Ahora están saliendo muchos nuevos modelos de liberales y anarquistas o libertarios; concretamente el calificativo “liberal” es el más acuñado, un calificativo que, si lo oyeran los antiguos liberales aplicados a corrientes de la extrema derecha reaccionaria, se escandalizarían.
En España el
termino liberal se aplicó a aquellas corrientes sociales y políticas salidas de
la Guerra de la Independencia contra los franceses que quisieron aprovechar esa
coyuntura para derogar el “Antiguo Régimen”. Allí coincidieron
ilustrados burgueses e, incluso, algún aristócrata leído, con el incipiente
proletariado y clases medias urbanas que se enfrentaron a la reacción de los
partidarios del absolutismo, los levantiscos carlistas y los trabucaires o
sayones ultramontanos.
No tardaron,
los liberales, a escindirse en dos partidos: el partido moderado o
liberal-conservador que durante el siglo XIX y parte del XX, siempre estuvieron
divididos en dos facciones; la de los partidarios de la escuela anglosajona,
parecidos a los neoliberales modernos y los de la escuela germana conservadora con
su mezcla con los católicos sociales y agrarios, que evolucionarían hacia la
democracia cristiana. El otro partido sería el “Partido Progresista”;
representante de las nuevas clases medias urbanas (proletariado y pequeña
burguesía), un partido, también llamado a veces radical o radical progresista;
populista, anticlerical, anti catalanista y, con frecuencia, muy demagogo.
De entre los
progresistas, defraudados por el partido progresista, surgirían los demócratas
federales de don Pi i Margall (los republicanos), aunque también surgiría
pronto una facción unitaria (centralista), dirigida por don Emilio Castelar
(que terminaría siendo liberal-conservador al final de sus años). El partido
demócrata pariría en su seno a corrientes sociales, culturales y económicas
como los regeneracionismos cultural y político; la Institución Libre de
enseñanza, el krausismo y las tendencias modernizadoras y europeístas. Tambien
tuvo, durante un breve periodo de tiempo su facción “intransigente”,
durante la I República. Los intransigentes federales o confederales (llamados
también cantonalistas), fueron los verdaderos liberales jacobinos, aunque en
España, al contrario que en Francia, que eran muy centralistas, aquí en nuestro
país eran federales, casi confederales, no independentistas como también se
dice.
Por lo tanto.
ha habido y hay muchas corrientes liberales en Europa, tanto políticas como
culturales y solo una facción de todas ellas se puede considerar seguidora de
Adam Smith o de la más moderna llamada “escuela de Chicago”. El
neoliberalismo es un término o apodo que le ponen otros (ellos se consideran
liberales legítimos), y es usado para referirse a cualquier posición que se
oponga a limitar la libre circulación de personas, capitales y. mercancías, y
apuestan por reducir o eliminar la intervención de los estados en la economía.
El liberalismo
era considerado un sacrilegio por la Iglesia Católica y fue condenado por los
papas.
La extrema
derecha siempre fue partidaria de la intervención del Estado en la economía, en
la sociedad, en las costumbres y en todo, Favorable a la supremacía del aparato
militar y policial por encima de los otros poderes del Estado llamados
democráticos como el legislativo, el ejecutivo y el judicial, al que en el
fondo desprecian. Por eso sorprenden que se hagan llamar liberales.
Adam Smith fue
un genial filósofo, el primero en independizar la economía de la filosofía, o
sea; el inventor de la ciencia económica en un periodo, el siglo XVIII,
preindustrial, semi feudal, de dominio del capitalismo mercantil en el que las
burguesías nacionales todavia no habían conseguido el poder en Occidente.
Defendía, este
economista y la escuela que representaba, las economías de mercado frente a las
mercantilistas que imponían aranceles y miles de trabas que impedían que la
nueva clase burguesa se impusiera en la sociedad occidental como con el tiempo
ocurrió, en las que las personas deben ser libres de buscar sus propios
intereses y generar el círculo virtuoso de prosperidad a través del interés
personal, por lo que busca eliminar barreras a la entrada de nuevos
competidores, restricciones al comercio, monopolios, así como controles de
precios y otras medidas que distorsionan el libre flujo de información en los
mercados. Dichos tratos preferenciales y privilegios indebidos eran promovidos, en aquellos tiempos, por los propios empresarios provenientes de la antigua
aristocracia latifundista que se había convertido en mercantil; enemigos de la
competencia de las nuevas clases medias y que hacían todo lo posible por lograr
que el gobierno protegiera sus negocios.
Los
economistas neoliberales actuales (que por eso se les denomina neo), en el
actual contexto, ya no de dominio de la primera burguesía industrial, si no de
la financiera, rechazan la idea de que el gobierno intervenga en el mercado, también
en el mercado laboral y están radicalmente en contra del gremialismo, el
corporativismo profesional y el sindicalismo; apuesta por el libre tránsito de
las mercancías, de los capitales y de las personas. Sin embargo, mírenlo bien;
si se reconoce por algo a la actual derecha o extrema derecha liberal no es por
estar a favor de la libre circulación de personas (a no ser que sea para hacer
turismo), porque son los que defiendes las políticas más restrictivas sobre la
libre circulación de personas con su oposición a las políticas migratorias o de
exilio; simplemente están, en todos los países occidentales por empeorarlas o
suprimirlas.
Están por la
libre circulación de capitales (siempre que no sean los de China o de las
nuevas potencias emergentes del tercer mundo; incluso asfixiaron a la economía
japonesa, aliada de Occidente, cuando estuvo Japón a punto de acabar con las
empresas de automóvil occidental, sumiendo al Japón a una crisis de la que
apenas se habla, pero de la que ha salido debido a la peculiar capacidad que
tienen estas naciones orientales de resistir a todas las crisis.
Tambien están
por la libre circulación de mercancías; siempre que sean de empresas
multinacionales de Occidente. O sea, muy coherentes los neoliberales con el
liberalismo emancipatorio universal y cosmopolita que predicaba Adam Smith al
que, sin embargo, reivindican y adoran con frenesí casi religioso,
Otra corriente
liberal muy potente en economía, aunque que, desde hace unas décadas cada vez con
menos influencia en las elites, es el keynesianismo; el keynesianismo es la
teoría que afirma que el Estado debe intervenir en la economía para mantener el
equilibrio y revertir los ciclos de crisis, por ejemplo; algo tan sencillo que
ya estaba en la Biblia como la de acumular en tiempos de bonanza para los
tiempos de escases. Es partidaria de la intervención del Estado en la economía.
Defiende que
el mercado no se regula de forma natural, por lo que los gobiernos deben
minimizar las fluctuaciones económicas. Es, digamos, la que ha sintetizado las teorías
democristianas, socialdemócratas y del regeneracionismo reformista. Considera
idealista y determinista eso de que el mercado se regule de manera espontánea a
favor de todo el mundo; cree, que estas ideas son supersticiosas y
anticientíficas, y solo favorecen a las grandes empresas y corporaciones. Defiende
algo muy impopular como la de que hay que pagar impuestos, de forma que paguen más
quienes más ganan; de redistribuir la riqueza, de que los estados intervengan
en financiar actuaciones públicas para eliminar el paro, la precariedad y la
pobreza, no solo como caridad o justicia social, si no como forma de reactivar
y mover la economía; en cuyo caso también con la creación y financiación del
Estado con empresas públicas para la enseñanza, la sanidad universal, las
infraestructuras y el mantenimiento de determinadas empresas que no debieran
ser objeto de plusvalía; para las ayudas sociales, la de los mayores
dependientes o las pensiones y que además crean nuevos empleos y estables; aumenta el consumo, mueve el capital y la recaudación por impuestos.
Fue la
aplicación de esta corriente liberal la que sacó a EE. UU. de la “gran
depresión” hasta ser la mayor economía del mundo. Tambien, después de la II
Guerra Mundial, llevo a Europa Occidental al llamado “Estado del Bienestar”;
unas sociedades prosperas como nunca el mundo había conocido y que viene en
“bajada libre” desde que, desde hace unas décadas, se van implantado las
teorías neoliberales de no intervención del Estado en la economía con los
recortes de las políticas sociales, privatizaciones de empresas públicas, externalización de las empresas manufactureras que abaratan los precios pero no son garantía de calidad ni de salud y crea paro. Una situación que deja a las naciones de Occidente, especialmente a EE.
UU. y la Unión Europea, incapaces de competir con las nuevas economías de
Oriente, especialmente con China, pero también con Rusia, India, Indonesia, Malasia,
Coreas, Irán, Países árabes del Golfo, Brasil y el propio Japón; muchas de
estas naciones son enemigas declaradas de Occidente y otras falsa u
obligatoriamente amigas, que les obligan a utilizar el dólar (pero cada vez se
independizan más de esta moneda); que utilizan la planificación económica
cuando les conviene o pueden a través de su estado. Estados autoritarios en muchos
casos (en otros no, o no tanto) que han aprendido a ser eficaces combatiendo la
corrupción de sus instituciones a un nivel tolerable (o cortándoles la cabeza a
los que se salen del redil), mientras que Occidente tiene cada vez más
corrupción, su burocracia es cada vez más ineficaz y la mayoría de sus
políticos son cada vez más idiotas como en la Roma decadente de sus últimos
siglos.
Hay otra corriente liberal muy importante aunque no se dejan notar: los nihilistas. Es una corriente más filosófica que económica pero puede tener grandes repercusiones en la economía. Son tan liberales que están de vuelta de todo y van hacia la nada; son amorales, bohemios y libertinos. No tienen ninguna escala de valores ni ideología; por lo general pertenecen a sectores de población acomodada cercana a la jubilación o que ya están en ella. No se sabe si están en contra o a favor de algo. Esto crea incertidumbre en el mercado de valores. Pero no hay nada que hacer con ellos.
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