viernes, 7 de marzo de 2025

Artículo ¿La posverdad es verdad o es mentira? Yo creo que todo lo contrario

 "En la guerra puedes matar a todos los que quieras, sin que te detengan ni te metan en la cárcel". Así describía el gran humorista Gila el cinismo, la obscenidad de la guerra. La guerra es la caverna, la suspensión del Derecho, el fracaso de la civilización.

Pero no todo el mundo lo entiende así; posverdad es una palabra que últimamente se dice mucho, pero el lenguaje se carga siempre con el pensamiento dominante de una sociedad que pone encima de la mesa, de manera sutil, las manías, fobias y perjuicios de una cultura, generalmente de los “influencer”, que se dice ahora (influidor). 

Desde ciertos sectores, se pretende presentar nuestra época como un momento de pérdida de valores, de incertidumbres, de fluidez extrema que tiene como consecuencia la desaparición de la verdad y la aparición de diferentes visiones de la realidad que se reivindican como verdaderas. De ese modo, nos sumiríamos en el más radical de los relativismos. Desde esa descripción de la realidad, la posverdad, propia de la posmodernidad, habría venido para erosionar la verdad, sobre la que tradicionalmente se ha asentado nuestra cultura.

Curiosamente, en este planteamiento de ansiedad ante la desaparición de la verdad se dan la mano sectores conservadores con otros de naturaleza crítica progresista. Es lógico que el discurso conservador, idealista, que ha hegemonizado el discurso filosófico occidental desde hace siglos, se sienta amenazado por la crítica del concepto de verdad. Pero no lo es que desde posiciones que se consideran materialistas y progresistas se asuman postulados semejantes. Porque, precisamente, lo que el materialismo nos muestra es que nunca ha existido una tal verdad y que la realidad está sometida a diferentes lecturas e interpretaciones según la cultura, la época o la posición social del sujeto. Y que, además, es imposible pretender leer la realidad sin esas gafas que nos proporcionan nuestros condicionantes subjetivos, porque nadie puede hacer total abstracción de sus elementos constituyentes. Reconocer esto no es reivindicar el relativismo, sino, simplemente, reconocer que vemos la realidad con nuestra mirada particular.

¿Eso implica que todo debe ser aceptado, como postula el relativismo? En absoluto. Todo el mundo tiene (tenemos), nuestros valores, aceptamos unos y rechazamos otros; valoramos más unos que otros aún de aquellos que aceptamos porque dentro de estos le damos más importancia o relevancia a unos que a otros. Lo tienen hasta quienes dicen no tener ideología. Y si no, debatan con la gente que no tiene ideología o que no son ni de izquierdas ni de derechas (ni siquiera de centro porque son apolíticos), salvo que sean simplones o tontos del culo, tendrán sus ideas y sus valores, su posición jerárquica dentro de su peculiar sistema de valores e, inevitablemente, sus prejuicios y subjetividades.

Hay sociedades que legitiman ciertas violencias sobre los cuerpos; algunas islámicas como la ablación del clítoris, otras ya superadas (o lo creíamos), por anacrónicas y reaccionarias como la tortura a los detenidos, la pena de muerte, los juicios sin garantías o los bombardeos sobre ciudades y matanzas de la población civil en una guerra. Es decir, hay quienes entienden que la violencia es legítima (por motivos religiosos o políticos). Otros consideramos que es síntoma de barbarie. No somos relativistas, tenemos las mentes despejadas, bien sean estas opacas o trasparentes, pero reconocemos que hay gente que también tiene SUS mentes despejadas, sean estas opacas o trasparentes también. O peor, tenebrosas.

Venimos de una doble tradición. Una religiosa, en la que su dios dice que “la verdad es verdad, y la verdad va a misa”. Otra, filosófica, que nos habla de la verdad, de la justicia, del bien absoluto y abstracto. Ambas tienen mucho en común, entre otras cosas su desprecio del mundo material y la defensa de un mundo ideal no accesible a los sentidos, donde se aloja la verdad. Por eso sorprende que, desde posiciones progresistas también, se acepten postulados que escapan por completo a la racionalidad.

No hay posverdad, pues nunca ha habido verdad. La verdad ha sido una producción ideológica construida para imponer una única manera de ver la realidad. Lo que nuestros tiempos han puesto sobre la mesa es la pluralidad del mundo en que vivimos. Y la secular lucha por imponer un modo de mirar y, con él, de pensar. Ni todo vale, como quieren decirnos ciertos posmodernos, ni hay una verdad, como quieren hacernos creer ciertos antiguos y modernos dogmáticos, sectarios unos y otros. Lo que hay es un conflicto de miradas, de lecturas, de verdades. Entre esas miradas las hay delirantes, las hay al servicio de una minoría social, las hay racistas, que construyen su verdad de modo, lo vemos, muy eficaz para sus intereses. Pero frente a ellas es posible articular otras miradas que cambien las verdades egoístas, xenófobas, homófobas, clasistas que en la actualidad dominan.

La política es, en primer lugar, una geografía de construcción y empoderamiento de verdades.

Por si acaso, no crean nada de lo que les estoy diciendo; posiblemente no sea verdad; crean en todo lo que profesan y sean felices, pero duden también de todo ello, aunque les cause zozobra o inseguridad. Pues, como decía el poeta: "Y es que en el mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del cristal con que se mira".

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