AUTOR: Miguel Abós Bes
Colaboradores:
Ramón Insa Fandos
Luis Laín Nicolau
2.- LAS VIVIENDAS.
En
nuestro pueblo, como en la mayoría de los de nuestra zona, las casas eran
distintas según la profesión de sus habitantes. Si ejercían la labranza, en
general, eran más grandes y si eran empleados ferroviarios bien de la Renfe o
bien de la Calvo Sotelo de Andorra o jornaleros o pequeños industriales, eran
más pequeñas.
Los
primeros, los labradores, disponían de casas con sus plantas bajas dedicadas a
cuadra, cochera, cuartobajo-almacén, y un corral, más o menos grande, para la
cría de animales, principalmente gallinas, pollos, conejos, pavos, y cerdo o
cerdos, si la casa tenía cierto patrimonio. En bastantes casos, un mozo de la
familia o dos, cuando en las de familias había varios hijos, o, si tenían
criado, dormían en la pajera, contigua a los pesebres para vigilar a las
caballerías. Igualmente, en el corral, tenían un rincón, un “chamizo-fogaril”,
para cocer las patatas pequeñas, remolachas, etc… que mezclaban con salvado
como alimento para los animales. Y aunque, también había una cocina en esa
planta baja, era en la primera planta donde estaban los dormitorios y otra
cocina-comedor “más arreglada”, aunque de uso sólo en festividades importantes
o cuando llegaban visitas. La parte más alta correspondía a los graneros, donde,
además, se secaban los jamones, los “blancos”, los lomos y embutidos variados;
también allí se guardaban las manzanas, peras, granadas, nueces y otras frutas
que se podían conservar hasta el invierno. (¡Que ricos eran los orejones y las
higas secas! Todavía recuerdo las manzanas y las peras de Roma, llamadas aquí
de mala cara, en los montones de trigo y en los cañizos). Con la orientación
hacia el sur y en las casas grandes, se ubicaban los solanares, que ejercían
funciones varias, como era, tendedero de ropa, secado de higos y panizo, y
punto de reunión con vecinos en las tardes de invierno para tomar el sol y
hacer labores de punto.
Generalmente,
las casas de los “oficiales” eran más pequeñas, pero todas tenían su corral
para la cría de animales, igualmente su “cuarto bajo” para las tinajas,
patatas, verduras, frutas de temporada y trastero, dependiendo del tamaño; el
resto de la vivienda guardaba una disposición similar, lógicamente sin tres
cocinas.
La
cría de cerdos, conejos, gallos, así como los huevos de las gallinas servían
tanto para el abastecimiento familiar como para la venta, pues venían
intermediarios a comprarlos, quienes, luego, los suministraban a otros
comerciantes en las capitales, principalmente Zaragoza. También, según las
necesidades, se vendían los jamones (estos ingresos ayudaban en años de malas
cosechas a la economía familiar). Las gallinas y conejos se criaban sueltos en
los corrales.
En
la década de los 40 y comienzos de los 50, en unos y otros domicilios, solían
tener una o dos cabras con el fin de obtener leche tanto para los niños como
para los ancianos que tenían poco apetito o estaban enfermos. Las cabras salían
a pastar en “régimen de aparcería” con un pastor que cobraba una cantidad por
cada animal. (Resultaba curioso, hoy impensable, cómo las cabras al atardecer
circulaban solas por las calles en dirección a las casa de sus dueños, aunque
también algunos iban a recogerlas al Corral que estaba en la calle de Las
Ventas). Posteriormente, ya se iba a comprar la leche a las lecherías o
vaquerías, donde las dueñas con su delantal y manguitos blancos, llenaban
aquellas impolutas lecheras de aluminio con tapa. (Recuerdo, con cariño,
aquellos cantareros y mesas con sus recipientes y distintos medidores tan
brillantes y cuidados).
Pero
no era el objetivo de este trabajo el hablar en demasía de las viviendas, sino
exponer los problemas que se generaban por la carencia de agua en las mismas. Y
no sólo por su escasez había dificultades, también ocurría que cuando se
acumulaba agua por la lluvia en los corrales, éstos se inundaban y había que
eliminar su exceso, para lo cual se instalaban algunas rejillas que vertían a
las calles, muchas veces con colores variados debido a los excrementos de las
cuadras y los causados por los otros animales, pues se amontonaban en “femeras
o fimeras” en un rincón de los mismos.... Eran bastantes las casas que
disponían de “arbellones”, que desaguaban a las calles.
Las
consecuencias de esos vertidos se traducían en el pago de unas tasas
municipales.
Creo
recordar que había otro impuesto municipal por las llamadas “rejeras”, los
vertidos de agua a la calle por aquellos tejados que no disponían de canales.
3.- EL LAVADO DE LA ROPA Y DE LA
VAJILLA
Las
sábanas de la cama, los almohadones, las toallas, las camisas e, incluso, la
ropa interior se cambiaba una vez por semana. Las coladas importantes de ropa
se hacían en una jornada entera, y, a veces, hasta en dos. Se ponían las
prendas en jabón de tajo o casero (se preparaba con aceites usados, grasas y sosa)
la tarde-noche anterior y luego más de media mañana lavando, frotando y
restregando.
El
lavadero (vación) era de piedra con uno o dos vertientes, aunque también se
usaban de madera; cuando lavaban dos mujeres, se usaba también un supletorio,
una tabla de madera con rebajes o estrías adecuadas. La ropa de pana, y la de
color muy sucia, primero se ponía en remojo con “tierra pelaire”.
Terminado el lavado de la colada, la
ropa blanca se mantenía en lejía varias horas. El trabajo era muy duro para las
amas de casa, pues luego debían cargar los baldes con la colada mojada a la
cabeza y un cubo en el brazo, acercarse a la acequia más próxima al domicilio,
aguardar turno si los “puestos” estaban ocupados y a “esbandir” o aclarar. Todo
eso en el mejor de los casos, pues si el agua bajaba turbia, había que llegar
al lavadero o ir al río. Las esperas en la acequia o mientras aclaraban la ropa
o fregaban la vajilla, permitían contar anécdotas y chismes que distraían a las
jóvenes y menos jóvenes.
El agua que entraba al lavadero
procedía de un manantial próximo, por debajo del nivel de la carretera y pegado
a la casa de la Parra. Igualmente se aprovechaba esa agua para el matadero que
era un edificio municipal anterior al lavadero (siendo alcalde D. Ignacio
García Diego, veterinario local, se estudió el aprovechamiento de las aguas
para suministrar a las casas vecinas)
(Mi madre me contaba que, en
alguna ocasión y a causa de una turbidez persistente en las aguas de la
acequia, un vecino mayor con su burro y su carro les había llevado la ropa a
algunas vecinas hasta la Balsa de Valdellego para el aclarado).
Fregar
en la acequia era otra odisea; primero, los platos de porcelana y las perolas
menos sucias las embadurnaban con tierra que sacaban de agujeros del mismo
cajero; las sartenes, pucheros y ollas más sucias o negras por el fuego, se
frotaban con arena, que obtenían al machacar con piedras más duras o de
“claricia” otras piedras areniscas; para facilitar la tarea, utilizaban
espartos arrancados del monte o compraban en rollos más o menos grandes; y a
frotar y frotar hasta que brillaban como espejos.
Valdellego 1N |
En
Samper existían varios lugares para llevar a cabo estos menesteres. Un espacio
muy frecuentado por bastante gente de la parte de la “villa” (vertiente norte
del pueblo) era el “caño de la Acequia Nueva”, situado en la calle de La Luna,
entre la casa de Simón y la carpintería de los hermanos Espes, tenía un difícil
acceso al tener que descender 25 o 30 peldaños bastante empinados, y que, en
invierno, constituían un peligro por el hielo y la humedad; con tan sólo cuatro
sitios para realizar las tareas, poseía la ventaja de estar a la sombra en los
meses de la canícula. Otros sitios en la “villa” eran: el Hospital, junto a
casa de Lucía “la costana” y el Portal de San José con aguas de un pequeño
brazal que comunicaba la Acequia Nueva y la Acequia Vieja; también en el
“molinico Tolo”. En la zona de “la parroquia” (vertiente sur del pueblo) había
más lugares, empezando por la Granja, en la parte trasera de la casa de los
“habaneros; al lado de casa de Rogelio, en la calle del Molino, aunque con
alguna dificultad; en el molino harinero; al lado de la Carretera en la
“Zaiqueta” y en el molino de José Antonio.
Valdellego N2 |
Las
pilas o abrevaderos eran “sagrados”, de uso exclusivo para beber las
caballerías y existían media docena de emplazamientos: unas pilas en el portal
de San José, otra la Pila Gorda cerca del anterior (con ubicación actual entre
casa de Miguel Ángel Bes y José Antonio Villanueva); otras en el molinico Tolo;
en el Pozo Caracol; en la Granja; otras al lado de casa de José Antonio Espes
(habanero); otras en el “Vación” junto al Lavadero. La pila del Caidero era
utilizada al regreso de realizar tareas en la huerta.
4.- LA HIGIENE PERSONAL
El
aseo diario lo realizábamos en una palangana de porcelana colocada sobre una
silla, una mesa baja o un cajón de madera. Si era invierno, en la cocina y si
era verano, en el cuarto bajo o en el corral. Los pequeños, antes de ir a la
cama, debíamos lavarnos las rodillas y las piernas, pues llevábamos pantalón
corto, y a frotar, incluso con jabón de tajo y esparto, según la suciedad. No
había duchas, por lo que el cuerpo, sólo los domingos y antes de ir a misa, en
un balde de cinc e igualmente, dependiendo de la temperatura exterior y para
los niños, con agua calentada al sol o calentada en el fuego o cocinilla
económica.
El
lavado del pelo se realizaba con jabón casero y el aclarado con agua a la que
se añadía un chorro de vinagre. A veces, se echaba una yema de huevo en la
cabeza, principalmente a las chicas, para fortalecer el cuero cabelludo.
Quiero destacar que los lavabos
que había en los dormitorios principales, eran casi de uso exclusivo del médico
tras la exploración del enfermo o del propio enfermo que con dificultades podía
levantarse de la cama. Había una jarra de porcelana, de cerámica o de cinc con
agua “buena” en la parte baja, jabón y toallas blanquísimas, de algodón o lino,
colgadas en los laterales.
Y
en verano siempre quedaba el rio para bañarse. He visto llegar a algunos
labradores cubiertos de polvo por la siega o por la trilla, que bajaban
lanzados por la cuesta del puente de la Torica y ¡chapuzón! en el Pozo Mariel.
Otras zonas para baño en el río eran el pozo Pireta y las Peñas de Bruja.
Por
los años 60, un grupo de jóvenes solicitaron algunos permisos y con mucho
trabajo y muchas horas de esfuerzo, sacaron todo el barro y maleza que estaba
acumulada en la Balsa del Plano de la Cruz; limpiaron las paredes y el suelo
con rasquetas y cepillos, y a base de agua y más agua se consiguió... ¡la
primera piscina! el agua procedía de la Acequia Nueva, pasaba por un pequeño
sifón para atravesar la carretera y por un brazal de cemento llenaba la balsa.
Balsa del Plano de la Cruz |
Tenía que cambiarse el agua un par de veces durante el verano, para lo cual se
quitaba el tapón de madera, que no era otra cosa que una punta de madero
recubierto con un trapo o un saco y un clavo gordo.
Homenaje a los "mayores" (Barrio San Agustín) |
Las
vecinas que llevaban aquellos moños y rosquetas, se juntaban para peinarse y
pasarse las “lendreras” y peinetas por sus largas melenas.
Otro
tema era el retrete o escusado (según decía mi abuelo). En las terrazas,
galerías o en un rincón en los corrales, existía una pequeña caseta con una
tabla y un agujero, generalmente, con tapa y el pozo negro. Para evitar malos
olores, se añadía ceniza o agua jabonosa o con lejía de las coladas. Lo peor
era cuando, en alguna ocasión, había que limpiar.
CONTINUARÁ...
CONTINUARÁ...
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