
Ni
siquiera quise ver el partido. ¿Para qué, para ver perder al Barça?
No lo vería perder y ganaba una cena ¡Menuda jugada! Me puse al ordenador, al que
estoy “enganchado” (ya casi no veo la tele, que enajena), y a
cada momento retumbaba el edificio. “Ya han metido otro gol, serán
los “júligan” del R.
Madrid y los anticatalanistas del barrio -pensaba-”, que celebran la derrota del Barça. Pero nó.
Cuando juega el Real Madrid también muchos barcelonistas,
aunque no son catalanes, apoyan al equipo extranjero (normales quedamos pocos).
Así
que cuando me enteré que el Barcelona ganó tuve una sensación
extraña; por una parte ganó el equipo de mis amores, pero perdí
una cena con un amigo del Atlético de Madrid que estaba eufórico y no solo por que ganó la cena (a los del Atletico de Madrid no los entiendo). También perdí con otro, forofo de R. Zaragoza,
que estaba un poco desorientado pero, se me reía..., los dos se me reian ¿Porqué, si había ganado el Barcelona? El que se tenía que reir era yo. Me
sentía idiota.
Hoy
no vamos a hablar de política.
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