Aunque no tenía ardor guerrero ni
espíritu militarista, en aquellos tiempos de mi juventud, todos los varones que
se tuvieran por tal debían hacer la mili. Yo no entendía a algunos amigos míos
que se hicieron objetores de conciencia arrastrando las graves consecuencias
que aquello acarreaba; sin embargo, de haber ido a la guerra, habría hecho lo
posible por desertar si eso no me acarreaba más mal, claro, porque ya nos
habían contado que en la última guerra, tanto en el ejercito nacional como en
el republicano, iban oficiales pegando tiros a aquellos soldados que se
rezagaban de la batalla y a los desertores se les fusilaba.
Cada vez soy más pacifista. Nos llevaban
a la muerte los que miraban las batallas por unos anteojos, de lejos, y ahora
por ordenador desde cómodos despachos, porque saben que a ellos no les va a
ocurrir nada mientras mandan a la muerte a la juventud y convierten a las
ciudades en calcos de Belchite reproducidos por decenas, con miles de efectos
tétricos colaterales en los que se sacan cadáveres de viejos, mujeres y niños
de entre la enruna.
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Pero mi mili fue feliz, Con pocas perras pero feliz, porque no
tire ni un tiro, ni una bomba, y apenas hice instrucción. Guardias sí, cientos,
y aunque estaba en Intendencia y era panadero, apenas hice pan. Mi cuartel de
Intendencia del ejército Español (no donde estaban la panadería), era un
despropósito; casi todos los oficiales y suboficiales (no los de complemento),
eran alcohólicos y corruptos. De tarde en tarde hacíamos pan de campaña. Cuatro
soldados panaderos. Dos catalanes y dos aragoneses. Todos de pueblo, y teníamos
la misma escuela de amasado. Cuando se enteraron de que sabíamos hacer torticas
y ternasco al horno, los mandos ya no se acordaban del pan. Hacíamos madalenas
que repartíamos a la mañana siguiente en bolsas para todos los jefes. Lo mismo
cuando venía una vaca; la mitad se repartía también.
El día de la Patrona |
Era tal la dejadez que yo que fui
al cuartel de intendencia de panadero y de corneta de banda, no se enteraron
hasta que lo dije después de dos meses de haber llegado. No pensaba dame a
conocer hasta que me di cuenta que “pelaba” más guardias que el tonto del
pueblo. Así que me dije: voy a buscarme destino y mi profesión que era más de
una, pues además de panadero (que para eso fui a Intendencia), iba destinado también
de corneta banda (que aunque llevaba el titulo no me habían enseñado nada en el
campamento), porque al subteniente de banda que nos tenía que enseñar, los
veteranos
lo emborrachaban para no ensayar. Y yo, que era bastante torpe con la corneta,
todo hay que decirlo. Además de eso, iba recomendado por dos personas
influyentes del pueblo y el furriel no se aclaró porque lo único que hizo
cuando llegué a mi destino fue disfrazarse de teniente y decirme a mí y a otros
que nos trasladaban a Melilla para asustarnos (vi a algunos llorar), además de
mancharme todos los dedos de tinta embadurnando papeles en blanco.
La izquierda clandestina y organizada
en el cuartel tampoco estaba muy fina que dijéramos. Muchos meses después de licenciarme
cuando me encontré por mi sindicato con algunos antiguos soldados de entonces
que estaban de suboficiales de “complemento” en la mili (pues casi todos
formaban parte de los “Comités” clandestinos del ejército), pensaban que yo era
sicario del “Servicio de inteligencia del ejército” (que no sé cómo se llamaba
entonces). Llegaron a esa conclusión porque me compraba una revista católica de
los jesuitas y tenía en la taquilla, que registraron, una biblia heterodoxa de Casidoro
de la Reina de 1569, revisada por Cipriano Valera en 1602, y porque era muy
reservado y hablaba poco. Yo que por aquel tiempo estaba totalmente perdido en
la cuestión existencial e intelectual y no sabía ni quien era, ni donde
estaba, ni que quería ser de mayor, como para ser un agente de la inteligencia
militar.
También estaba en el cuartel, y
seguramente al cabo de la política clandestina, el cantautor de Alloza, Joaquín
Carbonell; pero apenas lo vi por el cuartel, pues debía estar “enchufado” y
solo aparecía en momentos muy concretos.
El capellán que teníamos era
mismamente como el que sale en la película de Berlanga en “La Escopeta
Nacional”. Llevaba la pistola debajo de la sotana por si se le aparecía algún rojo.
Hice buenas migas con el porque me daba permiso para la Semana Santa. A misa
solo íbamos los vascos, que había unos cuantos, uno de Cascante (que cantaba
muy bien la jota, por cierto), dos catalanes rurales y yo. Algúnos vascos, he
deducido con posterioridad, creo que eran independentistas y acudían
tranquilamente a la iglesia; ayudaban a misa con total discernimiento, como si
hubieran sido monaguillos de toda la vida, a pesar de que el capellán rezaba
porque se fueran todos los abertzales al infierno. Durante el invierno, el
capellán logro que fueran más soldados a misa de los pocos que nos quedábamos el
domingo en el cuartel, pues dispuso del presupuesto para ocho radiadores en la
capilla, mientras en las plantas de compañías nos quitaban la calefacción y nos jodíamos
de frio.
Tocar la corneta nunca lo hice
bien, porque el sargento de la banda era un vago integral y se enfadaba si le
decíamos que nos enseñara a pesar de que lo presionábamos para que nos
obligara a ensayar como era su deber. Era el colmo de la holgazanería. Una vez tenía
que tocar generala y no pude hacerlo porque me despertaron a las tres de la
mañana, sin avisar, y así es imposible. Creía que me iban a llevar al calabozo
y el Teniente Coronel casi me pide perdón. Cuando hacía pan, como estaba toda
la noche sin dormir les tocaba a los de guardia la diana. Entonces si podía
pues tenía los labios bien dispuestos. La bajada de bandera y oración era una
parodia y se reían hasta los vecinos cercanos al cuartel de lo mal que me salía;
pasaba vergüenza pero no solo me ocurría a mí. La fajina y la Retreta, sin
embargo me salía bien.
Cuando llegué al cuartel de
Intendencia estaba en el calabozo del Cuerpo de guardia el gitano Baena; era
una persona muy inteligente que tocaba muy bien la corneta de pistones. El me
enseño a tocar el “silencio americano” que hacia las delicias de todos; cuando
lo tocaba "Diana" por las mañanas (me levantaba una hora antes para tener los labios en
condiciones), salían los soldados de la compañía a
aplaudirme. Otras veces
dejaba que fuera Baena el que lo tocara con su trompeta de pistones a través de la reja del calabozo, y claro,
entonces el cuartel “se venía abajo”. Pero el subteniente de banda de Sanidad
que compartía cuartel con nosotros y que no se llevaba bien con el sargento de
banda de Intendencia, pillo celos y nos prohibió tocar con esa trompeta y porque el “silencio
americano” no era de reglamento. (Vaya, pensé yo, para una cosa que hacen bien
los Yanquis.)
El gitano Baena estaba
permanentemente en el calabozo porque cada vez que le daban permiso tenía que
ir la guardia civil a buscarlo. “Mira Baena – le dijo un día el Teniente
coronel que era una bellísima persona- van dos veces que hemos tenido que ir a
buscarte; si lo haces otra vez, ya no podré hacer nada por ti y te llevarán a
un campo de trabajo, y así pasó. Antes de licenciarme yo lo llevaron dos años a
un campo de trabajo, aunque se decía que el teniente coronel haría algo por él,
pues había hecho ya dos milis y media, pero estaba recién casado y cuando le
daban permiso se le iba la “olla” con su gitana y los churumbeles.
Podría contar muchas historias
más de mi servicio militar, todas muy poco marciales, como la del joven aquel homosexual
y adventista que era acosado constantemente y humillado por cuatro descerebrados
con la complicidad de los demás que les reían las gracias. Años después de
cumplir la mili, me encontré al tal en un bar de Zaragoza comiéndose un
bocadillo gigante de jamón con un “tubo” de vino; ¿“cómo estas comiendo carne y
bebiendo alcohol"? –le dije-, “es que me he convertido a la Iglesia Católica de
nuevo, al poco de terminar el servicio militar” –me contestó-, “si estoy más
tiempo de adventista del séptimo día me muero, eso no hay dios que lo aguante”.
Dicen que en la mili se sale “más
hombre”; yo no sé si salí más hombre pero sí que maduré mucho; aquel periodo de
mi vida me facilitaría posteriormente el poder encontrarme conmigo mismo. No os
creáis que sea fácil encontrarse con uno mismo; tú puedes salir a la calle y
encontrarte con muchas personas pero encontrarte contigo mismo es dificilísimo.
Yo lo he conseguido.
A ver cuantos pueden decir que
cuando salen a la calle se encuentran consigo mismo.
La banda en el campamento (CID) |
servida quedó la patria
ResponderEliminarMuy buen relato, Manolín. En las fotos has salido "marcial", pero ¿cómo no te metieron de tambor en la banda? En aquella época casi todos los bajoaragoneses tamborineros iban a ese destino, y tu lo tocabas, y lo tocas, muy bien.
ResponderEliminarEso lo dejo para el siguiente relato; no creas que no lo intenté.
EliminarCasidoro de la Reina, Cipriano de Valera, esos eran de la CNT no?
ResponderEliminarUnas memorias muy bien escritas. Parece que fuiste la persona con más juicio del cuartel.
ResponderEliminarPor cierto, ¿conociste al Brigada Jerez?
Es que las escribo yo. Había gente muy juiciosa, un joven muy culto y juicioso me dejó unos libros de filosofía de Nietzsche de los que no entendía ni papa. A los teólogos de la Liberación los entendía bien y mira que son raros de narices. Para los nombres soy muy malo, estoy buscando a uno que era de un pueblo de Teruel que era amigo de con mi mejor amigo de entonces, Luis Coll Taberner. Ya pondré el nombre del pueblo cuando me acuerde.Solo conocí un brigada que era de Mazaleón con cuyo sobrino me llevaba muy bien. Este brigada me decía que el aceite del Bajo Aragón era el mejor del mundo (pero el de Alcañiz hacia el este)decía el muy puñetero. También creo que había algún otro brigada maestro armero, y el jefe de banda de Sanidad posiblemente era brigada también. Como Jerez me suena más un teniente, quizá había ascendido cuando yo fui.Creo que había hecho magisterio.
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