sábado, 13 de noviembre de 2021

Testimonio. Historias de la mili (II), El tambor de Lorea.

          Me dice Alejandro, en un comentario a mi artículo sobre el servicio militar, que como fue que no me metí en la banda del ejército como tambor como suelen hacerlo muchos bajo aragoneses, sobre todo en aquella época; porque ahora no sé si el cuerpo de Intendencia tiene todavía banda, pues por entonces ya se estaba cuestionando este servicio y como decía mi sargento de banda, “con unos altavoces y una cinta de casete daría más juego".

          Cuando fui a la mili tenía entre mis previsiones entrar en una banda de tambores y cornetas; de tambor, naturalmente. Sabía lo mínimo, lo suficiente para hacerme valer –pensaba yo-, y de esa forma aprendería las técnicas para ser uno de los mejores de mi pueblo. Yo siempre digo que me gusta tocar el tambor por el placer de tocar y colectivamente, porque si no es así no tiene sentido. Pero como soy persona humana desde pequeño soñaba con ser el mejor del mundo mundial, y que mejor que aprovechar mi estancia en un cuartel para aprender, pues en realidad, saber sabía más bien poco; antaño había pocas posibilidades de aprender y solo con afición y mucha voluntad, cada año terminaba la Semana Santa aprendiendo algo más; muy poco.
          Así que cuando llegue al campamento de reclutas le pregunté a los veteranos tamborileros que había allí, el que se tenía que hacer para ingresar de aprendiz en la banda; no te preocupes –me dijeron-, en las clases de teórica, y a no tardar mucho, os dirán quien quiere aprender a tocar un instrumento musical; esa es la señal; te presentas voluntario. Así fue, en una de las primeras clases dijeron eso y yo levanté la mano. Yo y algunos pocos que estaban al cabo de la calle, porque a la mayoría pensaban que la pregunta iba dirigida a estudiantes o entendidos de música o, a lo mejor, para banda de músicos. Entre los que levantamos la mano en mi compañía, uno era gitano y catalán que formaba parte de un grupo de moda llamado “Rumba tres”; se llamaba el muchacho José Sardaña, un tipo que rompía los estereotipos que tenemos de los gitanos; culto, amable, virtuoso de la guitarra, de la española y de la clásica y de otros instrumentos, entre ellos la trompeta, y sabía hablar bien el catalán: recabó en Sanidad, en Zaragoza y por lo tanto en mi cuartel, donde tocaba en su banda y participaba en eventos como la celebración de la Patrona de Intendencia. Cuando él hacía guardia de “turuta”, como compartíamos empleo me acercaba al Cuerpo de Guardia a oír sus toques de guitarra; por ejemplo el “Concierto de Aranjuez”, que tañía con guitarra de doce cuerdas.
          … Fuimos muchos de todas las compañías de los cuatro batallones de reclutas del campamento a apuntarnos para aprender a tocar en la banda; allí me encontré al gitano catalán; yo para corneta - me dijo-, -yo para tambor, que soy del Bajo Aragón-. Es curioso, había algunos bajo aragoneses que venían a apuntarse de tamborileros sin haber tocado nunca el tambor ni ser de ningún pueblo de la RUTA, como si ser del Bajo Aragón fuera un plus de destreza en el toque de este instrumento.
          Cuando entré en la oficina el suboficial que estaba con un veterano de la banda apuntando los nombres de los que se presentaban, le dijo a este: “boquilla”, y boquilla que me dio. Como protestaba me dijo: “ya se han acabado los tambores” En vano era decirle que lo que yo quería tocar era el tambor y para lo que servía; pues no hubo manera, así que con boquilla de corneta me salí de la oficina.
          Al salir, me encuentro a mi amigo Domingo Lorea (Botero +) que era quinto y estaba en otra compañía, todo entusiasmado con pillar un tambor y aprender a tocarlo pues no tenía ni idea a pesar de ser de Samper de Calanda (como había tantos en el pueblo por aquellas edades). ¡No te hagas ilusiones! – le dije-, los tambores se han acabado. Expresó un juramento y se metió para la oficina; me esperé para reírme un poco de el en cuanto saliera con la boquilla de la corneta, cuando veo que sale todo contento con un tambor. El y alguno más.
          Cuando íbamos a ensayar, los del tambor estábamos ligeramente separados de los cornetas, que repetíamos constantemente las escalas (en corto, en largo, repetidas, etc.), una y otra vez, que es como verdaderamente se le coge habilidad al instrumento. Los del tambor no tuve ocasión de conocer como se hacía. Se me caía el alma a los pies viendo lo mal que tocaban los de los tambores, pues no
sabían ni afinar o templar los tambores mínimamente, así que durante los descansos tuve permiso de acercarme a Domingo, templarle el tambor y darles algunos redobles para que vieran que yo era un virtuoso del tambor, sobre todo en relación a los entonces aprendices. Los veteranos me apoyaron en que cambiara de instrumento pero el subteniente o brigada no consintió de ninguna manera y me largaba con “cajas destempladas”, nunca mejor dicho. Así que aprendí lo que pude de trompeta.
          Lo que no comprendo es porque no fui a Panadería de Intendencia que estaba por el centro de Zaragoza; seguramente porque iba también de corneta y pensaron que debía ir al cuartel de Casa Blanca donde podía hacer las dos cosas; de la banda y de panadero en campaña. Lo curioso fue que cuando llevaban a los panaderos de campaña a maniobras (entre los que yo me encontraba), nunca lo hicieron conmigo y siempre me quede en el cuartel de Casa Blanca con gran alegría de mi parte, y no me digáis porqué pues mi enchufe no llegaba para tanto, aunque creo que el cura trabucaire pudo influir para que cantara en misa los domingos, que era de los pocos que se quedaban casi todos los domingos. También es cierto que los otros tres chicos que estaban de panaderos en mi cuartel les encantaba el ir de maniobras de panaderos.

          Como dije, sé que llegue al cuartel con dos empleos: corneta y panadero, porque como no dije nada de mis destinos, los cornetas de la banda del cuartel iban como locos buscando a un corneta de los dos que les tenía que haber llegado en ese reemplazo, y lo buscaban para poder irse de permiso ellos, pues otros ya se habían licenciado y los mandos buscaban a un panadero que también les faltaba. Cuando les dije yo que era panadero y corneta, no daban crédito. No me riñeron; ya les dije: a mí nunca nadie me preguntó que había ido a hacer allí y tampoco me gustaba hacerme el imprescindible.
                                                                       Historias de la mili (I)
                           

Aunque era un poco vizco no me dieron por inutil.                                              

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