CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN
Profesor de Secundaria. Zaragoza
Uno de los acontecimientos más importantes en la Historia de Aragón ha sido "La Expulsión de los Moriscos", (los mudéjares bautizados reciben el nombre de moriscos) ocurrido en el año 1610. Obviamente hay muchas otras razones para explicar el déficit demográfico en Aragón, pero mucho tiene que ver en esta circunstancia el que a partir de septiembre de 1610 en torno a 60.818 moriscos salieron de nuestra tierra: por el puerto de los Alfaques (38.286), por Roncesvalles (9.962) y por el Somport (12.570). Lo que supuso entre un 15% y un 20% de la población aragonesa, según el profesor Gregorio Colás. En algunas zonas fue un auténtico cataclismo demográfico. El pueblo de Vinaceite quedó totalmente deshabitado.
Esos aragoneses expulsados -tan
aragoneses como los que permanecieron, ya que llevaban siglos viviendo en
nuestra tierra- por motivos religiosos fueron los que nos han dejado el
patrimonio histórico-artístico más valorado por las instituciones expertas de
la materia a nivel internacional. No en vano la UNESCO ha declarado Patrimonio
Mundial al Arte Mudéjar de Aragón, corroborando el valor universal y
excepcional de este arte, lo que significa que este estilo sea el más genuino
de nuestro pasado artístico. Edificios como las torres de Teruel, o la
Magdalena y San Pablo en Zaragoza, o las iglesias de Tobed, Cervera de la
Cañada o Torralba de Ribota, son algo de lo que todos los aragoneses debemos
sentirnos orgullosos. Con estos dos datos queda demostrado de una manera
fehaciente la trascendencia de lo mudéjar en nuestra historia.
El hecho que estamos comentando ha
sido, proporcionalmente, el mayor exilio de la Historia de Aragón, bastante
superior al exilio de 1939, pues la población entonces era mucho menor que tras
la Guerra Civil de 1936-1939. Sin embargo, no es el exilio más recordado. De
hecho, pienso que son muchos los aragoneses de hoy que no conocen esta trágica
historia. Pero trágica de verdad, como veremos más adelante en un documento.
Este desconocimiento debería ser subsanado para reconciliar a la sociedad
aragonesa con su propia Historia y con los descendientes de esos otros
aragoneses que desde hace siglos pueblan el mundo, llevando con ellos la
nostalgia y el amor por su antigua tierra, expresado en sus tradiciones, en su
música, en las palabras castellanas conservadas en su lenguaje, en su interés
por todo lo español y aragonés. Habría que hacer un reconocimiento de su
sufrimiento. Debería utilizarse la Historia no para levantar rencores y crear
muros infranqueables, sino para tras 400 años incentivar una amistad nueva,
recuperando y dando a conocer a la sociedad aragonesa la memoria de la esta
tragedia morisca, y tratar de tender puentes hacia los descendientes
--residentes en el Magreb-- de aquellos moriscos, que tuvieron que salir muy a
su pesar de su tierra tan querida.
Tampoco es cuestión en estos
momentos de echar culpas sobre aquellos personajes históricos que tomaron tan
traumática decisión: Felipe III o el patriarca Juan Ribera. O sobre los Reyes
Católicos por la expulsión de los judíos en 1492. Mas, la historia debe servir
para entender y hacer mejor el presente. Como también para que no vuelvan a
cometerse semejantes errores. Y que tengamos muy claro todos los españoles que
la imposición de una religión, la católica, en España fue a costa de perseguir
por parte de los poderes políticos y religiosos oficiales de una manera
inmisericorde a los herejes, los luteranos, los erasmistas, los heterodoxos de
cualquier tipo, junto a los judíos y los moriscos. Y que por ello se perdieron
por el camino para siempre las aportaciones de todos estos colectivos
perseguidos. Sirva de ejemplo claro el dato siguiente. En la comunidad judía de
Híjar, a partir de 1485 bajo el patrocinio del primer duque de Híjar se
desarrolló una de las primeras imprentas de Aragón. Estaban al frente tres socios:
Elieser ben Alantansi, Salomón ben Maimon Zalmati y Abraham ben Isaac ben
David, judíos conversos. De allí salieron cinco incunables extraordinarios. Con
la expulsión de los judíos en 1492 por parte de los Reyes Católicos la imprenta
fue llevada a Lisboa.
Ahora quiero reflejar algunos
documentos de la época de la expulsión de los moriscos en Aragón, que es un
fragmento del artículo de Gregorio Colás "Nueva mirada sobre la expulsión
de los moriscos aragoneses y sus consecuencias", publicado en 1610.
Un gran drama humano, que sufrieron
hace 411 años muchos aragoneses. Insisto tan aragoneses como los que
permanecieron.
"En su "Expulsión
justificada de los moriscos españoles", Pedro Aznar Cardona, ofrece, en
tonos periodísticos, un sombrío cuadro de los expulsados
"moriscos" camino del
destierro, en el que si algo se echa en falta es precisamente una brizna de
jolgorio. En crudo realismo cuenta que:
“en
orden de procesión
desordenada, mezclados los
de a pie
con los de acaballo,
yendo unos entre
otros, reventando de
dolor y de
lágrimas, llevando grande
estruendo y confusa vocería, cargados de sus hijos y mujeres, de sus enfermos,
viejos y niños, llenos de polvo, sudando y carleando, los unos en carros
apretados allí con
sus personas, alhajas
y baratijas; otros
en cabalgaduras con extrañas
invenciones y posturas
rústicas, en sillas,
albardones, espuertas, aguaderas,
arrodeados de alforjas,
botijas, tañados, cestillas,
ropas, sayas, camisas, lienzos, manteles,
pedazos de cáñamo,
piezas de lino...
Unos iban a pie, rotos, mal vestidos, calzados con una esparteña y un
zapato, otros con sus capas al cuello, otros con sus fardelillos y otros con
diversos envoltorios y líos, todos saludando a los que los miraban diciéndoles:
El Señor les ende guarde. Señores, queden con Dios... yban de cuando en cuando
muchas mujeres de algunos moros ricos
hechas unas debanaderas,
con diversas patenillas
de plata en
los pechos, colgadas de
los cuellos, con
gargantillas, collares, arracadas,
manillas, corales y con mil
gayterias y colores en sus trajes y ropas, con que disimulaban algo el dolor
del corazón, los otros, que eran mas sin comparación, iban a pie cansados,
doloridos, perdidos... padeciendo incomportables trabajos, grandísimas
amarguras, muriendo muchos de pura aflicción, pagando el agua y la sombra por
el camino por ser tiempo de estío”.
En su minuciosa observación de las
columnas, Pedro Aznar Cardona no apreció, a pesar del detallismo de su
descripción, ni el más leve atisbo de alegría por la marcha, aunque ese gesto
favorecía sus propios postulados ideológicos. Tampoco este clérigo alejado del
Evangelio mostró la más mínima compasión.
ni siquiera la contemplación de tanto sufrimiento ablandó su duro
corazón. Otros testimonios reproducen el
mismo espectáculo sin tanta ampulosidad, aunque con un mayor sentimiento por
los sufrimientos de los que se marchaban.
El escribano del concejo de Borja dejó este puntual testimonio de la
salida de los moriscos de la ciudad y sus barrios, Rivas, Maleján y Albeta y la
vecina villa de Bureta:
“y ansí dicho día del Corpus —el 10
de junio de 1610— por la mañana salieron todos con sus mugeres y criaturas a la
cruz de Albeta que fue un espectáculo grande y lastimosso y más para considerar
que para dezirse... Salieron con mucha
paciencia y tan rendidos que ponía lastima grande verlos”.
El cuadro pintado para Borja se
repitió en lo sustancial, en cada una de los contingentes que desde los
distintos puntos de concentración fueron llevados a la costa y, en menor
medida, a la frontera francesa. tan sólo
variaba la profundidad, los rasgos del contraste y el colorido del cuadro que
dependían del número y riqueza de los componentes del grupo. no mostraban
precisamente alegría contrariamente, a lo que unos meses antes había denunciado
el inquisidor, Santos. Como tampoco entre los cristianos la indiferencia que
parece mostrar Aznar Cardona. La piedad y lastima del escribano de Borja fue,
me atrevería a decir, un sentimiento frecuente entre cristianos viejos
aragoneses como lo estaba siendo entre los castellanos.... " .
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