¡¡Que venga la luz, que venga la
luz!! Gritábamos a coro en el cine de Espés, cuando habíamos acudido a ver una
película y se iba la luz, a veces durante varias horas. Recuerdo la frustración
que tenía de niño por irme a dormir un domingo sin haber podido ver la
película.
En la panadería, a veces, un día
sin hacer pan porque no había corriente y amasar a mano 90 o cien kilos de
harina ya no se llevaba. Era normal alumbrarse con candiles de aceite; todavía
tengo alguno. Si tronaba un poco, se iba la luz. La luz fue un acontecimiento
en el pueblo que apareció a principios del siglo XX. En algunas casas solo
podían encender una luz a la vez, o sea, que, si abrían la de la cocina o un
cuarto debían cerrar otra, pero eso era en las casas más pobres. En la mitad o
más tenían bombillas en todas las habitaciones.
Si se iba la luz no era tan grave
como ahora, las calles si, a oscuras, a dormir temprano, y no había
frigoríficos, ni calefacción, ni refrigeración eléctrica, ni teléfono ni
televisión ni nada, solo alguna radio ¿Qué viejo soy! Estoy escribiendo de la posguerra
y anterior, a principios de los sesenta empezaron a cambiar la cosa muy
deprisa: lámparas en las habitaciones, maquinillas de afeitar, frigoríficos,
televisiones, lavadoras y otros electrodomésticos; la luz seguía fallando
mucho, pero cada vez menos.
El progreso urbano llegaba a los
pueblos que cuando yo era zagal todavía estábamos en la Edad Media, pues
tampoco había agua corriente y se tenía que ir a fregar la vajilla a la
acequia, a lavar y esbandir al lavadero o al rio, los trenes con leña o carbón
(que si ibas a Barcelona llegabas lleno de carbonilla, y era un adelanto),
El corte de luz del lunes 28 en
toda la península, nos enseña que hay cosas que son irreversibles, que no
tienen marcha atrás. Una es la electricidad. Si nos la encarecen, a pesar de
ser productores en nuestro suelo, nos arruinan y si, por un accidente o
economía de guerra, nos la quitaran volveríamos al subdesarrollo que no lo
quieren ni quienes abominan del progreso y añoran los años pretéritos que dicen
que eran mejores y se comía más sano a pesar de que la mitad de la población
estaba arguellada y la media de vida era mucho más baja que ahora.
La normalidad de ahora no es la
normalidad de antes. La sociedad es radicalmente diferente, solo hace falta ver
la perplejidad de la gente porque no le funcionaba por unas horas su teléfono
móvil (que horror si nos bombardean y tenemos que estar así unos días o
semanas; algo no descartable tal y como están las cosas). Yo me fui a la cama a relajarme y me preguntaba: cuando nos muramos y vayamos al Cielo ¿Tendremos IA allí y estaremos a las últimas? ¿Nos fallarán los
políticos, que son los que tienen la culpa de todo, o viviremos como en la
prehistoria, o sea, en el Paraíso Terrenal? A ver si el nuevo Papa nos despeja
la duda, ya que tiene línea directa con Dios.
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