sábado, 31 de julio de 2021

Historia y cultura. Apelación a la memoria **EL AGUA** (III)


En el 2005 Miguel Gracia Fandos escribió un artículo que mandó a un concurso de relatos, le dieron el tercer premio y se publicó en el RUJIAR (Centro de Estudios del Bajo Martín), de aquel año. III entrega.

AGUA PARA FREGAR LA VAJILLA Y LAVAR LA ROPA.

La existencia de aljibes en casa en los que se podía tener agua de lluvia fue muy útil para proveerse de agua de boca muy buena y abundante, pero no alteró los procedimientos para fregar la vajilla y lavar la ropa. Hay que tener en cuenta que, para poder lavar en casa, es necesario tener agua; pero no es suficiente tener agua abundante, hace falta también un sistema que permita evacuar el agua sucia, y por abundante que fuese el agua en el aljibe de casa, no se tenía una red de desagüe. En aquellos casos deshacerse del agua sucia llegaba a ser tan laborioso como proveerse se agua limpia. Algo del agua sucia podía usarse para “rugiar”[1] la calle que entonces eran de tierra y si se mojaban un poco no se levantaba polvo, pero que no podían convertirse en una letrina. Otro uso podía ser regar las macetas, pero siempre era poca el agua que podía eliminarse de esa manera. El ciemo de las caballerías, al contrario que el de los cerdos, ovejas y otros animales  absorbía grandes cantidades de esta agua sucia, pero tampoco era una cantidad ilimitada el agua que podía absorber y en todas casas no había caballerías, es curioso pero en las casas que no se dedicaban a la agricultura, entre las que estaban las más pudientes del pueblo, no había caballerías y  aunque podían pagar para que les llevasen agua a casa, tenían más problemas que otros para deshacerse del agua sucia.

          El fregar la vajilla y lavar la ropa era entonces (no digo que ahora no lo sea) cosa de mujeres. Para fregar la vajilla, tenían que ir hasta el punto más próximo a cada casa en el que hubiese agua, que era el brazal o la acequia más cercano. Esta proximidad al agua condicionaba el precio de las casas, entonces las más caras eran las que estaban en la parte baja del pueblo, las del Barrio Bajo y las que estaban próximas a la acequia o a algún brazal. En la parte más alta del pueblo, el “Cabalto Lugar” las casas eran más baratas, puesto que para llegar hasta el agua había que andar un buen trecho y salvar un desnivel importante. En ocasiones las circunstancias se aliaban con los que vivían en las casas del “Cabalto Lugar”: en caso de lluvias importantes estaban mucho más cerca de la “Airica de Sta. Quiteria” para llenar sus cubas con el agua que allí se recogía, y cuando en muchos casos antes de cesar lluvia, los de la parte baja del pueblo subían a buscar agua, se cruzaban con los del “Cabalto Lugar” ya volvían con las cubas llenas. Claro que eso ocurría muy de vez en cuando, por el contrario, lavar la ropa y sobre todo fregar la vajilla, eran trabajos cotidianos que exigían a las mujeres uno o varios viajes diarios al lugar más próximo en el que hubiese agua.

          La vajilla se fregaba con tierra, en los puestos más habituales en los que se colocaban las mujeres para fregar se veían unos hoyos que se hacían cogiendo la mejor tierra para limpiar la vajilla, porque todas las tierras no limpiaban igual. Años más tarde quién esto escribe, estando en la mili de maniobras, a la hora de limpiar la bandeja de acero inoxidable en la que nos daban la comida, pudo observar que los compañeros que antes y mejor lavaban su bandeja no eran los que más agua y jabón gastaban, sino algunos que la limpiaban con tierra y la aclaraban después. Muchos compañeros “de asfalto” se escandalizaban de limpiar eso con tierra. Yo no tenía derecho a escandalizarme, sólo podía sentirme decepcionado por lo frágil que había resultado mi memoria, yo había visto fregar la vajilla con tierra, pero eso ya era cosa del pasado, a mí ya no se me hubiese ocurrido.

          Lavar la ropa en aquellos tiempos en los que todo se lavaba a mano suponía un gran trabajo. La ropa se lavaba con muchísima menos frecuencia que cuando escribo esto. Había que lavarla con agua buena, me cuentan que en la del río, por su dureza no “entraba” el jabón, aunque había unas pastillas que, si se añadían al agua del río, se podía lavar con ella. El jabón se hacía en casa calentando aceite y otras grasas no aptas para alimentación y añadiéndole sosa cáustica.

Las sábanas y la ropa blanca se lavaba tradicionalmente haciendo “la colada”, esto es, se colocaba la ropa plegada en un lebrillo y sobre la ropa se ponía un lienzo que contenía ceniza, la ceniza de la barrilla (salsola kali) era preferida sobre otras por ser muy blanca. Echando agua caliente a la ceniza se conseguía una lejía que se colaba por la ropa que había que lavar. El agua, que salía por el fondo del lebrillo, se volvía a calentar y se repetía la operación las veces que fuera necesario. Después había que aclarar la ropa en un lugar en el que hubiese agua abundante.  (Me cuentan que la colada dejó de ser un sistema práctico de lavar ropa mucho antes de que hubiese agua corriente, supongo que cuando pudo fabricarse jabón en las casas dejó de hacerse la colada).

          Para poder transportar la ropa o la vajilla desde casa hasta el lugar en el que se fuese a lavar, las mujeres desarrollaban una habilidad para mantener sobre la cabeza un balde en que transportaban la ropa o la vajilla. Se colocaban sobre la cabeza una rodilla y sobre ella el balde con la carga bien repartida para que fuese más fácil mantener el equilibrio, en las manos solían llevar algo más ligero y así, en ocasiones subían desde el río hasta el pueblo, y no faltaba conversación entre ellas, aunque supongo que en los repechos más empinados la conversación se haría más lenta. También supongo que, con aquellos trabajos, el colesterol causaría menos problemas que cuando escribo esto.

          Después de seca la ropa había que revisarla a conciencia, cosiendo lo que estuviese descosido o roto, remendando lo que estuviese desgastado, o colocando trozos de otra tela y si era necesario “apiazando” la ropa, esto es cosiendo trozos de otra tela en las partes más desgastadas de una prenda, como las hombreras de las camisas, o las rodillas de los pantalones, o la parte central de las sábanas. Los tejidos que entonces resultaban especialmente muy caros y tenían que durar mucho tiempo, eran en todo caso de fibras naturales: algodón, lana, lino, cáñamo, eran las materias primas con las que se elaboraban todos los tejidos entonces que con los trabajos del campo se deterioraban más rápidamente. Las mujeres también se encargaban de este mantenimiento de la ropa y solían ser auténticas expertas.

Continuará...

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