Porque en contra de lo que afirman los entendidos no son una ciencia. Se
empeñan en equiparar las encuestas a la estadística y pasa lo que pasa; a veces
aciertan, como si la televisión dice que va a llover esta tarde porque ha
amanecido nublado ¿Seguro? Pero como el tiempo es caprichoso y lo manda la providencia
incognoscible, la naturaleza cósmica impredecible o vaya usted a saber que
potencias siderales, pues llueve si quiere: ¿“lloverá esta tarde?, mañana te lo diré” que decían los abuelos.
Solo una cosa es cierta, porque no es encuesta sino estadística: “siempre que llueve, escampa”.
Por ejemplo, para las elecciones se pregunta a dos mil posibles votantes
y se pretende saber lo que van a votar 15 millones. Eso es la mayor tontada en
la que se puede creer. Una vez, cuando era más joven, vino a casa a encuestarme
una chica muy guapa sobre perfumes, jabones, mi estado familiar, lo que le
gustaba gastar a mis hijos, a mi mujer, etc. Le dije que no usaba colonia que
eso es de viejos que huelen (ahora si la gasto); también le dije que estaba
soltero, casi virgen y no tenía hijos; no se creyó nada que le apunté. Así no
se puede ir de encuestadora, puso lo que quiso, no lo que le dije. Están, los
encuestadores/as y las empresas de encuestación, influenciados por ideas
preconcebidas, perjuicios, etc., como cuando el cura aquel que hubo en Samper y
que me llevaba muy bien, que no quería creerse que yo era ateo porque decía que
(yo) era buena persona. Y no lo era, que no creía en Dios. Como me iba a salvar
él de la vida eterna en el infierno si pensaba que mentía o, si no mentía, no
decía la verdad, y se quedaba tan satisfecho.
No cumplía con su obligación,
pero esa vez decía yo la verdad, porque casi siempre que me han encuestado he
mentido, mas no por gusto, porque no me agrada mentir, sino porque no quiero
que me toquen las narices. También porque soy tímido y me da pudor decir lo que
voy a votar, así es que si alguien a quien no conozco y me pregunta solo por
que le pagan por ello, que es una cosa fría y prosaica… Yo solo digo lo que voy
a votar en el calor de la confrontación dialéctica. Y no me gusta mucho
discutir al calor de la confrontación dialéctica, sobre todo en el bar o cuando
voy de lifara.
Por si les sirve de referencia nunca he
votado a “caballo ganador” en unas elecciones generales o autonómicas. En las municipales
alguna vez sí, tanto si he estado empadronado en Samper como en Zaragoza.
También me he abstenido alguna vez, por llevarle la contraria a mis amigos
pseudodemócratas que dicen que el que se abstiene no es demócrata. Dos veces me
abstuve solo; una en el referéndum de la Reforma Política porque como demócrata
no me terminaba de convencer el enjuague aquel, no sé si inevitable, que se
llevaron los tecnócratas del Régimen con Felipe González y Santiago Carrillo
(de donde viene esta mierda de democracia que tenemos ahora aunque se vive ahora
mucho mejor que entonces, eso es verdad), y otra en unas generales después del referéndum
sobre la OTAN, porque me volví anarquista durante unos años.
Votar, al contrario que cuando el régimen de Franco, es un derecho, no
una obligación. Entonces era una obligación, no un derecho el votar en un referéndum
o en las elecciones de cabeza de familia o en el sindicato vertical, porque si no
lo hacías te significabas y te ponían en la lista roja. Ahora no hay listas rojas
(son todas rosas, azules, naranjas o moradas) y puedes no votar para chingar a
todos en plan nihilista, aunque casi siempre he votado sabiendo que mi opción
solo sería testimonial, pero esta vez lo hice creyendo que sería una opción
triunfadora. Me han engañado las encuestas y los encuestadores. A mí, que soy
escéptico, racionalista, epicuriano, estoicista, librepensador y persona seria.
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