jueves, 27 de agosto de 2020

Artículo. ¿Y si en realidad nadie sabe nada de la pandemia del coronavirus este?


Desde que el mundo es mundo y conocemos la historia, sabemos que las epidemias y pandemias han proliferado y, en ocasiones, han causado enormes mortandades. O simplemente se han cebado en personas de riesgo, débiles de salud, mal alimentadas, miserables económicamente, permisivas sexuales, etc.

Los arqueólogos descubren grandes epidemias de épocas prehistóricas, sobre todo en el paso del paleolítico al neolítico con la nueva adaptación y convivencia de nuestra especie con la ganadería y con los animales domésticos de labor. Al parecer muchos virus y bacterias de especies animales pasaron a los humanos y debieron de ser terribles esos contagios hasta que los humanos o grupos de humanos se inmunizaron. La Biblia y otros escritos de la antigüedad nos hablan de contagios y epidemias terribles. El descubrimiento de América y el contacto entre distintos grupos humanos aislados durante siglos o milenios hizo que las mortandades fueran terribles tanto en la población aborigen americana como en la europea.

Ahora, con el aumento de la población y la enorme movilidad, lo que resulta raro es que no se hayan dado más casos. Por si fuera poco, se ha puesto de moda el tener como animales domésticos a especies animales que hasta ahora no lo eran, sin las debidas condiciones higiénicas y de control, o desconociendo las consecuencias que pueden ocasionar a la hora de trasmitir virus y bacterias a nuestra especie.

El conocimiento de estas enfermedades y la forma de acabar con ellas ha sido la paulatina inmunidad o adaptación de los humanos a ellas, después de decenas de años y de miles o millones de muertos. Y últimamente, gracias a la ciencia médica, veterinaria y farmacéutica, con la elaboración de medicamentos y vacunas, se acortaron los tiempos o se han erradicado la mayoría de las que todavía eran agresivas. Pero esto cuesta mucho dinero en investigación y algo que parece que no soportamos en la modernidad: tiempo. Queremos resultados rápidos, como si la ciencia, los científicos y médicos, de la que a veces renegamos y criticamos, fuera como el mago Merlín y dispusieran del bálsamo de Fierabrás, la piedra filosofal y la lanza de Longinos.

Pero cuando la ciencia no sabe algo; no lo sabe, y ya pueden ser Premios Nobeles o científicos de prestigio, que cuando no tienen la certeza y confirmación científica de algo, por muy listos que sean, son torpes de necesidad, al menos en esa materia de estudio no conocida, y cuando hablan o escriben los “expertos” lo que hacen es emitir una opinión, teoría o hipótesis, quizá racional pero no científica. Vamos, como el filósofo aquel que decía: “solo sé que no se nada”; porque no podía demostrar la veracidad de su filosofía, que siempre es subjetiva.

Sin embargo, no hay mucha humildad en la clase científica; a muchos les gusta convertir sus hipótesis personales, teorías y opiniones en certezas científicas. Cuando hay muchas certezas científicas diferentes sobre una materia, y no hay, al menos, consenso en la comunidad científica sobre los resultados investigados, sobre como apareció la pandemia en los humanos, de donde se trasmitió ni cómo combatirla, como ocurre con el coronavirus este, quiere decir que todavía no se sabe nada de la pandemia. Como no creo en las teorías de la conspiración neurasténicas, pienso que nadie lo sabe. Se sabrá si, a su debido tiempo. Ahora todos somos pedantes y “enteradillos” de segundo o tercer orden.

Por si fuera poco, todo está mediatizado por la política, o sea, por el sectarismo político; si conozco la inclinación política de una persona ya sé que opinión tendrá sobre la buena o mala gestión de la pandemia, del gobierno central o de cualquiera de los autonómicos.  Poca ciencia y mucha superstición, incluso de los científicos, expertos y periodistas, que unidos a los políticos sectarios y las nuevas religiones esotéricas de la New age: Solo sé que no se nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario