompeta, y sabía
hablar bien el catalán: recabó en Sanidad, en Zaragoza y por lo tanto en mi
cuartel, donde tocaba en su banda y participaba en eventos como la celebración
de la Patrona de Intendencia. Cuando él hacía guardia de “turuta”, como
compartíamos empleo me acercaba al Cuerpo de Guardia a oír sus toques de guitarra;
por ejemplo el “Concierto de Aranjuez”, que tañía con guitarra de doce cuerdas.
… Fuimos muchos de todas las
compañías de los cuatro batallones de reclutas del campamento a apuntarnos para
aprender a tocar en la banda; allí me encontré al gitano catalán; yo para
corneta - me dijo-, -yo para tambor, que soy del Bajo Aragón-. Es curioso,
había algunos bajo aragoneses que venían a apuntarse de tamborileros sin haber
tocado nunca el tambor ni ser de ningún pueblo de la RUTA, como si ser del Bajo
Aragón fuera un plus de destreza en el toque de este instrumento.
Cuando entré en la oficina el
suboficial que estaba con un veterano de la banda apuntando los nombres de los que se
presentaban, le dijo a este: “boquilla”, y boquilla que me dio. Como protestaba
me dijo: “ya se han acabado los tambores” En vano era decirle que lo que yo
quería tocar era el tambor y para lo que servía; pues no hubo manera, así que
con boquilla de corneta me salí de la oficina.
Al salir, me encuentro a mi amigo
Domingo Lorea (Botero +) que era quinto y estaba en otra compañía, todo
entusiasmado con pillar un tambor y aprender a tocarlo pues no tenía ni idea a
pesar de ser de Samper de Calanda (como había tantos en el pueblo por aquellas
edades). ¡No te hagas ilusiones! – le dije-, los tambores se han acabado. Expresó
un juramento y se metió para la oficina; me esperé para reírme un poco de el en
cuanto saliera con la boquilla de la corneta, cuando veo que sale todo contento
con un tambor. El y alguno más.
Cuando íbamos a ensayar, los del
tambor estábamos ligeramente separados de los cornetas, que repetíamos
constantemente las escalas (en corto, en largo, repetidas, etc.), una y otra
vez, que es como verdaderamente se le coge habilidad al instrumento. Los del
tambor no tuve ocasión de conocer como se hacía. Se me caía el alma a los pies
viendo lo mal que tocaban los de los tambores, pues no
sabían ni afinar o
templar los tambores mínimamente, así que durante los descansos tuve permiso de
acercarme a Domingo, templarle el tambor y darles algunos redobles para que
vieran que yo era un virtuoso del tambor, sobre todo en relación a los entonces
aprendices. Los veteranos me apoyaron en que cambiara de instrumento pero el
subteniente o brigada no consintió de ninguna manera y me largaba con “cajas
destempladas”, nunca mejor dicho. Así que aprendí lo que pude de trompeta.
Lo que no comprendo es porque no
fui a Panadería de Intendencia que estaba por el centro de Zaragoza;
seguramente porque iba también de corneta y pensaron que debía ir al cuartel de
Casa Blanca donde podía hacer las dos cosas; de la banda y de panadero en
campaña. Lo curioso fue que cuando llevaban a los panaderos de campaña a
maniobras (entre los que yo me encontraba), nunca lo hicieron conmigo y siempre me
quede en el cuartel de Casa Blanca con gran alegría de mi parte, y no me digáis
porqué pues mi enchufe no llegaba para tanto, aunque creo que el cura
trabucaire pudo influir para que cantara en misa los domingos, que era de los
pocos que se quedaban casi todos los domingos. También es cierto que los otros
tres chicos que estaban de panaderos en mi cuartel les encantaba el ir de
maniobras de panaderos.
Como dije, sé que llegue al
cuartel con dos empleos: corneta y panadero, porque como no dije nada de mis
destinos, los cornetas de la banda del cuartel iban como locos buscando a un
corneta de los dos que les tenía que haber llegado en ese reemplazo, y lo
buscaban para poder irse de permiso ellos, pues otros ya se habían licenciado y
los mandos buscaban a un panadero que también les faltaba. Cuando les dije yo
que era panadero y corneta, no daban crédito. No me riñeron; ya les dije: a mí
nunca nadie me preguntó que había ido a hacer allí y tampoco me gustaba
hacerme el imprescindible.
Aunque era un poco vizco no me dieron por inutil.
¡de cuántas maneras se puede servir a la patria!
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