Esta fotografía del Afilador me recuerda a los afiladores que venían por Samper cuando era un zagal; venían dos, en diferentes épocas del año. La comida del mediodía era unas chuletas que habían comprado en la carnecería, las ponían en una pequeña caja de lata con agua, sal, algo de aceite y la metíamos al horno que tenía mi familia en la calle de los Linares, número 2.
Se parecían mucho, los dos afiladores, hasta el punto de que los confundía. Un año le pregunté a uno de ellos sobre su vida y milagros; me contó que durante medio año trabajaba en su casa de campo en Galicia y cuando apenas tenían faena, se iba él y su hermano a recorrer toda España; uno salía en una dirección y otro en otra para no coincidir en las mismas localidades. Los dos que venían al pueblo eran hermanos y tenían parecido aspecto e idénticas costumbres, se parecían al de la foto totalmente como yo los recuerdo; llevaban boina, no me extrañaría que fuera uno de ellos.
Ambos acarreaban su máquina
afiladora como la de la fotografía. La rueda grande servía para rodar por las
carreteras, que en aquellos tiempos muchas eran de grava como la que iba de Híjar
a Castelnou; cuando se paraban para afilar, elevaban la rueda, ponían una correa
sobre otra rueda paralela a la de rodar y el disco paralelo a la polea del
disco afilador; la rueda con la polea y el disco afilador se movía con un pedal,
impulsado con el pie. Tenían una hoja de chapa, no sé de qué material que, aplicándola
al disco de afilar u otro similar, que eso tampoco lo sé, emitía un chuflido
o chiflo muy característico que informaba que el afilador estaba en el pueblo.
Últimamente aparecieron afiladores
ya con la máquina adaptada a una bicicleta y más modernamente a una moto. No
hace mucho, en el barrio del Actur de Zaragoza en el que resido actualmente, escuche el
chiflo del afilador, lo localice y le baje unas tijeras muy buenas que había comprado
en la “Casa de cuchilleros de Toledo”. Era, este afilador, relativamente joven
y me dijo que moraba en Galicia, como toda la estirpe de afiladores. Lo vi más
veces, pero hace unos pocos años ya no ha aparecido o por lo menos no lo he visto.
Pregunté y me dijeron las vecinas que solía venir todavía. Debe ser el último.
El precio por el trabajo era recateado con las vecinas y a veces también por
algunos hombres.
Cuando estuve en Cataluña, en
Cornellá de Llobregat, trabajando en una carpintería que también trabajaban en
modelos de madera para la fundición, solían mandarme a afilar sierras, formones,
cuchillas de cepillos, etc., pero eso ya era un especialista que tenía taller
fijo. Yo nunca pagaba, supongo que estaría el precio acordado con los dueños de
la carpintería (que eran parientes míos, por cierto, de origen samperino de
segunda o tercera generación). Le dije, al dicho profesional. sí era gallego y
se me enfadó bastante; deduje que era catalán, pero mi pregunta no
iba mal encaminada pues por el Bajo Llobregat hay gente de todas las partes de
España y ahora del extranjero.
EL ESTAÑADOR Y PARAGUERO.
Otros que venían eran los estañadores, estos cantaban “estañador y paragüeeeero”, aunque nunca los vi arreglar un paraguas, sin embargo, a otros artesanos sí. Llevaban una especie de cachuelo grande con una ventana de respiración abajo donde quemaban carbol vegetal. Estañaban toda suerte de cazos, cazuelas, ollas, soperas o pucheros con sus coberteras de chapa esmaltada que había sido dañada del esmalte o que ya estaban agujereadas. Primero lijaban bien el entorno de lo dañado con exquisita dulzura, sin correr; Luego con el mango de soldar antiguo, creo que de cobre y bien rusiente, lo acercaban a lo dañado al mismo tiempo que a una tira de estaño y caían unas gotas de estaño que al enfriarse corregían lo dañado, posteriormente volvían a lijarlo para dejarlo en las mejores condiciones y hacer que el puchero u olla volviera a ser utilizable. Antes no se tiraba nada mientras se le pudiera dar uso y seguro que alguno de nosotros tiene algún útil de cocina antiguo reparado por un estañador.
Yo creía que los estañadores eran gitanos,
pero no; según me contaban eran de la etnia merchera, más conocidos, a veces con
desprecio, como quinquis o quinquilleros. En los últimos tiempos que ejercieron
esta profesión en vez de carbón vegetal utilizaban gas.
OTROS
Había más profesionales ambulantes,
como por ejemplo los que vendían fajas que por aquí llamábamos “bandas”,
cantaban aquello de “bandeeeero bannndas”. No sé cómo podían comer vendiendo
solo aquella mercancía; fajas y “moqueros” de aquellos que ahora llamamos de baturros
y poca cosa más, no sé de qué raza serían.
Los que eran de buena raza sin duda
eran los charlatanes que vendían mantas; valencianos o por ahí pues hablaban
entre ellos chapurreau o valenciano. Era todo un espectáculo el
contemplarlos; vendían todo el camión de mantas, aunque nadie en el pueblo las
necesitara. Algunas veces se ponían en la plaza del Horno y parece que lo
regalaban todo.
Venían cuenqueros que
arreglaban tinajas y otros cuencos taladrando y poniendo grapas a los que se habían
roto o rajado. Venían poco porque en el pueblo teníamos a uno aposentado que llamábamos
el tío Enrique el Cuenquero, más conocido por mi como maestro de tamborilero
en la Semana Santa. El tío Enrique hacía y arreglaba también tambores.
Venían relojeros a arreglar relojes
y otros a arreglar máquinas de coser; aun veo alguno que viene al mercadillo de
los jueves.
Venían alfareros; una vez vino uno
con un burro preciosamente enjarretado de colores, con alforjas llenos de
cántaras y lebrillos. Le pregunté de dónde venía y me dijo que de Extremadura
¡Qué barbaridad! De Extremadura a Aragón con un burro para ir vendiendo por los
pueblos cuatro cántaras o lebrillos. ¿Cuánto ganaban estos hombres? ¿Cómo
comían? Seguro que se llevarían dinero a su casa para la familia.
LOS CESTEROS
Venían bastante; hacían cestas,
canastos y canastas de cañas y mimbres; todos unos artistas. Eran gitanos.
Tambien hacían caracoleras. La última que compre me la hizo el suegro gitano de
mi amigo Paco “el Barba”. Se la compre en el rastro de Zaragoza, ahora se hacen
y venden en Zaragoza en una cestería. Hace poco compre una en la Droga Alfonso,
supongo que hecha por estos artesanos. Tambien se sentaban a trabajar en una
piedra grande que había en la Plaza del Horno de la calle de los Linares, en la
esquina, junto a las “esportaladas” del tío Calato, al lado de mi casa
del horno.
Los capadores, que venían a capar tocinos, los acompañaba el tío Maul. Llevaban la clásica
blusa de capador que era más larga que la tradicional del Bajo Aragón. Todavía
recuerdo su chuflido tradicional para anunciarse que realizaban con un “capador”
o “chiflo de capador”.
Chiflo de capador |
Tambien venia una vez o dos al año un
señor que vendía plantas medicinales especialmente te de roca, y la cantaba por
las calles: “teee de rocaaa”… Siempre aparecía por mi casa pues sabía que le
íbamos a comprar.
Y recuerdo con especial nostalgia a
unas mujeres que venían, creo que de Caspe, vendiendo queso de cabra. Era
queso fresco, pero salado para que se conservara unos días. Quesos pequeños con el molde
que llamamos de Tronchón. Por el Bajo Aragón y todo Teruel, los moldes de queso
que solían hacer los pastores eran de este tipo de moldes, por lo menos los que
yo he conocido en Samper y Castelnou, los quesos que hacían los pastores para
consumo propio, como no eran para venderlos si no para comerlos pronto, no
tenía sal o tenían poca y se le ponía a la hora de comerlos. Era casi como un
requesón (que también se hacía).
Que APROVECHE. Seguro que me dejo
alguno,
Estupenda crónica de los años 50-60.
ResponderEliminarParece que estoy oyendo los sonidos que narras y que llegaban a las escuelas cuando estábamos en el recreo jugando al guá,al churro va,o al "pelotón",con los mas mayores.
Magnifico relato de una época.
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