martes, 19 de julio de 2016

Charrada: Cuidado, no hay que significarse.

Este fin de semana he recibido una serie de críticas personales, muy contundentes en algunos casos, por un comentario en Facebook a otro comentario que comentaba o respondía a otros que criticaban al ayuntamiento de Samper. La verdad es que el mío era un comentario crítico muy templado; realizado con esa tendencia encogida que tengo yo, más que a la conciliación, a la ponderación; a ver entreverado donde otros solo ven magra o tocino. Cuando se pertenece a esa endeble condición crítica, te expones a recibir hostias, no por un lado, sino a recibirlas por los dos y por alguien más que pasaba por allí aunque no supiera de qué iba la cosa.

Soy de la opinión de que es muy difícil gestionar un ayuntamiento aunque tengas “mayoría” absoluta (que no se diga que es fácil, sea en Samper o en Zaragoza); el curro no compensa lo que se cobra, eso el que cobra, porque en los pueblos no se cobra o solo una pequeña cantidad, y en realidad estamos hablando de activistas sociales; de voluntariado.

El trabajo de los miles de cargos municipales de nuestros pueblos de España no se paga con dinero. En niveles más altos ya estaríamos hablando de políticos profesionales. Pero en los de las pequeñas localidades, algún día los echaremos de menos porque a la larga ya no habrá nadie que quiera dedicarse a ello y las tareas que hoy realizan las ejecutaran agencias contratadas o empleados que nos costarán mucho más dinero.

Pero aún en los niveles de pueblo, no se puede defraudar a tu electorado y se tienen que contentar las expectativas que se ofrecieron cuando se presenta una opción política en las elecciones. Eso es a veces posible a corto plazo; a largo plazo es imposible, porque todo proyecto se quema y entra en decadencia aun cuando haya buena voluntad. Es la ley de la dialéctica que no tiene en cuenta casi nadie, pues “no hay imperio que cien años dure, ni gobierno que perdure”.

La oposición también lo tiene muy difícil; tampoco puede defraudar las ilusiones que en él ha puesto su electorado y las presiones de este electorado a contracorriente, que siempre te pueden acusar de ser conciliador y demasiado tibio o blando. Eso es fatal para una oposición, sobre todo cuando son electorados muy antagónicos. Además la “mayoría” siempre le dirá a los de las “minorías” respondonas que hablen menos y colaboren más, ¿para qué?, pues para hacer lo que decide la “mayoría” ¡toma que listos! si no los han votado para eso, sino para que lleven la contraria.

También tenemos poca tolerancia a la crítica y la autocrítica, que es la esencia de la democracia. La sombra del franquismo y del estalinismo en la cultura política democrática es muy alargada y solo nos encontramos cómodos si tenemos la sartén por el mango, toda la fritada para nosotros y a la oposición callada. Y no vengamos con eso de la crítica constructiva. El rival nunca te ofrecerá crítica constructiva, porque no sería oposición, sería un aliado.

Además he notado poco sentido del humor a la hora de afrontar las críticas. El sentido del humor es el más avispado de los sentidos y contribuye a la resolución pacífica y eficaz de los problemas. La pérdida del sentido del humor es una señal de estancamiento o decadencia, de un partido, de un régimen político o de un sistema social. El régimen franquista tenía poco sentido del humor en 1978 (creo que no lo tuvo nunca), y el de la “Reforma Política” de 1978”, que lo sustituyó y empezó con ironía también tiene ya poco sentido del humor, por lo que algunos decimos que está en decadencia y se está acabando su tiempo. Aunque he observado que los partidos nuevos también encajan mal las críticas y se ríen menos cuando se meten con ellos. Eso es muy español y de mucha tradición.

A mí no me importa que me critiquen por lo que escribo, porque nadie me obliga a escribir y debo ser responsable de lo que está escrito y asumo que a mucha gente no le gustará algo de lo que digo o, simplemente, le es indiferente, pero ya no voy a escribir mal ni bien en “las redes” de la “mayoría” del ayuntamiento, ni de la oposición. Y hablar, lo menos posible. Lo he hecho poco, pero ya no lo haré. No quiero significarme en la política municipal de mi pueblo, porque un pueblo es como una familia y todos son parientes o amigos, y al fin y al cabo lo que pueda opinar yo no va a tener, afortunadamente, ninguna trascendencia, ni para bien ni para mal. Lo que tenga que ser será, y aquí paz y después gloria. Estoy ya en la tercera edad y solo tengo un sueño: el que me da después de una buena comida.

1 comentario:

  1. De todo lo que nos afecta hay que tener una opinión lo mejor fundada posible (o sea, siempre abierta). Siempre no será oportuno expresar esa opionión, pero siempre no será correcto inhibirse. La mejor manera de defender la libertad es usarla.

    ResponderEliminar