El autor desgrana sus
recuerdos en torno a las dos salas de cine que tuvo este municipio de la
comarca turolense del Bajo Martín en la segunda mitad del siglo XX. Por: Antonio Zapater Fandos
Soy de un pueblo de la comarca del Bajo Martín, en la provincia de Teruel, que se llama Samper de Calanda y, como tantos otros pueblos, se nos está vaciando. Yo quiero hacer un homenaje al cine, y mis recuerdos me llevan a los años en los que la población de mi municipio estaba bien asentada y existían dos salas, cosa que para un pequeño pueblo era todo un lujo.
Según recoge Ángel Gonzalvo en
su libro de entrevistas a propietarios y empleados de los antiguos cines
turolenses, La Memoria cinematográfica del espectador, entre 1947
y 1954 existió en Samper un cine que se usaba como sala de baile. Su
propietario, Mariano Yebra, acabó vendiéndoselo a José Espés, quien lo tuvo en
funcionamiento entre 1955 y 1975. Se
llamaba el cine Moderno, aunque la gente lo conocía como cine ‘Espés’,
tomando el apellido de su propietario. Era un edificio con un patio exterior
donde había una morera y unas
escaleras que subían a la cabina de proyección, en la cual nos colábamos
los zagales a pedir al ‘Espés’ recortes de película para hacernos unos aparatos
con cartones y, a través de una luz, ver lo que venía a ser una especie de
diapositiva.
El cine era de reducido
tamaño: contenía 200 butacas de madera y detrás, unas gradas a las que
llamábamos el gallinero y donde cabían unas 40 personas. Había una especie de cuadra
que hacía de bar, con un tablero de madera y muchas cajas de cerveza y
refrescos; una puerta daba acceso al
cine.
Lo bueno de este cine era que
no había censura; nos dejaban pasar casi siempre a los chicos y chicas, pues el
negocio se basaba en que cuantos más espectadores, mejor. Tenía en la plaza una
cartelera con barra y ponían unos cartones con los fotogramas de la película.
Algunas veces, cuando salíamos del cine,
nos dábamos cuenta de que alguna escena no había salido, digo yo que
serían de otra película
Un recuerdo que tengo de un
sábado: fui con mi hermana, que era mayor que yo, al cine y vimos una película
de terror. Para volver a casa, con aquellas bombillicas que había en las
calles, las pasamos canutas; creo que no he pasado tanto miedo en mi vida, pues
creíamos que a la vuelta de una esquina nos iba a salir el asesino que habíamos
visto en la pantalla del cine.
Más tarde, a principios de los
años 60, a un cura que había en Samper se le ocurrió, en colaboración con las
‘fuerzas vivas’ del pueblo, crear un Centro Social Católico, eso sí, con costes
al erario público y con la colaboración desinteresada de todos los vecinos, y
se creó el Centro Social Católico Virgen del Pilar. La propiedad y los
beneficios pasarían al Arzobispado de Zaragoza, todo sea por la cultura y en
beneficio de la Santa Madre Iglesia.
Dicho y hecho. El Ayuntamiento
cedió los terrenos, se cortó la madera de los pinares, se vendió y se crearon
los socios. Como todos sabemos, estaba mal visto no ser socio, solo no lo eran
las personas con pocos o ningún recurso.
Se puso la primera piedra con
todo el boato y propaganda, que corrió a cargo del famoso arzobispo Morcillo, y
comenzaron las obras; la cantidad de jornales que echaron los vecinos y
en dinero que aportaron nadie lo sabe. La ubicación se eligió en un cabezo
enfrente de la iglesia. (antiguo fuerte o castillo de las Guerras Carlistas),
un lugar privilegiado al cual se accedió por una pasarela.
Y allá por el año 1962, se
inauguró el centro, compuesto por un cine con 650 butacas de madera de esas que
se levantaban cuando no había nadie sentado, un bar con una hermosa terraza con
unas vistas impresionantes a la huerta y una sala de TV. Tengo que reconocer
que el FOCAR (Fomento de la Cultura, Deporte y Recreo), como lo llamaban los vecinos,
potenció los actos culturales, ya que la juventud creó grupos de teatro y de
música, y el pueblo dispuso de un local para presentaciones de las reinas de
las fiesta y diversos actos, siempre
bajo la atenta mirada de una junta de católicos presidida por el cura, por la
cual pasaban todos los controles habidos y por haber, tanto en películas como
en obras de teatro. Pero bueno, alguna ventaja había que tener. Sábados y
domingos teníamos cine, y puedo
presumir de que era uno de los mejores cines de la comarca; qué digo, de
la provincia. Por aquellos años yo era
muy pequeño y no entendía muy bien, pero oía hablar a los mayores y preferían
el cine de ‘Espés’, pues traía mejores películas y sin censura por la temática.
Sirva de ejemplo la película Gilda, y algunas más de esas que empezaban con los
destapes.
Mis recuerdos del FOCAR poseen
el olor a bocadillo de calamares que en el descanso se compraba la gente
pudiente, y el sabor de las gaseosas. Yo me conformaba con el olor, pues en mi
casa nos venía justo y algunas veces ni podían darme dinero para la entrada. Cuando
había, me llegaba para una bolsa de kikos y una gaseosa; otra solución era
esperar al descanso y colarme si no me pillaba el acomodador (se tocaban tres timbrazos para avisar la gente
que estaba tomando algo en el bar). Creo recordar que el bocadillo, la entrada
y la gaseosa salían por unas 12
pesetas, así que los domingos había que buscar donde fuera a los abuelos y a
los tíos para conseguir alguna peseta, por lo menos para la entrada.
El acomodador tenía un faenón
con nosotros, pues como el cine estaba en cuesta nos encantaba tirar las
botellas de gaseosa vacías, que hacían un ruido tremendo hasta que chocaban
contra el pie del escenario. Ya tenías al tío Casión con la linternica a
ver si pillaba al que había sido y, si era así, lo sacaba a la calle.
Otros recuerdos que tengo son
de los cortes que le daban a la película cuando había una escena de besos o un
poco tórrida. Terreu, que era quien manejaba la máquina y era muy beato, se encargaba de cortar las películas, y se
liaba la de dios cuando golpeábamos en la madera de las butacas como protesta,
hasta que venían los acomodadores, el tío Figote o el tío Casión, a poner
orden.
En la entrada del bar había
una taquilla de madera y detrás solían estar la Pilar “la Coja” o la Teresica
“la Contadera”, que te vendían unas entradas de un papel basto y de colorines
(verdes, naranjas etc…). Solía
haber el sábado noche una sesión para mayores y el domingo, para todos los
públicos: películas de vaqueros o de romanos y gladiadores; también se montaba
guirigay cuando atacaba la caballería o los romanos ganaban.
En el pueblo teníamos la
costumbre de pasear desde la plaza por el altero, que era donde colocaban las
carteleras de los cines, y los mozos les preguntaban a las mozas qué película
de las que echaban les gustaba más y a cuál de ellas iban a ir; pero muchas
veces los engañaban, pues les decían lo contrario de lo que iban a hacer y los
mozos se quedaban esperando en la entrada, pero como las chicas no venían,
había que correr para llegar al otro cine. Luego, como eran un poco brutos, se
lo hacían pagar: en el tiempo de los
carruchos (una clase de cardos), cogían
los mozos un buen puñado, se sentaban en la fila de detrás y se los pegaban a
las chicas en el pelo; no veas los enredones que se hacían para quitárselos
También en el tiempo de los
latones nuestras cabezas pensantes discurrían maldades. El latonero es un árbol
que se da por estos lugares y da unos frutos del tamaño de los guisantes; cuando
están negros se pueden comer, pero tienen un hueso redondo como la olivas.
Antes del cine trepábamos al latonero, nos llenábamos los bolsillos de latones
y, con una caña del diámetro de los
huesos, nos hacíamos una especie de cerbatana. Rosigabas el latón, introducías
el hueso en la caña y, con un fuerte soplido, lo disparabas y le arreabas en
toda la cocorrota al que estaba viendo la película unas filas más adelante;
éramos zagales y no discurríamos nada bueno.
También me acuerdo de
despistar al acomodador para colarnos en las películas de mayores; de nuestros primeros ligues, procurando
sentarnos detrás de las chicas que nos gustaban. Solo hacíamos que
incordiarlas, porque éramos un poco salvajes. Lo que sí reconozco es que el
cine nos trajo cultura al pueblo, y que era un punto de encuentro en torno al
cual giraba la vida de chicos y mozos, además de los matrimonios que salían los
sábados por la noche para disfrutar con una película; todo un lujo, pues en
otros pueblos de alrededor que carecían de cine eso no ocurría. Incluso aunque
lo hubiera, algunos jóvenes venían aquí por las chicas, como los de Escatrón.
Así, tuvimos en Samper de
Calanda la suerte de disfrutar de dos cines, de entretenernos con las películas
de vaqueros, las de romanos y las del destape; de reírnos y emocionarnos con
actores como Manolo Escobar, Gracita Morales y Paco Martínez Soria; de
adquirir, en suma, una cultura cinematográfica que, para aquellos años y tal
como estábamos en España, no era moco de pavo.
Después cerraron el cine FOCAR por aluminosis, pero el bar continuó muchos años más. Después de mil peleas con la junta y el Arzobispado de Zaragoza, el Ayuntamiento de Samper ha conseguido en 2014 comprar el edificio a la Iglesia y que retorne el edificio al pueblo. La idea es hacer un salón multiusos con escenario para obras de teatro y proyecciones, además de un bar y un tanatorio, que ya está terminado y operativo. Así como vayan llegando los fondos volveremos a tener nuestro añorado cine, pues hoy en día nos apañamos con el cine a la fresca en el parque que se hace en verano y alguna película en el salón del ayuntamiento, pero son casos excepcionales.
Antonio Zapater, eso de que Terreu cortaba las películas lo dices tú, que imagino estarías en la cabina de cine para verlo. Qué fácil es hablar de las personas cuando no están para contestarte. Poco decías esas mentiras cuando te comías las tortillas de patata que llevaba al CIR cuando estabas en la mili.
ResponderEliminarLos latoneros son almez ... Y existen en toda España al menos ... En Córdoba En Medina Azahara al lado de la mezquita hay varios bien hermosos ... Pregunte y allí les llaman algo parecido alme........
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