viernes, 5 de mayo de 2023

Comentario. El estío que nos viene

 Aunque me odien muchos amigos y amigas, me encanta este tiempo tórrido.

Cuando iba a trabajar, en turno de tarde en estos meses de calor a las cadenas de horno de la empresa donde trabajaba, después de comer y mientras esperaba el coche de empresa, me tomaba un carajillo en el bar de debajo de mi casa para ir bien armado. Sudaba, pero hasta disfrutaba trabajando y cantando jotas que nadie sufría porque con el ruido de las cadenas y las prensas de al lado nadie oía (así estoy de sordo), ahora no creo que disfrutara del calor; me deshidrato y desfallezco si estoy en una situación parecida, pero siendo pensionista y no trabajando no sé dónde está el agobio con este calor que me dicen algunos y algunas jubiladas.

Será, este amor mío por el verano y el calor, el que nací en un horno de pan cocer. En invierno no pasaba frio en mi casa pues había calefacción central todo el año. Aunque no teníamos agua corriente, en pleno estación fría me bañaba en la habitación de encima de la olla del horno, con un balde y con una galleta (cubo) de agua previamente calentada y un vaso de aquellos de cinc o aluminio me remojaba todo el cuerpo y me enjabonaba. Los sábados, porque tampoco se estilaba el bañarse todos los días. La cara y el pelo sí, y curiosamente no sé porque el cuello siempre bien lavado y no otras partes del cuerpo. Las manos las veces que hicieran falta. Los que éramos limpios. El pelo me lo lavaba con un huevo y no recuerdo si con un limpiador de polvo de la casa “Norit” u otro jabón no muy recomendable hasta que salieron los champuses aquellos primerizos que iba a comprar con pudor no me fueran a confundir con uno de la “cera de enfrente”.

El cambio climático es cierto según dice la ciencia, aunque los negacionistas reaccionarios no se lo creen; yo tampoco mucho, pues todavía no ha modificado tanto las temperaturas como para decir que ahora llueve menos, que hace más calor, más frío o el tiempo es más inestable. En esta tierra nuestra de Aragón igual que en toda la zona continental de la Península, las sequias han sido históricas y han traído hambrunas en otros tiempos y su derivación de epidemias y enfermedades. Cuando trabajaba en la fábrica de Zaragoza y comenzaban a contratar (ya no contratos fijos) a jóvenes de nueva generación, me sorprendió la poca tolerancia que tenían al calor. Yo no la tengo al frio, que soy muy friolero, me imagino que será porque nunca he pasado frio, siempre con calefacción en casa que cuando iba a dormir a la de un familiar, en invierno, era terrible el levantarse por las mañanas. 

Pero también la gente mayor, ahora, observo que no se sube a un coche si no tiene refrigeración. Todavía no lo tengo en el mío. Si cuando éramos jóvenes hubiéramos esperado a tener refrigeración en los coches no habríamos salido ningún verano ¿A quién le molestaba el calor entonces? Ahora, sin embargo, nos asfixiamos. Si alguna pareja quiere retozar en el coche por el verano y no tiene refrigeración seguro que se irá cada uno a su casa.

Sin embargo, la gente se va a torrarse y achicharrarse al sol, que se ponen como las gambas al ajillo. Es una paradoja. Yo, a la nieve y la montaña en verano, y a la playa con fresquito. Lo otro no lo veo natural, no entiendo cómo van a miles a hacer lo contrario de lo que dicta el sentido común. El mío, porque cada cual tiene su sentido común.

Recuerdo como cercano ya a las fiestas de Santo Domingo, acudían a la panadería muchas mujeres a hacer repostería y cocerlas en el horno. Entonces hacía tanto calor como ahora, más o menos y según la añada. A las cuatro o las cinco de la tarde del mes de julio, el sol pegaba fortísimo en la fachada de mi casa, lo que unido al calor del horno la temperatura era elevadísima. Las parroquianas le decían a mi padre como hacíamos para aguantar eso. Solo disponíamos de un botijo con un paño húmedo al “sereno” (la evaporación produce frio), pues entonces no disponíamos de nevera, pero eso solo servía para la noche. Mi padre sin embargo tenía el remedio:

El calor y el frio es un concepto relativo, dialectico. Pertenece a la ley del péndulo o de la contradicción de los iguales (no existen por sí mismo, como no existe lo alto y lo bajo, sino en relación con otro. Yo soy gordo si me comparo con un flaco, pero si me comparo con uno más gordo que yo, soy delgado. Eso lo explico yo de manera docta que como toda pedantería se entiende mal. Mi padre no lo explicaba así porque no había estudiado a Hegel, ni a Marx; ni idealismo ni materialismo dialectico como su hijo, pero lo expresaba mejor con ejemplos:

Cuando echaba la “calienta” (quemaba leña en la hornilla) para aumentar la temperatura de la bóveda y cocer adecuadamente las torticas, habría la hornilla y les decía: -“poneros aquí bien cerca, dejaros calentar hasta que no podéis aguantar y luego salir rápidamente a la puerta del establecimiento y veréis que “fresco”-. Y era cierto; a pesar de la calima, del sol y de la altísima temperatura de la calle, el frescor que se experimentaba era delicioso.

No sé si logró convencer a alguna parroquiana. Pero es científico.

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