En el 2005 Miguel Gracia Fandos escribió un artículo que mandó a un concurso de relatos, le dieron el tercer premio y se publicó en el RUJIAR (Centro de Estudios del Bajo Martín), de aquel año. II entrega.
AGUA PARA LAS PERSONAS. AGUA PARA ABREVAR LOS ANIMALES.
Mis
padres cuentan que, en sus primeros años, en las casas había simplemente una o
varias tinajas de 150 o 200 litros destinadas a almacenar agua de boca. La
mejor agua de boca que había era la que se recogía en algunos balsetes del
monte, y se transportaba hasta casa en cubas cargadas en carros de los que
tiraban las caballerías. El agua del río, y por lo tanto la que bajaba por las
acequias y brazales no era buena para beber la gente, aunque si era buena para
abrevar las caballerías y otros animales.
Por
estar cerca del pueblo y por ser de muy buena calidad, era muy apreciada el
agua que en caso de lluvias fuertes se recogía en la airica y en la ralla de
Sta. Quiteria, me cuentan que después de alguna tormenta se podían juntar
varios carros con cubas para recoger el agua de la airica antes de que
se la llevasen otros o se filtrase en la tierra, en aquellas ocasiones en las
que se juntaban varios carros con cubas para cargar agua, había que guardar el
turno de llegada y cumplir ciertas normas como impedir que las caballerías
pudiesen llegar hasta el agua para que no la estropeasen. El agua había se
cogía con galletas que se
vaciaban en la cuba que estaba en el carro. Me dicen que en esos casos solía
haber un guardia que garantizase el orden entre todos los que querían recoger
el agua que tan necesaria ha sido siempre y tanto trabajo costaba entonces,
pero según me cuentan en aquellas ocasiones no se daban disputas importantes,
todos sabían lo que tenían que hacer. Es curioso porque alrededor del agua
siempre ha habido conflictos y en algunos casos muy importantes, pero no ha
sido el agua de boca la que ha provocado grandes conflictos, no, curiosamente
ha sido el agua de riego, pero del agua de riego y de su conflictividad ya
trataremos más adelante.
Para
recoger y almacenar la mayor cantidad posible de agua de lluvia nuestros
antepasados extendieron una red de balsetes por todo el monte. Allí
donde había un suelo arcilloso, y por lo tanto impermeable, se excavaba el
terreno y mediante una o varias agüeras se conducía el agua de lluvia
que caía en una ladera próxima. Para evitar que las paredes del balsete se
desmoronasen, el vaso del balsete se rodeaba con paredes de piedra, con piedras
se construían también las escaleras suficientes para poder llegar hasta el
agua. En todos los balsetes había una pila, más o menos toscamente labrada en
piedra, en la que se echaba el agua para que las caballerías abrevasen sin
estropear el agua que quedaba en el balsete, puesto que cualquier vecino podía
ir a buscar agua a cualquier balsete para llevársela como agua de boca a casa.
Ni que decir tiene que los balsetes y sus “agüeras” se limpiaban
periódicamente para poder recoger agua de la mejor calidad posible.
Donde
existía una superficie rocosa de del tamaño suficiente también se labraban en
la roca unas pilas a la que unas pequeñas “agüeras” labradas en la
piedra conducían el agua de lluvia. La capacidad de estas pilas no era muy
grande, la mayor que conozco es la “Pila de los Frailes”, contigua a la ermita
de Sta. Quiteria, pero el agua que se recogía en las mismas era muy buena.
El
agua de todos los balsetes no era igual, había algunos que almacenaban un agua
muy buena, a esos balsetes se iba a buscar agua con el carro y las cubas para
llenar con ella las tinajas que había en las casas en las que se ponía el agua
para beber y cocinar. Por el contrario, había otros balsetes que daban un agua
mala, que no valía para beber las personas, pero el agua de esos balsetes era
también muy valiosa para abrevar las caballerías y otros usos. Hay que tener en
cuenta que, en aquella época, en la que la tierra se trabajaba con caballerías,
los campos de secano valían menos cuanto más alejados estaban del pueblo y de
algún puesto con agua segura en el que poder abrevar los animales de labor.
Supongo
que la diferente calidad de agua de unos balsetes a otros sería por el terreno
en el que recogían el agua y en el que se asentaban. Los mayores con los que
hablo del tema no saben nada de química, pero los criterios son unánimes, todos
están de acuerdo a la hora de señalar los balsetes en los que se podía recoger
la mejor agua: La de la Balsica de Alcañiz, (a 12 km. del pueblo por el camino
de Alcañiz) era buena, pero 500 m. más allá, estaba el balsete de Candiles que
era mejor; la del balsete del Servoso (el más grande que hay en el término
municipal) era mala, la de la Mollata era mala; pero la del remoto y escondido
balsetico de los Lobos, que era un agua rojiza, hay quién dice que era la
mejor. Bueno, el caso es que por lo que fuera la gente sabía el agua buena era
buena y la que era mala... que no te sentaba bien, o que no te quitaba la sed,
según me cuentan. Un criterio que decía mucho de la calidad del agua era la
forma como se cocían las judías, si se cocían bien es que eran agua buena, si
no se cocían por mucho que hirviera el agua, o si se cocían muy mal, es que era
agua mala.
Un
color que hoy diríamos que era de agua más bien turbia y que entonces decían
que era de “agua de monte” era muy apreciado como señal de la calidad de la misma.
Por aquellos tiempos había aguadores que llevaban agua a las casas más
pudientes del pueblo, que normalmente no tenían relación con la agricultura. Me
cuentan el caso de una señora de cierto postín que recién llegada al pueblo,
encargó agua, le llevaron la mejor agua que los aguadores pudieran desear, por
supuesto de monte, y con el color que la caracterizaba... ¡Qué enfado pilló le
señora cuando vio que le llevaban agua turbia! El hombre intentó explicarse,
pero la señora de ninguna manera iba a aceptar un agua que no fuese clara.
Tampoco era tan grande el problema, el aguador llevó el agua a otra casa en la
que seguro que la apreciaban más y para la señora llevó agua de un brazal que
alimentaba a unas pilas en las que abrevaban las caballerías; eso sí, el agua
estaba muy clara y la señora quedó contenta. Porque el agua del río y por lo
tanto la de las acequias y brazales, que la tomaban del rio, no era buena como
agua de boca. Si servía para abrevar las caballerías y otros animales. También
servía o por lo menos se usaba para lavar y por supuesto para regar, de lo que
trataremos más adelante; pero como agua de boca no servía, tanto es así que
según me cuentan, en épocas de sequía prolongada, cuando ya no quedaba agua ni
buena ni mala en los balsetes, antes se bajaba con el carro y las cubas hasta
Escatrón a coger agua del Ebro, que recurrir a beber agua del río Martín. Y en
Escatrón, me cuentan que aprovechaban para llenar los aljibes con el agua que
bajaba por el Ebro en el mes de mayo, cuando llegaba el agua del deshielo de
los Pirineos, puesto que el agua de otoño era generalmente mucho peor.
Otra
forma de obtener agua sobre todo para los animales era la que se acumulaba en
las balsas y la que se obtenía de los pozos. Las balsas eran, y son cuando
escribo esto, lugares en los que por la propia naturaleza del terreno se
acumula el agua de lluvia. Se diferenciaban de los balsetes en que no había que
construir un vaso en el que acumular el agua (aunque si se limpiaban
periódicamente las balsas) ni “agüeras” para conducir el agua. A las balsas los
animales, tanto las caballerías como las ovejas y cabras de los rebaños, podían
acceder directamente hasta el agua para abrevar, mientras que en los balsetes
se sacaba el agua a la pila para que las caballerías abrevasen sin estropear el
agua del balsete. El agua de los balsetes no se usaba para abrevar las ovejas y
cabras.
Repartidos
por el término municipal también podemos encontrar restos de algunos pozos que
se hicieron para poder obtener agua para abrevar las caballerías y, sobre todo,
los ganados que “pagentaban” en el monte. Estos pozos, no eran públicos,
solían ser de particulares Los pozos que podemos ver solían tener entre 3 y 8
metros de profundidad aproximadamente, el agua solía ser de mala calidad, pero
a falta de otra mejor era muy apreciada para los animales. Quién esto escribe y
otros, allá por 1982, limpiamos el escondido “Pozo de la Mora”. Cuando sacamos
todos los escombros, en la roca que era el fondo del pozo encontré un agujero
de pocos centímetros de ancho, y más de medio metro de largo, no tenía ni idea
de cómo se había hecho ese agujero y para no escuchar hipótesis que presuponía
disparatadas sobre el origen del mismo, no dije nada a quién estaba arriba
tirando con una cuerda del caldero en el que colocaba los escombros del pozo.
Al menos entonces no dije nada, pero me dejó intrigado el agujero en cuestión.
Años más tarde, hablando con Pepe “El Turmera” me dijo que el agujero lo había
hecho él para meter cartuchos de dinamita con el fin de profundizar más el pozo
y tratar de que diera más agua. También me dijo que el agua de ese pozo que
nosotros habíamos mandado analizar y que resultaba tener demasiadas sales
disueltas incluso para abrevar ganado, no era ni mucho menos de las peores
aguas de los pozos del término municipal:
-
“El agua del pozo de la Mora que está en el “cabalto” de Val de la
Reina, cuece las judías, mal, pero las cuece; pero con agua del pozo de los
“Mases de Galicia”, que están en la parte baja de la misma val, con esa agua no
se cuecen las judías”. Me dijo Pepe “El Turmera” dando a entender que otros
pozos daban agua aún con más sales disueltas.
En
cualquier caso, los rebaños que estaban acostumbrados a una zona y a un tipo de
agua determinado abrevaban normalmente del agua que se sacaba de los pozos,
pero las caballerías que probaban diferentes aguas según trabajaran en
diferentes parajes no siempre aceptaban el agua que daban los pozos de estas
tierras resecas. Tenían sed, acercaban la boca al agua, pero en ocasiones
resoplaban sobre al agua salobre en lugar de abrevar. Me cuentan que los
caballos eran mucho más delicados que las mulas y los burros a la hora de
abrevar agua qué, aunque no fuese muy buena, era la mejor que había.
(Abro
este paréntesis para nombrar de pasada a Iván P. Pavlov, fisiólogo ruso que
recibió el premio Nobel de Medicina en 1904 por el descubrimiento y
demostración de los “reflejos condicionados”. Demostró que un perro hambriento
segregaba jugos gástricos cuando se le ofrecía alimento. Si cuando se le
ofrecía alimento se hacía sonar una campana, el perro segregaría jugos
gástricos cuando oyese la campana, aunque no se le ofreciese alimento)
Recuerdo
que aquellos labradores que ni remotamente sabían quién era ese Pavlov y su
reflejos condicionados solían silbar
suavemente cuando las caballerías abrevaban, y recuerdo una ocasión en la que
fui con mi padre a que las mulas abrevasen agua de un pozo, las caballerías
rechazaban el agua salobre; pero mi padre insistía y silbaba aquella melodía
con especial insistencia hasta que para alivio de mi padre las mulas empezaron
a abrevar de aquella agua que no sería muy buena pero era la mejor que había,
porque si las mulas no abrevaban no comían bien, y si no comían no podían
trabajar.
Para
abrevar los animales también se aprovechaba el agua de manantiales donde los
había, pero con el clima de estas tierras son demasiado escasos. El más
importante es Val de Llego, casualmente en el centro del término municipal, hay
un manantial que da agua en cantidad y calidad suficiente para que los animales
pudiesen abrevar todo el año. También embalsa el agua para riego, pero la
salida del agua de riego está en alto para asegurar que no falta agua para
abrevar los rebaños y las caballerías. En la llamada Balsa de La Marga (Aunque
la llamemos balsa, es principalmente agua manantial) y en la Balsa de Profeta,
en Val Imaña, muy cerca de la linde con Híjar, eran los otros lugares en los
que no faltaba agua para abrevar los animales. Me cuentan que los pequeños
rebaños de ovejas y alguna cabra que por entonces pastaban por “la Pila Plana”,
“el Sardón” y otros parajes en los que en ocasiones faltaba el agua, iban a
abrevar hasta Val de Llego, entonces existían unos pasos perfectamente
delimitados para el ganado, pero las distancias a cubrir eran considerables por
lo que en esas ocasiones iban a abrevar un día sin otro.
La
construcción dentro de las casas de aljibes en los que almacenar agua supuso un
grandísimo avance para abastecerse de agua de boca. Me cuentan que poco “antes
de la guerra” ya se construyó algún depósito que se llenaba con agua de los
balsetes, pero suponían una gran ventaja sobre las tinajas por poder recoger
más agua cuando era abundante. Es importante señalar que aquellos primeros
aljibes que se construyeron en las casas se llenaban con agua de los balsetes
que se transportaba con el carro y las mulas. Lo cierto es que por entonces no
existían, o al menos no se conocían por aquí, los canalones y los tubos con los
que se podía recoger el agua de lluvia de los tejados y llevarla hasta el
aljibe. Los canalones (los primeros que se vieron por aquí eran de cinc)
tardaron en llegar, supongo que de no haber sido por la guerra hubieran llegado
antes.
Mi
padre cuenta que fue allá por 1946, “el año de la cosecha” cuando en la casa de
su padre construyeron el depósito de agua en el que se almacenaba el agua de
los tejados, era de los primeros aljibes que se construían en el pueblo
pensando que se llenaría no con agua de los balsetes que tanto costaba recoger
y transportar, sino con el agua de lluvia de los tejados que mediante unos
canalones se llevaría hasta el aljibe. Por entonces también llegó un gran
adelanto en los materiales de construcción que permitía cubrir muy rápidamente
superficies considerables: las placas de “URALITA”. Aún no se veían en el
pueblo esas placas de uralita, pero cuando estaban construyendo el aljibe en
casa, fueron a Alcañiz con las caballerías y el carro. Llevaron unos sacos de
trigo y con la venta de ese trigo compraron unas placas de uralita con las que
cubrir una terraza, ganaría la terraza, ganarían espacio en la casa, y sobre
todo podrían recoger el agua de lluvia y guardarla en el aljibe en la misma
casa ¡Qué comodidad! Mi padre recuerda que cuando colocaron las placas de
uralita se dieron cuenta de que faltaba alguna para poder cubrir toda la terraza,
aunque de la manera que lo cuenta no creo que fuese un error al medir la
terraza. Debió ocurrir que el trigo que pudieron llevar en un solo viaje hasta
Alcañiz con las caballerías y el carro no fue suficiente para poder comprar
todas las placas necesarias. Tampoco era un problema que no tuviese arreglo,
ocasión para ir otra vez a Alcañiz con algo de trigo, traer la placas que
faltasen y con el trigo sobrante sacar algún dinero que para otras cosas hacía
falta.
El
resultado del depósito en el que se acumulaba el agua de lluvia que caía en el
tejado de uralita y otros tejados de la casa, fue realmente espectacular:
¡nunca faltó agua de lluvia, agua del cielo, de la mejor calidad, en el depósito!
Ya no se volvió a ir a los balsetes del monte a buscar agua de boca. Tan
abundante y buena era el agua que incluso se volvieron las tornas, y cuando
tenían que ir trabajar al monte con las caballerías, ante la sospecha de que no
hubiera agua para las caballerías en los balsetes próximos, llenaban la cuba de
agua del depósito y con el carro la llevaban para que las caballerías tuvieran
agua abundante y buena mientras duraban los trabajos en el monte.
Encantados
todos con la comodidad que suponía tener agua en el depósito de casa, mi padre
cuenta que el suyo, muy pronto preparo una desviación en la entrada del
depósito que permitía desechar la primera agua de lluvia que caía en los
tejados, puesto que era la que arrastraba el polvo y la suciedad que había en
los mismos. Cuando los tejados ya se había lavabo y el agua bajaba
completamente limpia, entonces ya se conducía al depósito.
Hay
que tener en cuenta que en aquellos depósitos se guardaba agua que no siempre
se renovaba rápidamente y que no era sometida a ningún tratamiento químico, por
lo que había que tener mucho cuidado en que no entrase suciedad que pudiese
corromper el agua. Me cuentan de algunos depósitos que no debían estar muy
cuidados en los que en ocasiones se corrompía el agua, llegando a temerse que
tendrían que tirar el agua que contenía, pero días más tarde el agua volvía a
ser buena, fenómeno este que se achacaba a las fases de la luna.
He
escrito antes que al agua no se le sometía a ningún tratamiento químico, aunque
era una costumbre muy extendida echar unas gotas de anís en el agua de boca, la
hacía más refrescante y agradable de sabor, sobre todo en las ocasiones en que,
por ser escasa y vieja, ya tenía demasiados olores y sabores desagradables. Mi
pariente Tomás Gracia que no tiene muchos más años que quién esto escribe, me
cuenta que recuerda a su madre en el monte insistiéndole para que bebiera agua
de la mejor que había, aunque tuviera olores y sabores desagradables. Para
hacer el agua más agradable echaba gotas, y a veces más gotas de anís, lo
importante es que bebiera agua y no se deshidratara el chico. Nada nuevo tenía
esta práctica si consideramos que durante siglos las especias tuvieron un
altísimo valor entre otras cosas porque permitían enmascarar los sabores de
alimentos que cuando escribo esto consideraríamos no aptos para el consumo
humano.
Magnífico serial
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