Debatir sobre el
futuro de las pensiones requiere tener algo de perspectiva histórica y
reconocer que, a pesar de sus insuficiencias y defectos, la evolución de la
Seguridad Social en las últimas décadas es una historia de progreso y a mejor.
En este período ha
tenido de todo. Ha aumentado la cobertura, con más personas protegidas y mayor
protección. Aunque también se han producido ajustes que en algunos casos
dificultan el acceso a las prestaciones o reducen su cobertura. Se han
producido diferencias en la prestación, en algunos casos justas porque
corresponden a diferencias de aportación de cuotas, pero en otras corresponden
a la mala suerte de haberse quedado sin trabajo en los últimos años o haber
menguado la nómina debido a la crisis económica que ha afectado en desigual
manera a los trabajadores.
Para comprender la
intensidad del cambio basta recordar que el gasto en pensiones ha pasado del
4,5% del PIB en 1978 al 11,7% actual. Y las previsiones (que siempre hay que
relativizar), lo sitúan entre el 14% y el 15% del PIB en el 2050. Un esfuerzo
perfectamente asumible y comparable con el resto de los países de la Unión
Europea.
También se ha evolucionado
a un sistema en el que se reconocen pensiones no contributivas a personas en
situación de necesidad.
El sistema
mutualista de 1978, con grandes diferencias en el nivel de protección y de
gestión, se ha transformado en un sistema público armonizado en su regulación,
protección y gestión. Hasta finales del siglo XX las diferencias eran grandes
entre los diferentes regímenes de seguridad social y se han ido armonizando.
Financiar este
esfuerzo ha requerido de un constante aumento del gasto en pensiones, fruto de
la exigencia y esfuerzo de la sociedad española. Con un papel importante de los
sindicatos presentando propuestas, movilizándose, negociando y firmando
acuerdos sociales.
En este período se
ha conseguido mantener el sistema público de seguridad social, contributivo,
solidario y de reparto, a pesar de los muchos intentos de transformarlo en un
sistema de capitalización individual, con la consiguiente pérdida de solidaridad.
Se ha pasado de los 4 millones de pensionistas de 1978 a los cerca de 9
millones en la actualidad.
La intensidad y
calidad de la cobertura ha aumentado considerablemente. En 1978 la pensión
mínima significaba el 0,7% del salario mínimo interprofesional y en estos
momentos supera el 1,2% del SMI. En relación al salario medio, la pensión
mínima ha pasado de representar el 29% en 1981 hasta el 42% en la actualidad.
Las pensiones no
contributivas también vinieron; son de un marcado carácter social y solidario
(con la crisis económica se aprecia más su importancia y necesidad, aunque
todavía suscita el rechazo de mucha gente que cree que tiene bridada su pensión
porque es “mucho trabajador” y a él no le va a afectar los recortes). Estas
prestaciones nacen en 1990, fruto de un acuerdo sindical con el que CCOO y UGT
capitalizaron el éxito de la huelga general del 14 de junio de 1988.
La separación de
fuentes de financiación, el aumento en la aportación fiscal y la creación del
Fondo de Reserva tienen su origen en el acuerdo social de 1996, que la patronal
rechazó porque pretendía utilizar el superávit puntual de aquellos momentos
para reducir las cotizaciones empresariales.
El pacto de Toledo
tenía sus luces y sus sombras, pero fue fruto de un acuerdo extenso que
garantizaba el futuro del sistema de pensiones y garantizaba el IPC de cada
año. La patronal no estuvo de acuerdo. Hoy día se critica por sectores
minoritarios sindicales y colectivos antisindicales y es una de las cuestiones
por lo que no existe unidad de acción entre los sindicatos mayoritario con los
minoritarios y estos colectivos.
La puesta en
marcha definitiva del Fondo de Reserva y el reconocimiento de la jubilación
anticipada a los 61 años -que hasta entonces solo existía para los mutualistas que
hubieran cotizado antes del 1 de enero del 1967- fueron fruto de otro acuerdo
social, el del 2001, en este caso firmado en solitario por CCOO.
Algunos cambios
benefician especialmente a las mujeres que son las más afectadas por la
precarización del empleo. La mejora en el cómputo de las cotizaciones de los
contratos a tiempo parcial, forzado por una sentencia del Tribunal de Justicia
de la Unión Europea. Luxemburgo. O la asimilación a períodos de cotización
efectivos de algunos vacíos de cobertura, aunque se continúa discriminando a
las empleadas del hogar. El aumento del 45% al 52% de la pensión de viudedad,
establecido en el acuerdo social de 1996. Y después del 52% al 60% pactado en
2011 (aunque su aplicación haya sido congelada unilateralmente hasta el 2018).
También ha
mejorado los complementos de las pensiones mínimas y se toparon aún más las
pensiones máximas, que hoy se sitúan un 20% por debajo de las bases máximas de
cotización. (por cierto, si se destopara y los grandes salarios cotizaran por
lo que cobran, aumentaría considerablemente el dinero para pensiones.)
Cierto es que, en
el marco de este ciclo largo de mejora de las prestaciones, también se han
producido ciclos cortos, con reformas que han afectado al acceso a la
protección social. Como el cambio en la edad ordinaria de jubilación, que se
mantiene en los 65 años para quienes hayan cotizado 38,5 años, pero se eleva
progresivamente hasta los 67 años (en el año 2027) para quienes hayan cotizado
un período menor. Es el acuerdo que más se critica fuera de los sindicatos
mayoritarios.
Se habla poco del
contrato de relevo, que ha permitido en los últimos años miles de jubilaciones
anticipadas con casi el 100% y sin apenas gasto para el Estado; eso también fue
un acuerdo a iniciativa de los sindicatos.
La mayor ruptura
en este recorrido de mejora la ha provocado la reforma del 2013, aprobada en
solitario por el Gobierno Rajoy. Se derogó la garantía de revalorización de las
pensiones en función del IPC que estaba vigente desde 1996 y se estableció el
factor de “sostenibilidad”, por el que los pensionistas pasan a soportar el
mayor coste que supone el aumento de la esperanza de vida. Aunque las
movilizaciones sindicales y de pensionistas han propiciado que los PGE 2018
acuerden una revalorización del 1,6% y la suspensión de la aplicación del
índice de sostenibilidad, la reforma unilateral del 2013 continua vigente.
Esta perspectiva
histórica sirve para demostrar que, aun siendo importantes, los retos de futuro
son asumibles y existen alternativas y márgenes económicos.
Para afrontar los
retos necesitamos primero un diagnóstico honesto y no oportunista. Tan
irresponsable es negar los riesgos de futuro de la Seguridad Social como
afirmar que los problemas derivan de un exceso de gasto en pensiones.
El principal reto
es el aumento de los ingresos, los contributivos que son su principal fuente de
financiación, y especialmente la aportación fiscal del Estado. Existe margen
para ello porque los ingresos fiscales de España están entre un 7% y el 8% del
PIB por debajo de la media de la Unión Europea.
La corrupción institucional,
donde se ha robado a manos llenas; la evasión de capitales, el fraude fiscal,
sistemas de fiscalidad discriminatorios a favor de las grandes empresas y
capitales, como las SICAV; la economía sumergida en España, (una de las mayores
en la UE), el mal ejemplo de los políticos que se “brindan” sus pensiones
mientras recortan la de la ciudadanía, y las “puertas giratorias” en la que los
principales líderes han privatizado y vendido las empresas rentables públicas y
se han colocado con nóminas en ellas… ¿Cómo quieren convencer al personal de
que no hay dinero para pensiones y otras políticas sociales?
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