El
debate de las pensiones públicas
El martes 29 de noviembre nos encontramos con dos noticias sobre pensiones, una buena, otra mala. La buena confirma que el año 2023 las pensiones suben un 8,5%. La mala es el plan del ministro Escrivá para ampliar el periodo de cálculo de 25 a 30 años. No todo el mundo coincide con esta apreciación: a la banca le favorecen medidas que supongan recortar las pensiones públicas, en sintonía con la patronal y los partidos de la derecha. En el espacio de izquierdas, sindicatos y partidos progresistas adoptan posturas distintas según las circunstancias. La actitud más desconcertante es la de grupos de pensionistas buscando motivos para cuestionar tanto medidas negativas como positivas.
La realidad es testaruda. Un dato indiscutible:
si continuase en vigor el 0,25 % de Rajoy habría que multiplicarlo por 34 para
alcanzar el 8,5% de mejora que tendrán las pensiones contributivas. Los
economistas neoliberales se escandalizan, la banca lo considere excesivo, el
Gobernador del Banco de España se espanta, las derechas reclamen anularlo, pese
a que la actualización anual en base al IPC fue asumida en el Pacto de Toledo
en octubre de 2020 con el único voto en contra de Vox. Lo insólito es que haya
plataformas de pensionistas rechazando la mejora por considerarla insuficiente.
Los ingresos de la mayoría de las pensiones van directos al consumo,
favoreciendo la reactivación económica a través de la cesta de la compra,
aliviando incluso las penurias de sus familiares. Una subida tan elevada como
la del 2023 debería ser motivo de satisfacción general, pero no, casi nadie
está contento.
Maltusianismo y pensiones
Vaticinar el colapso de las
pensiones públicas al jubilarse los nacidos en los años 60 y 70 del siglo XX se
llama maltusianismo. Thomas Malthus, clérigo y economista británico, pronóstico
que la población crecería al mismo ritmo que los recursos alimentarios.
Profecía fallida. La industria alimentaria posibilitó un gran desarrollo de la
humanidad. En 1800 el planeta tenía 900 millones de habitantes, ahora acabamos
de alcanzar los 8.000 millones. Las hambrunas están motivadas, como ocurre con
la riqueza, por el desigual reparto de alimentos, no por escasez de
comestibles.
Con los salarios y las pensiones ocurre
algo parecido, interviniendo los recursos económicos. La riqueza siempre ha
crecido más rápido que la población. El incremento de la productividad del
trabajo, las innovaciones técnicas, la globalización de la economía, la robótica,
posibilitan que los beneficios empresariales sean muy superiores al alza de los
salarios y de las pensiones. La variable que podría alterar esa constante sería
un proceso de decrecimiento, motivado por la necesidad de contener la
emergencia climática. Aun así, lo lógico sería empezar a aplicar medidas de
austeridad por arriba, limitando vía impuestos los enormes beneficios de
empresas tecnológicas, energéticas y la desorbitada riqueza de las grandes
fortunas. El excedente permitiría mejorar salarios y pensiones.
El maltusianismo predicado por
fuerzas opositoras a las pensiones públicas falla al declarar que la Seguridad
Social entrará en quiebra. Ese lobo no amenaza a los pensionistas, protegidos
por 20 millones de trabajadores y trabajadoras, además de contar con la
garantía del Estado. Al contrario, en la crisis del 2008 hubo que rescatar a la
banca con 77.000 millones de fondos públicos. No se espera recuperar más de
15.000 millones, pese a sus escandalosos beneficios. Un país democrático no
puede dejar desamparado al 20% de su población, precisamente la más vulnerable.
La cruzada contra las pensiones
públicas abarca todos los ámbitos imaginables, incluyendo el apartado
presupuestario.
La mayor parte de los ingresos de
la Seguridad Social son cotizaciones obreras, mientras que las otras partidas
proceden de impuestos directos e indirectos (IRTF,IVA, etc.). Impuestos que también
pagan los pensionistas.
Cuanto mejor, mejor
En actos testimoniales de
pensionistas, vestigio de las multitudinarias movilizaciones logradas en los
años 2018 y 2019, resultan excepcionales las voces que reconocen las mejoras
logradas desde que gobierna una coalición de izquierdas. Lo correcto sería
celebrar la histórica revalorización del próximo año. Pero no, prosiguen los
lamentos. Otro motivo de satisfacción es que, mientras otros gobiernos se
dedicaron a dilapidar los 67.000 millones del fondo de reserva de las
pensiones, la “hucha” vuelve a recuperarse con un ingreso inicial de 2.957
millones.
El victimismo, las quejas
constantes, el “cuanto peor, mejor”, sirven para dar pena, pero no animan a avanzar.
Ejemplo de esa práctica es el rechazo a la subida de las pensiones con el IPC
medio. Desde el punto de vista estadístico es el más neutral. El año pasado
resultó desfavorable, el próximo será tan ventajoso que provoca la alarma de
intereses opuestos al progreso de las pensiones públicas.
La aplicación del IPC medio, tan
real como cualquier otro, introduce una variante aleatoria: perjudica cuando el
ascenso del IPC es constante, favorece si el índice de precios al consumo baja
antes de acabar el año. Es lo que ocurre ahora. Ante esta disyuntiva, si el objetivo
es rechazar el incremento en vigor, el anterior “IPC real” no sirve como
referencia, al ser inferior a la subida efectiva del 8,5%.
El IPC interanual desciende en
noviembre al 6,8%. El anual está en el 5,3% y quedará en diciembre muy por
debajo del 8,5% del IPC medio.
El ministro José Luis Escrivá tiene
ocurrencias asumidas por gobierno, patronal y sindicatos. Su última genialidad:
ampliar el periodo de cómputo de las cotizaciones a 30 años, pudiendo suprimir
los dos más desfavorables. CCOO y UGT se posicionan en contra, tras acatar en
2011 la ampliación de 15 a 25 años, todavía más regresiva. Otros sindicatos proclaman
su rechazo sin tener opción a negociar. Algunos grupos de pensionistas condenan
esa propuesta que afecta al personal laboral en activo, mientras la gente asalariada
realmente afectada guarda silencio. Hasta la fecha las medidas promovidas por Escrivá
no perjudican de forma directa al colectivo de pensionistas, aunque sí se le
puede reprochar que las pensiones mínimas sean insuficientes o que no quiera
resolver la injusta penalización de las jubilaciones anticipadas involuntarias.
Las medidas negativas impulsadas
por Escrivá van dirigidas a futuros pensionistas, trabajadores y trabajadoras
todavía en activo. Y entran en vigor a largo plazo, sin producir un impacto
inmediato.
El dilema de las pensiones actuales
Cuando se especula con la quiebra
de la Seguridad Social se citan las retribuciones de las pensiones altas,
prescindiendo de las bajas. Siendo tan precarias, quedan exentas de pagar IRPF
y no tienen capacidad de ahorro para ser complementadas con planes de pensiones
privados. Aplicando la mejora del 2023 de forma porcentual, las pensiones
máximas serán tres veces superiores al SMI vigente, multiplicarán por cuatro
los ingresos de las pensiones mínimas contributivas y por siete las no
contributivas. Son datos preocupantes con un origen común. La causas no están
en las pensiones máximas, generadas con elevadas cotizaciones durante largas
trayectorias profesionales.
Las pensiones bajas vienen de las
escasas cotizaciones salariales. El origen es el trabajo precario, con míseras
retribuciones y o periodos involuntarios de inactividad laboral.
España hay 300.000 personas en paro
de larga duración con más de 55 años de edad. El dilema es siempre el empleo y
el desigual reparto de la riqueza. Lo mostraba un titular de la prensa el 1 de
diciembre: “El Banco de España constata que los beneficios de las empresas han
crecido siete veces más que los salarios”. En épocas de pleno empleo, con salarios
dignos, la Seguridad Social alcanzó un enorme superávit financiero, invertido
en actividades ajenas a las pensiones públicas. Tal es el origen de la “deuda histórica”, estimada
en 500.000 millones de euros y recaudada durante generaciones.
En 1997, previendo periodos de
vacas flacas, se creó el Fondo de Reserva, conocido como “hucha de las
pensiones”. En 2011 llegó a tener 67.000 millones de euros, quedando 10 años
después 2.138 millones. Los presupuestos del 2023 incluyen una aportación de
2.957 millones en concepto de “mecanismo de equidad intergeneracional”. Es el
paso inicial para lograr su recuperación.
La problemática de las pensiones se
ciñe a esta realidad: el 55% de los pensionistas cobran al mes menos de 1.000
euros, equivalentes al actual SMI. Un millón de pensionistas sobrevive con
menos de 600 euros mensuales. La pensión media de las mujeres es un 33% inferior
a la de los hombres. La solución a las pensiones de miseria situadas por debajo
del umbral de la pobreza y a la brecha de género de las pensiones pasa por la
equiparación de la pensión mínima con el Salario Mínimo Interprofesional.
La mejora de las pensiones se puede
resolver con recursos propios de la Seguridad Social. El 22 de marzo de 2022
Europa Press anunciaba: “El Tribunal de Cuentas ha cuantificado en el Congreso
en más de 103.690 millones de euros los gastos asumidos entre 1989 y 2018 por
la Seguridad Social en partidas no contributivas y que, por tanto, debían haber
sido financiados por la Administración General del Estado”. Esa colosal
cantidad económica, que se queda corta, posibilitaría igualar la pensión mínima
con el salario mínimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario