Saben la fábula aquella en el que van un burro, un hombre, una mujer y su hijo; pasan por un pueblo con el hombre montado en el burro y le llaman machista y mal padre por dejar que su mujer e hijo vayan a pie. Avergonzado el hombre cambian y va la mujer montada y le llaman de todo menos buena esposa y madre; montan al hijo solo y les dicen que le dan vicios, no saben criar al crio que siendo joven, ellos van andando; montan los tres y les llaman animalistas por maltratar al pobre burro. Terminan por ir los tres a pie y que el burro vaya ligero de peso y les llaman tontos por cada pueblo que pasan: “mira que llevar un burro e ir los tres a pie” …
Lo digo esto porque oigo por Facebook
y otros medios quejarse a mucha gente que vive en los pueblos de que por decir
lo que piensan, en los temas que sea y ser francos en el lenguaje y
comentarios, son criticados malamente por los vecinos, y no los quieren por ser
honestos y sinceros en sus prédicas. No tengo yo esa impresión. Suelo ser
prudente en el hablar, aunque no escamoteo decir lo que pienso si me lo ponen a
tiro. En el escribir mucho más; opino de política a veces críticamente, y a
veces no solo contra los partidos y políticos en general que eso es fácil de
hacer hoy en día porque se han convertido, los políticos profesionales, en el
“pin-pan pun” de la ciudadanía; lo hago, a veces, tomando partido a favor de
unos y no de otros, contra poderes facticos y lobbies económicos y mediáticos.
En los sitios donde actúo y hablo
no escondo mis puntos de vista no siempre coincidentes con la organización o
colectivo donde participo Y no tengo la sensación de que ni en mi pueblo ni en
otros lugares retenga resentimientos ni odios ajenos. A lo mejor los tengo,
pero no los siento, y eso que no soy de los que dicen que les importa un carajo
lo que los demás piensen de él. Yo, por el contrario, siempre he sido muy
sensible “a lo que dirán los demás”, y quienes dicen que no lo son, por
lo que veo y por lo que se quejan, sí que lo son, Porque somos humanos y
tenemos sensibilidad y no solo nos afectan las palabras que nos dicen los demás
sino los pensamientos con sus ondas cerebrales que atacan nuestras neuronas,
aunque no veamos esa energía maligna que dicen que existe.
Tambien nos afectan las miradas y
las expresiones corporales del prójimo, porque a lo largo de miles de años de evolución
hemos aprendido a interpretar el lenguaje corporal; lo que pasa es que, no
siempre hemos aprendido bien y las malinterpretamos. Si cuando hablamos decimos
“no me habéis entendido bien”; imaginar cuando escribimos mal, radiamos
nuestros pensamientos torticeros o miramos de reojo, que pueden interpretarlo
mal. Y se crean malentendidos.
Pero no habría que enfadarse. Si se
habla claro y con respeto nadie se enfada ni tenemos porque enfadarnos, aunque
le digas a alguien que no dice la verdad en lo que dice; claro que si le llamas
mentiroso ya la has liado. O le puedes decir a alguien: “que ha matado”,
pero no criminal porque eso es faltar. Por cierto, la política (no solo la
profesional, sino también la de la plaza pública y los bares), está llena de
insultos y acusaciones graves: inepto, ladrón, criminal, inútil, rojo, fascista
o, cuando menos, gilipolla o carapolla.
Por eso, como digo, hay que
criticar con respeto a la persona a la que críticas, porque una cosa es herir
su punto de vista, incluso sus ideas, y otra es herir su ego. Eso nunca nadie
te lo perdonara. Y de ahí nacen los odios. Esa es la esencia de dos de los
mandamientos de la Ley de Moisés: “No dirás falso testimonio ni mentirás”,
pero tampoco: “No matarás” (el ego de tu prójimo). Si tienes claros esos
dos preceptos y obras en consecuencia, nadie te reprochará lo que digas.
Esto que he escrito es el resumen
de un ejercicio que hice de un libro que me compré hace años de “autoayuda” y
que lo releo de vez en cuando a ver si lo asimilo. Que no es fácil porque hay
mucho idiota suelto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario