No sé si ustedes ven la telenovela esa de “El Secreto de Puente Viejo”;
yo sí, me encanta esta serie. Es un drama rural, folletinesco pero con buenos
actores (por lo menos los principales y algún secundario), en el que sale un
pueblo de la España profunda de cuando la “Restauración borbónica”, con un cura
bueno, muy bueno y una rica cacique, doña Francisca Montenegro, mala, muy mala. Todos son
buenos hasta empalagar o malos rematados, como en las series clásicas y no
estos dramas actuales amorales donde nadie es malo ni bueno del todo, sino
entreverado.
Hablan un castellano exquisito, hasta
cuando lo hacen en arrabalero de Madrí, y no ese menjurje chelí, mezcla de
macarra y pijo, que se estila cada vez más en las películas, en la televisión,
en las redes y en la vida cotidiana. Doña Francisca, “la Paca”, como la llaman
cuando no está presente, es la dueña absoluta del pueblo, salvo algún rico, por
lo general emparentado con ella; es la más influyente de la comarca, incluso
por encima de algunos industriales que quieren pasar del dominio de “la Paca”
pero no pueden, y con una enorme autoridad por su dinero entre la oligarquía
provincial, pues tiene comprados a jueces y gobernadores, y los bancos le
rinden pleitesía.
No es sin embargo una aristócrata del
antiguo orden absolutista, sino una terrateniente burguesa, conservadora y
liberal al mismo tiempo, de aquella clase de caciques y oligarcas
liberal-conservadores que tan bien supo retratar don Joaquín Costa.
Tiene a toda la población campesina
bajo su mando a los cuales extorsiona como colonos de sus tierras, y a los
jornaleros, criadas y criados poco menos que como esclavos. También tiene una
fábrica textil, parece ser que en otro pueblo, pues nunca se ve su ubicación, a
cuyos obreros disciplina con mano dura y una serie de sicarios a sueldo entre
los que destaca su capataz, Mauricio. No duda en deshacerse de sus serviles
esbirros, de matar a cuantos se interponen en su camino o se le revelan aunque
sean hijos suyos (con dolor de corazón, eso sí), puede llegar hasta llorar,
porque ella ha heredado de la antigua ralea hidalga y cristiano vieja, los usos siniestros de casta.
Está traumatizada “doña Cacique”,
porque desgració a su adorado y heredero hijo “Tristán”, pues este se enamora y
quiere casarse con una “partera” analfabeta pero de gran carisma y aprecio
entre las gentes del pueblo a la que mando asesinar; también termina por
abandonarla su agraciada hija; una señorita libertaria burguesa a la que le
manda matar también al mozo del que se enamora porque era de familia pobre,
tenía dotes artísticas
creativas y no se casaba con nadie -bueno, con su hija
si quería casarse-; emigra del pueblo, la hija, y aparece a los años toda
moderna, provocadora y arrejuntada con un negro zumbón americano con el que
baila el charlestón y el pecaminoso tango en la plaza para las fiestas, y que
se enamora (el negro zumbón) del pueblo porque, en Puente Viejo, la gente es
más abierta y tolerante que en EE.UU. (para que te fastidies) y hay caciquismo
sí, y mucho, pero no mafia (que no es lo mismo) y prejuicios de clases,
también, pero no segregación racial (que tampoco es lo mismo).
Tienen que irse de nuevo, porque doña
Francisca no tolera los libertinajes de su hija (meramente folklóricos como ir
con pantalones o bañarse en el rio con poca ropa) o el color abetunado de su
novio, que es un caballero culto que sabe varios idiomas y que toma vinos con
el cura católico del pueblo siendo como es él protestante.
Lo mismo tiene que hacer su nieto,
Gonzalo, un cura “revotado” pero muy piadoso, como todos los revotados de cura,
que se casa con María, su ahijada y el hijo de ambos y bisnieto de ella, porque
los iba a matar por no “bailarle el agua” a la condenada; residen en el extranjero
esperando que escampe la cosa para poder
regresar al pueblo.
La telenovela bien podría ser una
parodia de la actualidad. El alcalde del pueblo está puesto a dedo por la
“cacicona”; Gracias a ella el alcalde y su familia, la “familia Mirañar”, que
representa a la típica clase media conservadora, ociosa y poco productiva,
surgida del clientelismo y del enchufismo político de los oligarcas y caciques
de “La Restauración”, regenta el colmado del pueblo en el que todos los
paisanos se tienen que someter a sus usureras prácticas.
También el principal bar del pueblo y la
fonda-posada está regentado por una familia de trabajadores que representa a la
clase media progresista y laboriosa, con mucha dignidad, y a la que “la Señora”
no oculta su desprecio, pues su otra hora protegida Emilia Ulloa, hija de su
amante y
madre de María, casó con un antiguo jornalero suyo, Alfonso Castañeda, muy hacendoso pero
insubordinado, y no lleva muy bien eso de que se mantengan autónomos sin contar
para nada con su patrocinio.
Lo curioso es que doña Francisca no
es consciente de su maldad, cree que sus privilegios, su fortuna y su poder son
naturales y de procedencia divina. Que el infortunio de los paisanos son
también naturales. Manda incluso sobre el clero, al que le ofrece buenas
dádivas para que le guarde un cacho de cielo, pero eso no le sirve con el cura
del pueblo (que podría ser el Papa Francisco), que no le absuelve de sus
pecados (“que Dios nos perdone a los dos, si quiere, pero yo no le absuelvo”
-le dice-, “pues no te daré las perras para arreglar el tejado de la iglesia”-
le contesta ella-).
Esta inconsciencia se manifiesta
también cuando doña Francisca se queda arruinada. Cuando van a negociar sus
peones (Griegos), a pesar de que saben que no tiene nada que ofrecerles la ya
abatida y decadente señora, esta termina insultándolos. Porque, efectivamente,
doña Francisca no sabe que su tiempo se ha terminado. Varias cosas han
contribuido a que eso sea así; por un lado la gestión de su fortuna ha sido poco afortunada –valga la redundancia-, y a pesar de su inteligencia y su control
de las cuentas, no se apercibió que gran parte de esta se había llevado de
manera fraudulenta al extranjero, a paraísos fiscales, para que rindiera más y
se esfumó por mil vericuetos, pero el ministro de Hacienda o del Tesoro,
asfixiado por la situación económica de la España previa a “Primo de Rivera”,
no se lo podía permitir; está imputada y con todos sus bienes embargados.
Por otra parte aparecieron unos
nuevos industriales y terratenientes emergentes y poderosos que incluso se
establecen por sus feudos: Severo (China) y su inseparable amigo, Carmelo
(Rusia), en otros tiempo cercenados por doña Francisca hasta límites inhumanos
y en los que no ven la hora de la venganza. Incluso logran rescatar a su
buscada y anhelada hermana de Severo, Sol (que representa el tercer mundo),
rescatada de la prostitución.
Estos infatigables nuevos ricos no
pierden ocasión de ensañarse con la decadencia de la Señora; incluso pagan a los
jornaleros de esta por encima de lo que ella les pagaba y sin tener trabajo que
darles, tal es la inquina que le tienen.
Doña Francisca se ha quedado sola y
arruinada; bueno, le acompaña solo su fiel y lameculos capataz, Mauricio, que
no sabe vivir de otra guisa y Raimundo Ulloa, un antiguo libre pensador y progresista
(la socialdemocracia) que incomprensiblemente ha decidido unir su porvenir al
de doña Francisca llevado por un irracional y patológico amor hacia esta, más
fuerte que el que tiene hacia su pueblo y hacia su propia familia.
Ardo en interés por ver cómo va a
terminar todo; puede que entre unos y otros, Puente Viejo (Como Grecia), se
vaya a hacer puñetas, pero lo que está fuera de toda duda es que doña Francisca
ya no levantará cabeza; puede morir de malas maneras, apaleada quizá, por tanta
gente que la quiere mal o puede terminar en una residencia pobre, sucia y
horrorizada al ver que viene la II República de 1931. Solo las monjas de la
caridad le atenderán por compasión cristiana.
Pero ya veremos; decían que la serie
no llegaba a agosto del año pasado y ya se dice que durará hasta que alcance al
primer capítulo de “Cuéntame cómo pasó”. Teniendo en cuenta que están en el año
1921, ¡la de capítulos que se harán todavía! Parece ser que la “Paca”
sobrevivió a Primo de Ribera, a la II República y aun comentan algunos (yo no
me lo creo), que se la vio en la cola que se formó para despedir a Franco
cuando estaba expuesto en cuerpo presente; pero eso sí, muy vieja ya y
desmejorada.
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