El 25 de septiembre de 1617 murió el granadino Francisco Suárez, conocido como “Doctor Eximius”, teólogo, filósofo y jurista jesuita. Una de las principales figuras del movimiento de la Escuela de Salamanca, fue considerado uno de los mayores escolásticos, junto a Francisco de Vitoria, del pensamiento de la llamada primera globalización.
También fue uno de los primeros occidentales modernos en tratar
el contrato social. Su trabajo se considera un punto de inflexión en la
historia que marca la transición de la escolástica a la filosofía moderna.
Según Christopher Shields y Daniel Schwartz, «figuras tan distintas entre sí en
el lugar, el tiempo y la orientación filosófica como Leibniz, Grocio,
Pufendorf, Schopenhauer y Heidegger encontraron razones para citarlo como
fuente de inspiración e influencia».
Enseñó en prestigiosas universidades como Segovia, Valladolid,
Roma, Alcalá de Henares, Salamanca y Coímbra. Su vastísima obra fue objeto de
estudio en universidades europeas durante siglos. Su “Disputaciones
Metafísicas” es su gran obra filosófica capital, considerada una enciclopedia
de la escolástica y una investigación sistemática de la metafísica. Fue un
texto fundamental en muchas universidades europeas. El impacto de Francisco
Suárez fue enorme, influyendo tanto en la filosofía moderna, especialmente en
pensadores como Descartes y Leibniz, como en el pensamiento político de la
Ilustración.
Su tratado "De Legibus ac Deo Legislatore" (Sobre las
Leyes y Dios Legislador, 1612) es clave. Desarrolló ideas avanzadas para su
época sobre el derecho de gentes (antecedente del derecho internacional), la
ley natural y la soberanía popular (la autoridad es dada por Dios al pueblo, no
directamente al rey), que tuvieron gran influencia en las ideas de la
emancipación en Hispanoamérica. Ahí se encuentra ya la idea del contrato
social, y realiza un análisis más avanzado que sus precursores del concepto de
soberanía: el poder es dado por Dios a toda la comunidad política y no
solamente a determinadas personas, con lo que esboza el principio de la
democracia contra cesaristas, legistas, maquiavelistas y luteranistas.
Defendió que el monarca detenta el poder con límites y en función del bien común. Justificando la resistencia civil e incluso el derecho a destronar o deponer al tirano (aquel que usa el poder para su propio fin y no para el bien común).
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