La
teoría de los ciclos económicos es antigua. La encontramos en la biblia. Allí,
la aplicó José, un asesor (o funcionario) del gobierno del faraón, que
era hermano de unos pastores beduinos, que lo vendieron a los egipcios por
envidia, para que trabajara cautivo por cuatro perras. Como vieron que era
listo, y los egipcios lo aprovechaban todo, lo llevaron a la universidad y
llegó a primer ministro, creo.
Aplicó esta tesis de los ciclos económicos a
la planificación económica del gobierno de su majestad faraónica y dio
resultado. Se trataba de guardar trigo y cebada en tiempo de buenas cosechas y almacenar
carne en conserva en tiempo de vacas gordas para cuando vinieran las vacas
flacas, que siempre llegaban (no hay imperio que cien años dure, ni político
que perdure). Parece una teoría simple, pero los egipcios, que eran de lo más
sabios de la antigüedad, no la conocían ni se les había pasado por la cabeza.
Debido a eso tenían serios problemas, pues cuando venían los ciclos buenos se
consumía todo y cuando venían los ciclos malos se pasaba hambre, y si el ciclo
malo era grande, hambruna y miserias.
Algunas escuelas de la antigüedad asumieron
estas enseñanzas e incluso le dieron un valor universal, es decir, todo, no
solo la economía, sino la historia, la naturaleza, etc., estaría compuesta de
ciclos u hondas que van y vienen; todo nace, crece, se consolida o madura;
decae y muere, para volver a germinar en lo mismo o en otra cosa diferente
aunque siempre parecida o no necesariamente igual, o sea, más o menos, para
entendernos. Dependiendo de las constantes, variables, obstáculos o
contradicciones encontradas en su camino.
Con un devenir creciente, pero no
necesariamente progresivo, pues una decadencia puede ser fatal; puede haber tsunamis
o reflujos insospechados que lleven al traste una cultura nacional, un sistema
económico o una especie de la naturaleza, sobre todo si no se lleva una
política de prevención, precaución y planificación.
En la modernidad había dos escuelas que se
asentaban en esta hipótesis; una idealista: La filosofía alemana de Hegel, y
otra materialista; la dialéctica de Marx. Que eran iguales pero al revés, para
que me entiendan. Actualmente ha ganado la teoría progresiva evolutiva zoológica
que cree que todo evoluciona hacia
arriba, linealmente y siempre a mejor si no se ponen interferencias en su
camino y se permite la selección natural con la victoria de lo más competente o
mejor dotado. Se llama “selección natural” y se ha hecho también universal,
es decir que se aplica además de a la naturaleza, a la historia, a la economía
y demás.
Esta teoría ha relegado, también, en
Occidente, a las ideas conservadoras clásicas que creían que todo está atado y
bien atado por la Providencia Divina que dejó la cosa en orden cuando creó el
mundo, dicen que en siete días; luego Dios descansó pero sigue interviniendo
con autoridad y determinación, a veces de muy mala leche, en el orden natural
de las cosas, según estos conservadores clásicos, que todavía los hay.
Descartes y sus discípulos cartesianos aunque
son modernos también creen en estas ideas conservadoras del orden universal
pero no son intervencionistas (“Dios le
dio cuerda al universo y va como un reloj; tic, tac, tic, tac…”). Los
neoliberales creen que Dios ya no ha intervenido más; ni quieren que lo haga,
salvo que haya interferencias en el orden natural selectivo. Entonces llaman a
la providencia para que despeje el camino.
La economía en Europa está como en el antiguo
Egipto, pues a nuestros políticos y demás elites, como los lobbies empresariales
y mediáticos, no se les pasó por la cabeza el que había que actuar, planificar,
proveer o prevenir a largo plazo; lo
curioso es que con esto de la crisis nos acusan al conjunto de la población (sus súbditos o ciudadanía, que se dice ahora), de
no haber sabido planificar nuestra economía personal, de proveer o prevenir,
incluso –dicen- que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades por
gastar y consumir como ellos nos mandaban que teníamos que gastar y consumir, que
ya es “morro”.
Así que han venido las “vacas flacas” y hay
indignación creciente porque el Faraón, los ministros y la casta sacerdotal que
no hicieron caso a José, quieren seguir en el mogollón y que el pueblo pase las
penurias esperando que vengan otra vez la vacas gordas, que vendrán; no sabemos
cuándo pero vendrán. Y ahí nos vamos a enterar de lo que es bueno.
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