Este
fin de semana he recibido una serie de críticas personales, muy contundentes en
algunos casos, por un comentario en Facebook a otro comentario que comentaba o
respondía a otros que criticaban al ayuntamiento de Samper. La verdad es que el
mío era un comentario crítico muy templado; realizado con esa tendencia
encogida que tengo yo, más que a la conciliación, a la ponderación; a ver
entreverado donde otros solo ven magra o tocino. Cuando se pertenece a esa
endeble condición crítica, te expones a recibir hostias, no por un lado, sino a
recibirlas por los dos y por alguien más que pasaba por allí aunque no supiera
de qué iba la cosa.
Soy
de la opinión de que es muy difícil gestionar un ayuntamiento aunque tengas
“mayoría” absoluta (que no se diga que es fácil, sea en Samper o en Zaragoza);
el curro no compensa lo que se cobra, eso el que cobra, porque en los pueblos
no se cobra o solo una pequeña cantidad, y en realidad estamos hablando de
activistas sociales; de voluntariado.
El
trabajo de los miles de cargos municipales de nuestros pueblos de España no se
paga con dinero. En niveles más altos ya estaríamos hablando de políticos
profesionales. Pero en los de las pequeñas localidades, algún día los echaremos
de menos porque a la larga ya no habrá nadie que quiera dedicarse a ello y las
tareas que hoy realizan las ejecutaran agencias contratadas o empleados que nos
costarán mucho más dinero.
Pero
aún en los niveles de pueblo, no se puede defraudar a tu electorado y se tienen
que contentar las expectativas que se ofrecieron cuando se presenta una opción
política en las elecciones. Eso es a veces posible a corto plazo; a largo plazo
es imposible, porque todo proyecto se quema y entra en decadencia aun cuando
haya buena voluntad. Es la ley de la dialéctica que no tiene en cuenta casi
nadie, pues “no hay imperio que cien años dure, ni gobierno que perdure”.
La
oposición también lo tiene muy difícil; tampoco puede defraudar las ilusiones
que en él ha puesto su electorado y las presiones de este electorado a
contracorriente, que siempre te pueden acusar de ser conciliador y demasiado
tibio o blando. Eso es fatal para una oposición, sobre todo cuando son
electorados muy antagónicos. Además la “mayoría” siempre le dirá a los de las
“minorías” respondonas que hablen menos y colaboren más, ¿para qué?, pues para
hacer lo que decide la “mayoría” ¡toma que listos! si no los han votado para
eso, sino para que lleven la contraria.
También
tenemos poca tolerancia a la crítica y la autocrítica, que es la esencia de la
democracia. La sombra del franquismo y del estalinismo en la cultura política democrática
es muy alargada y solo nos encontramos cómodos si tenemos la sartén por el
mango, toda la fritada para nosotros y a la oposición callada. Y no vengamos
con eso de la crítica constructiva. El rival nunca te ofrecerá crítica
constructiva, porque no sería oposición, sería un aliado.
Además
he notado poco sentido del humor a la hora de afrontar las críticas. El sentido
del humor es el más avispado de los sentidos y contribuye a la resolución
pacífica y eficaz de los problemas. La pérdida del sentido del humor es una
señal de estancamiento o decadencia, de un partido, de un régimen político o de
un sistema social. El régimen franquista tenía poco sentido del humor en 1978
(creo que no lo tuvo nunca), y el de la “Reforma Política” de 1978”, que lo
sustituyó y empezó con ironía también tiene ya poco sentido del humor, por lo que algunos decimos
que está en decadencia y se está acabando su tiempo. Aunque he observado que los
partidos nuevos también encajan mal las críticas y se ríen menos cuando se
meten con ellos. Eso es muy español y de mucha tradición.
A
mí no me importa que me critiquen por lo que escribo, porque nadie me obliga a
escribir y debo ser responsable de lo que está escrito y asumo que a mucha gente no le gustará algo de lo que digo o, simplemente, le es indiferente, pero ya no voy a
escribir mal ni bien en “las redes” de la “mayoría” del ayuntamiento, ni de la
oposición. Y hablar, lo menos posible. Lo he hecho poco, pero ya no lo haré. No
quiero significarme en la política municipal de mi pueblo, porque un pueblo es
como una familia y todos son parientes o amigos, y al fin y al cabo lo que
pueda opinar yo no va a tener, afortunadamente, ninguna trascendencia, ni para
bien ni para mal. Lo que tenga que ser será, y aquí paz y después gloria. Estoy
ya en la tercera edad y solo tengo un sueño: el que me da después de una buena
comida.
De todo lo que nos afecta hay que tener una opinión lo mejor fundada posible (o sea, siempre abierta). Siempre no será oportuno expresar esa opionión, pero siempre no será correcto inhibirse. La mejor manera de defender la libertad es usarla.
ResponderEliminar