sábado, 24 de septiembre de 2016

Testimonio. Historias de la mili (I), contadas por un pensionista confuso.

          Aunque no tenía ardor guerrero ni espíritu militarista, en aquellos tiempos de mi juventud, todos los varones que se tuvieran por tal debían hacer la mili. Yo no entendía a algunos amigos míos que se hicieron objetores de conciencia arrastrando las graves consecuencias que aquello acarreaba; sin embargo, de haber ido a la guerra, habría hecho lo posible por desertar si eso no me acarreaba más mal, claro, porque ya nos habían contado que en la última guerra, tanto en el ejercito nacional como en el republicano, iban oficiales pegando tiros a aquellos soldados que se rezagaban de la batalla y a los desertores se les fusilaba.

          Cada vez soy más pacifista. Nos llevaban a la muerte los que miraban las batallas por unos anteojos, de lejos, y ahora por ordenador desde cómodos despachos, porque saben que a ellos no les va a ocurrir nada mientras mandan a la muerte a la juventud y convierten a las ciudades en calcos de Belchite reproducidos por decenas, con miles de efectos tétricos colaterales en los que se sacan cadáveres de viejos, mujeres y niños de entre la enruna.
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          Pero mi mili fue feliz, Con pocas perras pero feliz, porque no tire ni un tiro, ni una bomba, y apenas hice instrucción. Guardias sí, cientos, y aunque estaba en Intendencia y era panadero, apenas hice pan. Mi cuartel de Intendencia del ejército Español (no donde estaban la panadería), era un despropósito; casi todos los oficiales y suboficiales (no los de complemento), eran alcohólicos y corruptos. De tarde en tarde hacíamos pan de campaña. Cuatro soldados panaderos. Dos catalanes y dos aragoneses. Todos de pueblo, y teníamos la misma escuela de amasado. Cuando se enteraron de que sabíamos hacer torticas y ternasco al horno, los mandos ya no se acordaban del pan. Hacíamos madalenas que repartíamos a la mañana siguiente en bolsas para todos los jefes. Lo mismo cuando venía una vaca; la mitad se repartía también.
El día de la Patrona

          Era tal la dejadez que yo que fui al cuartel de intendencia de panadero y de corneta de banda, no se enteraron hasta que lo dije después de dos meses de haber llegado. No pensaba dame a conocer hasta que me di cuenta que “pelaba” más guardias que el tonto del pueblo. Así que me dije: voy a buscarme destino y mi profesión que era más de una, pues además de panadero (que para eso fui a Intendencia), iba destinado también de corneta banda (que aunque llevaba el titulo no me habían enseñado nada en el campamento), porque al subteniente de banda que nos tenía que enseñar, los
veteranos lo emborrachaban para no ensayar. Y yo, que era bastante torpe con la corneta, todo hay que decirlo. Además de eso, iba recomendado por dos personas influyentes del pueblo y el furriel no se aclaró porque lo único que hizo cuando llegué a mi destino fue disfrazarse de teniente y decirme a mí y a otros que nos trasladaban a Melilla para asustarnos (vi a algunos llorar), además de mancharme todos los dedos de tinta embadurnando papeles en blanco.
          La izquierda clandestina y organizada en el cuartel tampoco estaba muy fina que dijéramos. Muchos meses después de licenciarme cuando me encontré por mi sindicato con algunos antiguos soldados de entonces que estaban de suboficiales de “complemento” en la mili (pues casi todos formaban parte de los “Comités” clandestinos del ejército), pensaban que yo era sicario del “Servicio de inteligencia del ejército” (que no sé cómo se llamaba entonces). Llegaron a esa conclusión porque me compraba una revista católica de los jesuitas y tenía en la taquilla, que registraron, una biblia heterodoxa de Casidoro de la Reina de 1569, revisada por Cipriano Valera en 1602, y porque era muy reservado y hablaba poco. Yo que por aquel tiempo estaba totalmente perdido en la cuestión existencial e intelectual y no sabía ni quien era, ni donde estaba, ni que quería ser de mayor, como para ser un agente de la inteligencia militar.
          También estaba en el cuartel, y seguramente al cabo de la política clandestina, el cantautor de Alloza, Joaquín Carbonell; pero apenas lo vi por el cuartel, pues debía estar “enchufado” y solo aparecía en momentos muy concretos.
          El capellán que teníamos era mismamente como el que sale en la película de Berlanga en “La Escopeta Nacional”. Llevaba la pistola debajo de la sotana por si se le aparecía algún rojo. Hice buenas migas con el porque me daba permiso para la Semana Santa. A misa solo íbamos los vascos, que había unos cuantos, uno de Cascante (que cantaba muy bien la jota, por cierto), dos catalanes rurales y yo. Algúnos vascos, he deducido con posterioridad, creo que eran independentistas y acudían tranquilamente a la iglesia; ayudaban a misa con total discernimiento, como si hubieran sido monaguillos de toda la vida, a pesar de que el capellán rezaba porque se fueran todos los abertzales al infierno. Durante el invierno, el capellán logro que fueran más soldados a misa de los pocos que nos quedábamos el domingo en el cuartel, pues dispuso del presupuesto para ocho radiadores en la capilla, mientras en las plantas de compañías nos quitaban la calefacción y nos jodíamos de frio.

          Tocar la corneta nunca lo hice bien, porque el sargento de la banda era un vago integral y se enfadaba si le decíamos que nos enseñara a pesar de que lo presionábamos para que nos obligara a ensayar como era su deber. Era el colmo de la holgazanería. Una vez tenía que tocar generala y no pude hacerlo porque me despertaron a las tres de la mañana, sin avisar, y así es imposible. Creía que me iban a llevar al calabozo y el Teniente Coronel casi me pide perdón. Cuando hacía pan, como estaba toda la noche sin dormir les tocaba a los de guardia la diana. Entonces si podía pues tenía los labios bien dispuestos. La bajada de bandera y oración era una parodia y se reían hasta los vecinos cercanos al cuartel de lo mal que me salía; pasaba vergüenza pero no solo me ocurría a mí. La fajina y la Retreta, sin embargo me salía bien.                
          Cuando llegué al cuartel de Intendencia estaba en el calabozo del Cuerpo de guardia el gitano Baena; era una persona muy inteligente que tocaba muy bien la corneta de pistones. El me enseño a tocar el “silencio americano” que hacia las delicias de todos; cuando lo tocaba "Diana" por las mañanas (me levantaba una hora antes para tener los labios en condiciones), salían los soldados de la compañía a
aplaudirme. Otras veces dejaba que fuera Baena el que lo tocara con su trompeta de pistones a través de la reja del calabozo, y claro, entonces el cuartel “se venía abajo”. Pero el subteniente de banda de Sanidad que compartía cuartel con nosotros y que no se llevaba bien con el sargento de banda de Intendencia, pillo celos y nos prohibió tocar con esa trompeta y porque el “silencio americano” no era de reglamento. (Vaya, pensé yo, para una cosa que hacen bien los Yanquis.)
          El gitano Baena estaba permanentemente en el calabozo porque cada vez que le daban permiso tenía que ir la guardia civil a buscarlo. “Mira Baena – le dijo un día el Teniente coronel que era una bellísima persona- van dos veces que hemos tenido que ir a buscarte; si lo haces otra vez, ya no podré hacer nada por ti y te llevarán a un campo de trabajo, y así pasó. Antes de licenciarme yo lo llevaron dos años a un campo de trabajo, aunque se decía que el teniente coronel haría algo por él, pues había hecho ya dos milis y media, pero estaba recién casado y cuando le daban permiso se le iba la “olla” con su gitana y los churumbeles.    
          Podría contar muchas historias más de mi servicio militar, todas muy poco marciales, como la del joven aquel homosexual y adventista que era acosado constantemente y humillado por cuatro descerebrados con la complicidad de los demás que les reían las gracias. Años después de cumplir la mili, me encontré al tal en un bar de Zaragoza comiéndose un bocadillo gigante de jamón con un “tubo” de vino; ¿“cómo estas comiendo carne y bebiendo alcohol"? –le dije-, “es que me he convertido a la Iglesia Católica de nuevo, al poco de terminar el servicio militar” –me contestó-, “si estoy más tiempo de adventista del séptimo día me muero, eso no hay dios que lo aguante”.
          Dicen que en la mili se sale “más hombre”; yo no sé si salí más hombre pero sí que maduré mucho; aquel periodo de mi vida me facilitaría posteriormente el poder encontrarme conmigo mismo. No os creáis que sea fácil encontrarse con uno mismo; tú puedes salir a la calle y encontrarte con muchas personas pero encontrarte contigo mismo es dificilísimo. Yo lo he conseguido.

          A ver cuantos pueden decir que cuando salen a la calle se encuentran consigo mismo.
La banda en el campamento (CID)

6 comentarios:

  1. servida quedó la patria

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  2. Muy buen relato, Manolín. En las fotos has salido "marcial", pero ¿cómo no te metieron de tambor en la banda? En aquella época casi todos los bajoaragoneses tamborineros iban a ese destino, y tu lo tocabas, y lo tocas, muy bien.

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    1. Eso lo dejo para el siguiente relato; no creas que no lo intenté.

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  3. Casidoro de la Reina, Cipriano de Valera, esos eran de la CNT no?

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  4. Unas memorias muy bien escritas. Parece que fuiste la persona con más juicio del cuartel.
    Por cierto, ¿conociste al Brigada Jerez?

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    1. Es que las escribo yo. Había gente muy juiciosa, un joven muy culto y juicioso me dejó unos libros de filosofía de Nietzsche de los que no entendía ni papa. A los teólogos de la Liberación los entendía bien y mira que son raros de narices. Para los nombres soy muy malo, estoy buscando a uno que era de un pueblo de Teruel que era amigo de con mi mejor amigo de entonces, Luis Coll Taberner. Ya pondré el nombre del pueblo cuando me acuerde.Solo conocí un brigada que era de Mazaleón con cuyo sobrino me llevaba muy bien. Este brigada me decía que el aceite del Bajo Aragón era el mejor del mundo (pero el de Alcañiz hacia el este)decía el muy puñetero. También creo que había algún otro brigada maestro armero, y el jefe de banda de Sanidad posiblemente era brigada también. Como Jerez me suena más un teniente, quizá había ascendido cuando yo fui.Creo que había hecho magisterio.

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