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El
pequeño comercio de toda la vida está regentado por los propios vecinos, gente
a la que le importa el lugar donde vive, que conoce a sus clientes, que se
preocupa por lo que sucede a su alrededor. El pequeño comercio contribuye a
humanizar las ciudades, ofrece un trato más cercano y dinamiza la economía
local, permitiendo a muchos vecinos ganarse la vida dignamente a la vez que
proporcionan un necesario servicio a la comunidad.
Cuando
gastamos dinero en un comercio local, el beneficio no se volatiliza en tan gran
medida hacia manos lejanas (y ya demasiado llenas) sino que permanece en
nuestro entorno, volviendo de nuevo al circuito y generando más riqueza y
bienestar.
En
un pueblo o barrio con un tejido comercial sano, las calles son más seguras, la
vida más agradable, el ambiente más feliz.
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