martes, 27 de julio de 2021

Historia y cultura. Apelación a la memoria **EL AGUA** (II)


 En el 2005 Miguel Gracia Fandos escribió un artículo que mandó a un concurso de relatos, le dieron el tercer premio y se publicó en el RUJIAR (Centro de Estudios del Bajo Martín), de aquel año. II entrega.

AGUA PARA LAS PERSONAS. AGUA PARA ABREVAR LOS ANIMALES.

         

Mis padres cuentan que, en sus primeros años, en las casas había simplemente una o varias tinajas de 150 o 200 litros destinadas a almacenar agua de boca. La mejor agua de boca que había era la que se recogía en algunos balsetes del monte, y se transportaba hasta casa en cubas cargadas en carros de los que tiraban las caballerías. El agua del río, y por lo tanto la que bajaba por las acequias y brazales no era buena para beber la gente, aunque si era buena para abrevar las caballerías y otros animales.                   

Por estar cerca del pueblo y por ser de muy buena calidad, era muy apreciada el agua que en caso de lluvias fuertes se recogía en la airica y en la ralla de Sta. Quiteria, me cuentan que después de alguna tormenta se podían juntar varios carros con cubas para recoger el agua de la airica antes de que se la llevasen otros o se filtrase en la tierra, en aquellas ocasiones en las que se juntaban varios carros con cubas para cargar agua, había que guardar el turno de llegada y cumplir ciertas normas como impedir que las caballerías pudiesen llegar hasta el agua para que no la estropeasen. El agua había se cogía con galletas  que se vaciaban en la cuba que estaba en el carro. Me dicen que en esos casos solía haber un guardia que garantizase el orden entre todos los que querían recoger el agua que tan necesaria ha sido siempre y tanto trabajo costaba entonces, pero según me cuentan en aquellas ocasiones no se daban disputas importantes, todos sabían lo que tenían que hacer. Es curioso porque alrededor del agua siempre ha habido conflictos y en algunos casos muy importantes, pero no ha sido el agua de boca la que ha provocado grandes conflictos, no, curiosamente ha sido el agua de riego, pero del agua de riego y de su conflictividad ya trataremos más adelante.

Para recoger y almacenar la mayor cantidad posible de agua de lluvia nuestros antepasados extendieron una red de balsetes por todo el monte. Allí donde había un suelo arcilloso, y por lo tanto impermeable, se excavaba el terreno y mediante una o varias agüeras se conducía el agua de lluvia que caía en una ladera próxima. Para evitar que las paredes del balsete se desmoronasen, el vaso del balsete se rodeaba con paredes de piedra, con piedras se construían también las escaleras suficientes para poder llegar hasta el agua. En todos los balsetes había una pila, más o menos toscamente labrada en piedra, en la que se echaba el agua para que las caballerías abrevasen sin estropear el agua que quedaba en el balsete, puesto que cualquier vecino podía ir a buscar agua a cualquier balsete para llevársela como agua de boca a casa. Ni que decir tiene que los balsetes y sus “agüeras” se limpiaban periódicamente para poder recoger agua de la mejor calidad posible.

Donde existía una superficie rocosa de del tamaño suficiente también se labraban en la roca unas pilas a la que unas pequeñas “agüeras” labradas en la piedra conducían el agua de lluvia. La capacidad de estas pilas no era muy grande, la mayor que conozco es la “Pila de los Frailes”, contigua a la ermita de Sta. Quiteria, pero el agua que se recogía en las mismas era muy buena.

El agua de todos los balsetes no era igual, había algunos que almacenaban un agua muy buena, a esos balsetes se iba a buscar agua con el carro y las cubas para llenar con ella las tinajas que había en las casas en las que se ponía el agua para beber y cocinar. Por el contrario, había otros balsetes que daban un agua mala, que no valía para beber las personas, pero el agua de esos balsetes era también muy valiosa para abrevar las caballerías y otros usos. Hay que tener en cuenta que, en aquella época, en la que la tierra se trabajaba con caballerías, los campos de secano valían menos cuanto más alejados estaban del pueblo y de algún puesto con agua segura en el que poder abrevar los animales de labor.

Supongo que la diferente calidad de agua de unos balsetes a otros sería por el terreno en el que recogían el agua y en el que se asentaban. Los mayores con los que hablo del tema no saben nada de química, pero los criterios son unánimes, todos están de acuerdo a la hora de señalar los balsetes en los que se podía recoger la mejor agua: La de la Balsica de Alcañiz, (a 12 km. del pueblo por el camino de Alcañiz) era buena, pero 500 m. más allá, estaba el balsete de Candiles que era mejor; la del balsete del Servoso (el más grande que hay en el término municipal) era mala, la de la Mollata era mala; pero la del remoto y escondido balsetico de los Lobos, que era un agua rojiza, hay quién dice que era la mejor. Bueno, el caso es que por lo que fuera la gente sabía el agua buena era buena y la que era mala... que no te sentaba bien, o que no te quitaba la sed, según me cuentan. Un criterio que decía mucho de la calidad del agua era la forma como se cocían las judías, si se cocían bien es que eran agua buena, si no se cocían por mucho que hirviera el agua, o si se cocían muy mal, es que era agua mala.

Un color que hoy diríamos que era de agua más bien turbia y que entonces decían que era de “agua de monte” era muy apreciado como señal de la calidad de la misma. Por aquellos tiempos había aguadores que llevaban agua a las casas más pudientes del pueblo, que normalmente no tenían relación con la agricultura. Me cuentan el caso de una señora de cierto postín que recién llegada al pueblo, encargó agua, le llevaron la mejor agua que los aguadores pudieran desear, por supuesto de monte, y con el color que la caracterizaba... ¡Qué enfado pilló le señora cuando vio que le llevaban agua turbia! El hombre intentó explicarse, pero la señora de ninguna manera iba a aceptar un agua que no fuese clara. Tampoco era tan grande el problema, el aguador llevó el agua a otra casa en la que seguro que la apreciaban más y para la señora llevó agua de un brazal que alimentaba a unas pilas en las que abrevaban las caballerías; eso sí, el agua estaba muy clara y la señora quedó contenta. Porque el agua del río y por lo tanto la de las acequias y brazales, que la tomaban del rio, no era buena como agua de boca. Si servía para abrevar las caballerías y otros animales. También servía o por lo menos se usaba para lavar y por supuesto para regar, de lo que trataremos más adelante; pero como agua de boca no servía, tanto es así que según me cuentan, en épocas de sequía prolongada, cuando ya no quedaba agua ni buena ni mala en los balsetes, antes se bajaba con el carro y las cubas hasta Escatrón a coger agua del Ebro, que recurrir a beber agua del río Martín. Y en Escatrón, me cuentan que aprovechaban para llenar los aljibes con el agua que bajaba por el Ebro en el mes de mayo, cuando llegaba el agua del deshielo de los Pirineos, puesto que el agua de otoño era generalmente mucho peor.

Otra forma de obtener agua sobre todo para los animales era la que se acumulaba en las balsas y la que se obtenía de los pozos. Las balsas eran, y son cuando escribo esto, lugares en los que por la propia naturaleza del terreno se acumula el agua de lluvia. Se diferenciaban de los balsetes en que no había que construir un vaso en el que acumular el agua (aunque si se limpiaban periódicamente las balsas) ni “agüeras” para conducir el agua. A las balsas los animales, tanto las caballerías como las ovejas y cabras de los rebaños, podían acceder directamente hasta el agua para abrevar, mientras que en los balsetes se sacaba el agua a la pila para que las caballerías abrevasen sin estropear el agua del balsete. El agua de los balsetes no se usaba para abrevar las ovejas y cabras.

Repartidos por el término municipal también podemos encontrar restos de algunos pozos que se hicieron para poder obtener agua para abrevar las caballerías y, sobre todo, los ganados que “pagentaban” en el monte. Estos pozos, no eran públicos, solían ser de particulares Los pozos que podemos ver solían tener entre 3 y 8 metros de profundidad aproximadamente, el agua solía ser de mala calidad, pero a falta de otra mejor era muy apreciada para los animales. Quién esto escribe y otros, allá por 1982, limpiamos el escondido “Pozo de la Mora”. Cuando sacamos todos los escombros, en la roca que era el fondo del pozo encontré un agujero de pocos centímetros de ancho, y más de medio metro de largo, no tenía ni idea de cómo se había hecho ese agujero y para no escuchar hipótesis que presuponía disparatadas sobre el origen del mismo, no dije nada a quién estaba arriba tirando con una cuerda del caldero en el que colocaba los escombros del pozo. Al menos entonces no dije nada, pero me dejó intrigado el agujero en cuestión. Años más tarde, hablando con Pepe “El Turmera” me dijo que el agujero lo había hecho él para meter cartuchos de dinamita con el fin de profundizar más el pozo y tratar de que diera más agua. También me dijo que el agua de ese pozo que nosotros habíamos mandado analizar y que resultaba tener demasiadas sales disueltas incluso para abrevar ganado, no era ni mucho menos de las peores aguas de los pozos del término municipal:

- “El agua del pozo de la Mora que está en el “cabalto” de Val de la Reina, cuece las judías, mal, pero las cuece; pero con agua del pozo de los “Mases de Galicia”, que están en la parte baja de la misma val, con esa agua no se cuecen las judías”. Me dijo Pepe “El Turmera” dando a entender que otros pozos daban agua aún con más sales disueltas.

En cualquier caso, los rebaños que estaban acostumbrados a una zona y a un tipo de agua determinado abrevaban normalmente del agua que se sacaba de los pozos, pero las caballerías que probaban diferentes aguas según trabajaran en diferentes parajes no siempre aceptaban el agua que daban los pozos de estas tierras resecas. Tenían sed, acercaban la boca al agua, pero en ocasiones resoplaban sobre al agua salobre en lugar de abrevar. Me cuentan que los caballos eran mucho más delicados que las mulas y los burros a la hora de abrevar agua qué, aunque no fuese muy buena, era la mejor que había.

(Abro este paréntesis para nombrar de pasada a Iván P. Pavlov, fisiólogo ruso que recibió el premio Nobel de Medicina en 1904 por el descubrimiento y demostración de los “reflejos condicionados”. Demostró que un perro hambriento segregaba jugos gástricos cuando se le ofrecía alimento. Si cuando se le ofrecía alimento se hacía sonar una campana, el perro segregaría jugos gástricos cuando oyese la campana, aunque no se le ofreciese alimento)

Recuerdo que aquellos labradores que ni remotamente sabían quién era ese Pavlov y su reflejos condicionados  solían silbar suavemente cuando las caballerías abrevaban, y recuerdo una ocasión en la que fui con mi padre a que las mulas abrevasen agua de un pozo, las caballerías rechazaban el agua salobre; pero mi padre insistía y silbaba aquella melodía con especial insistencia hasta que para alivio de mi padre las mulas empezaron a abrevar de aquella agua que no sería muy buena pero era la mejor que había, porque si las mulas no abrevaban no comían bien, y si no comían no podían trabajar.

Para abrevar los animales también se aprovechaba el agua de manantiales donde los había, pero con el clima de estas tierras son demasiado escasos. El más importante es Val de Llego, casualmente en el centro del término municipal, hay un manantial que da agua en cantidad y calidad suficiente para que los animales pudiesen abrevar todo el año. También embalsa el agua para riego, pero la salida del agua de riego está en alto para asegurar que no falta agua para abrevar los rebaños y las caballerías. En la llamada Balsa de La Marga (Aunque la llamemos balsa, es principalmente agua manantial) y en la Balsa de Profeta, en Val Imaña, muy cerca de la linde con Híjar, eran los otros lugares en los que no faltaba agua para abrevar los animales. Me cuentan que los pequeños rebaños de ovejas y alguna cabra que por entonces pastaban por “la Pila Plana”, “el Sardón” y otros parajes en los que en ocasiones faltaba el agua, iban a abrevar hasta Val de Llego, entonces existían unos pasos perfectamente delimitados para el ganado, pero las distancias a cubrir eran considerables por lo que en esas ocasiones iban a abrevar un día sin otro.

La construcción dentro de las casas de aljibes en los que almacenar agua supuso un grandísimo avance para abastecerse de agua de boca. Me cuentan que poco “antes de la guerra” ya se construyó algún depósito que se llenaba con agua de los balsetes, pero suponían una gran ventaja sobre las tinajas por poder recoger más agua cuando era abundante. Es importante señalar que aquellos primeros aljibes que se construyeron en las casas se llenaban con agua de los balsetes que se transportaba con el carro y las mulas. Lo cierto es que por entonces no existían, o al menos no se conocían por aquí, los canalones y los tubos con los que se podía recoger el agua de lluvia de los tejados y llevarla hasta el aljibe. Los canalones (los primeros que se vieron por aquí eran de cinc) tardaron en llegar, supongo que de no haber sido por la guerra hubieran llegado antes.

Mi padre cuenta que fue allá por 1946, “el año de la cosecha” cuando en la casa de su padre construyeron el depósito de agua en el que se almacenaba el agua de los tejados, era de los primeros aljibes que se construían en el pueblo pensando que se llenaría no con agua de los balsetes que tanto costaba recoger y transportar, sino con el agua de lluvia de los tejados que mediante unos canalones se llevaría hasta el aljibe. Por entonces también llegó un gran adelanto en los materiales de construcción que permitía cubrir muy rápidamente superficies considerables: las placas de “URALITA”. Aún no se veían en el pueblo esas placas de uralita, pero cuando estaban construyendo el aljibe en casa, fueron a Alcañiz con las caballerías y el carro. Llevaron unos sacos de trigo y con la venta de ese trigo compraron unas placas de uralita con las que cubrir una terraza, ganaría la terraza, ganarían espacio en la casa, y sobre todo podrían recoger el agua de lluvia y guardarla en el aljibe en la misma casa ¡Qué comodidad! Mi padre recuerda que cuando colocaron las placas de uralita se dieron cuenta de que faltaba alguna para poder cubrir toda la terraza, aunque de la manera que lo cuenta no creo que fuese un error al medir la terraza. Debió ocurrir que el trigo que pudieron llevar en un solo viaje hasta Alcañiz con las caballerías y el carro no fue suficiente para poder comprar todas las placas necesarias. Tampoco era un problema que no tuviese arreglo, ocasión para ir otra vez a Alcañiz con algo de trigo, traer la placas que faltasen y con el trigo sobrante sacar algún dinero que para otras cosas hacía falta.

El resultado del depósito en el que se acumulaba el agua de lluvia que caía en el tejado de uralita y otros tejados de la casa, fue realmente espectacular: ¡nunca faltó agua de lluvia, agua del cielo, de la mejor calidad, en el depósito! Ya no se volvió a ir a los balsetes del monte a buscar agua de boca. Tan abundante y buena era el agua que incluso se volvieron las tornas, y cuando tenían que ir trabajar al monte con las caballerías, ante la sospecha de que no hubiera agua para las caballerías en los balsetes próximos, llenaban la cuba de agua del depósito y con el carro la llevaban para que las caballerías tuvieran agua abundante y buena mientras duraban los trabajos en el monte.

Encantados todos con la comodidad que suponía tener agua en el depósito de casa, mi padre cuenta que el suyo, muy pronto preparo una desviación en la entrada del depósito que permitía desechar la primera agua de lluvia que caía en los tejados, puesto que era la que arrastraba el polvo y la suciedad que había en los mismos. Cuando los tejados ya se había lavabo y el agua bajaba completamente limpia, entonces ya se conducía al depósito.

Hay que tener en cuenta que en aquellos depósitos se guardaba agua que no siempre se renovaba rápidamente y que no era sometida a ningún tratamiento químico, por lo que había que tener mucho cuidado en que no entrase suciedad que pudiese corromper el agua. Me cuentan de algunos depósitos que no debían estar muy cuidados en los que en ocasiones se corrompía el agua, llegando a temerse que tendrían que tirar el agua que contenía, pero días más tarde el agua volvía a ser buena, fenómeno este que se achacaba a las fases de la luna.

He escrito antes que al agua no se le sometía a ningún tratamiento químico, aunque era una costumbre muy extendida echar unas gotas de anís en el agua de boca, la hacía más refrescante y agradable de sabor, sobre todo en las ocasiones en que, por ser escasa y vieja, ya tenía demasiados olores y sabores desagradables. Mi pariente Tomás Gracia que no tiene muchos más años que quién esto escribe, me cuenta que recuerda a su madre en el monte insistiéndole para que bebiera agua de la mejor que había, aunque tuviera olores y sabores desagradables. Para hacer el agua más agradable echaba gotas, y a veces más gotas de anís, lo importante es que bebiera agua y no se deshidratara el chico. Nada nuevo tenía esta práctica si consideramos que durante siglos las especias tuvieron un altísimo valor entre otras cosas porque permitían enmascarar los sabores de alimentos que cuando escribo esto consideraríamos no aptos para el consumo humano.

 Para leer el escrito entero pinche aquí...

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