Perteneció hace ya muchos años al Partido Socialista y se presentó en sus listas electorales al menos una vez, sin fortuna, luego con algún otro partido, también sin fortuna. Ahora desde su atalaya de independiente rebotado, se dedica a despotricar contra todos los políticos de manera generalizada. No lo hace en este artículo que escribió recientemente en el “Periódico de Aragón”. Coincido con él.
ESCRIBE:
El sueldo de
los políticos es tema recurrente en las barras de los bares españoles, donde se
ejerce la crítica política de manera intensa, visceral y encendida, más incluso
que en las tribunas del Congreso y del Senado, meras pasarelas para debatir
asuntos que no suelen interesar en demasía al personal.
El cargo de
alcalde es el más cercano al ciudadano y es el que supone una mayor y más
directa exposición ante los votantes. Los alcaldes de las ciudades están todos
profesionalizados y cobran en muchos casos sueldos sustanciosos; los hay, como
los de Barcelona y Madrid, que superan los cien mil euros anuales; ganan más
que los ministros y que el presidente del Gobierno. A esos ingresos sujetos a
retención hay que añadir dietas por asistencia a plenos y a comisiones, que no
cotizan a Hacienda y que en algunos ayuntamientos superan los 750 euros por
pleno ordinario. La mayoría de los alcaldes de las ciudades medianas y
pequeñas, de diez mil habitantes para arriba, tienen emolumentos que rondan los
cincuenta mil euros anuales (siempre cantidades brutas).
Estas cifras
duplican, triplican o quintuplican el salario medio en España. También hay
muchos alcaldes de localidades pequeñas, probablemente la mayoría, que no
cobran nada, pero trabajan a todas horas para que a sus vecinos no les falten
los servicios básicos.
Al frente de
las alcaldías españolas ha habido de todo: tipos corruptos, groseros y
maleducados que salían en televisión, donde les reían y jaleaban las malditas
gracias, metidos en un jacuzzi y rodeados de señoritas en bikini; lerdos y
horteras sin la menor preparación que ejercían el cargo paseando del bracete a
folclóricas cupletistas por las calles de ciudades turísticas; alcaldesas
populistas e incompetentes que condujeron a sus ciudades al borde del colapso;
y también, los más, gente honrada y realmente trabajadora.
Conozco a
alcaldes y a concejales de todo el espectro y colores políticos, que,
independientemente de su afiliación y de su sueldo, se dejan la piel por sus
vecinos. La mayoría de estos ediles son tipos decentes y limpios, que desean y
procuran lo mejor para la localidad que gobiernan. No es difícil
identificarlos: basta con pasear por las calles de las ciudades y los pueblos
de España, ver qué cuidadas están, cómo se conservan las instalaciones y los
espacios públicos, cómo se atienden los servicios sociales y culturales y cómo
hablan de ellos y de ellas (afortunadamente hay cada vez más alcaldesas), sus
vecinos.
Tener un
alcalde o una alcaldesa así no tiene precio.
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