Pero no todo el mundo lo entiende así; posverdad es una palabra que últimamente se dice mucho, pero el lenguaje se carga siempre con el pensamiento dominante de una sociedad que pone encima de la mesa, de manera sutil, las manías, fobias y perjuicios de una cultura, generalmente de los “influencer”, que se dice ahora (influidor).
Desde ciertos
sectores, se pretende presentar nuestra época como un momento de pérdida de
valores, de incertidumbres, de fluidez extrema que tiene como consecuencia la
desaparición de la verdad y la aparición de diferentes visiones de la realidad
que se reivindican como verdaderas. De ese modo, nos sumiríamos en el más
radical de los relativismos. Desde esa descripción de la realidad, la
posverdad, propia de la posmodernidad, habría venido para erosionar la verdad,
sobre la que tradicionalmente se ha asentado nuestra cultura.
Curiosamente, en este
planteamiento de ansiedad ante la desaparición de la verdad se dan la mano
sectores conservadores con otros de naturaleza crítica progresista. Es lógico
que el discurso conservador, idealista, que ha hegemonizado el discurso
filosófico occidental desde hace siglos, se sienta amenazado por la crítica del
concepto de verdad. Pero no lo es que desde posiciones que se consideran
materialistas y progresistas se asuman postulados semejantes. Porque,
precisamente, lo que el materialismo nos muestra es que nunca ha existido una
tal verdad y que la realidad está sometida a diferentes lecturas e
interpretaciones según la cultura, la época o la posición social del sujeto. Y
que, además, es imposible pretender leer la realidad sin esas gafas que nos
proporcionan nuestros condicionantes subjetivos, porque nadie puede hacer total
abstracción de sus elementos constituyentes. Reconocer esto no es reivindicar
el relativismo, sino, simplemente, reconocer que vemos la realidad con nuestra
mirada particular.
¿Eso implica que todo
debe ser aceptado, como postula el relativismo? En absoluto. Todo el mundo
tiene (tenemos), nuestros valores, aceptamos unos y rechazamos otros; valoramos
más unos que otros aún de aquellos que aceptamos porque dentro de estos le
damos más importancia o relevancia a unos que a otros. Lo tienen hasta quienes
dicen no tener ideología. Y si no, debatan con la gente que no tiene ideología
o que no son ni de izquierdas ni de derechas (ni siquiera de centro porque son
apolíticos), salvo que sean simplones o tontos del culo, tendrán sus ideas y
sus valores, su posición jerárquica dentro de su peculiar sistema de valores e,
inevitablemente, sus prejuicios y subjetividades.
Hay sociedades que
legitiman ciertas violencias sobre los cuerpos; algunas islámicas como la
ablación del clítoris, otras ya superadas (o lo creíamos), por anacrónicas y
reaccionarias como la tortura a los detenidos, la pena de muerte, los juicios
sin garantías o los bombardeos sobre ciudades y matanzas de la población civil
en una guerra. Es decir, hay quienes entienden que la violencia es legítima
(por motivos religiosos o políticos). Otros consideramos que es síntoma de
barbarie. No somos relativistas, tenemos las mentes despejadas, bien sean estas opacas
o trasparentes, pero reconocemos que hay gente que también tiene SUS mentes
despejadas, sean estas opacas o trasparentes también. O peor, tenebrosas.
Venimos de una doble
tradición. Una religiosa, en la que su dios dice que “la verdad es verdad, y
la verdad va a misa”. Otra, filosófica, que nos habla de la verdad, de la
justicia, del bien absoluto y abstracto. Ambas tienen mucho en común, entre
otras cosas su desprecio del mundo material y la defensa de un mundo ideal no
accesible a los sentidos, donde se aloja la verdad. Por eso sorprende que,
desde posiciones progresistas también, se acepten postulados que escapan por
completo a la racionalidad.
No hay posverdad,
pues nunca ha habido verdad. La verdad ha sido una producción ideológica
construida para imponer una única manera de ver la realidad. Lo que nuestros
tiempos han puesto sobre la mesa es la pluralidad del mundo en que vivimos. Y
la secular lucha por imponer un modo de mirar y, con él, de pensar. Ni todo
vale, como quieren decirnos ciertos posmodernos, ni hay una verdad, como
quieren hacernos creer ciertos antiguos y modernos dogmáticos, sectarios unos y
otros. Lo que hay es un conflicto de miradas, de lecturas, de verdades. Entre
esas miradas las hay delirantes, las hay al servicio de una minoría social, las
hay racistas, que construyen su verdad de modo, lo vemos, muy eficaz para sus
intereses. Pero frente a ellas es posible articular otras miradas que cambien
las verdades egoístas, xenófobas, homófobas, clasistas que en la actualidad
dominan.
La política es, en
primer lugar, una geografía de construcción y empoderamiento de verdades.
Por si acaso, no
crean nada de lo que les estoy diciendo; posiblemente no sea verdad; crean en todo
lo que profesan y sean felices, pero duden también de todo ello, aunque les
cause zozobra o inseguridad. Pues, como decía el poeta: "Y es que en el
mundo traidor / nada hay verdad ni mentira: / todo es según el color / del
cristal con que se mira".
No hay comentarios:
Publicar un comentario