A voces, se dirigía al público que se había
concentrado alrededor de su camión. “Señores y señoras, miré que manta
traigo hoy: es auténtica de -no sé dónde” (pero tenía un nombre de
localidad exótica), “y por un lado lleva cuadros y por el otro, flores; para
que usted la coloque sobre la cama cada semana por un lado diferente. Y sólo le
voy a cobra por ella 1.500 pesetas. Pero como hoy me he levantado espléndido a
quien se la lleve le voy a regalar esta otra manta de lana que es idónea para
recién casados, porque es tan calentita que bajo ella se meten dos y salen
tres. Y, es más, aunque mi mujer me diga que me he vuelto loco, a quien se
lleve estas dos le regalaré también esta manta mulera, y esta otra para la cuna
del niño, y ésta para la cama de la abuela, y ésta otra…” Así, el charlatán,
ante los ojos atónitos del público concentrado ante su camión, que ya era una
multitud, iba acumulando una sobre otra hasta hacer una montaña de ocho mantas.
“Pero les he prometido –continuaba- que, al comprar la primera por 1.500
pesetas, le regalaba las otras siete…; pero a quien se lleve este lote hoy no
le voy a cobrar 1.500, ni 1.400, ni tan siquiera 1.300 pesetas. Tampoco 1.200,
ni 1.100… Antes de que me arrepienta, a quienes levanten la mano les daré las
ocho mantas por tan sólo ¡mil pesetas!, y además les regalaré un peine con 100
púas: cincuenta por un lado y cincuenta por el otro”. Entonces, la gente se
lanzaba a adquirir el chollo y, en poco tiempo, dejaba el camión vacío.
Hoy pensaríamos que habría “limpiado” el
almacén de un supermercado y lo iba vendiendo por los pueblos antes de que lo
pillara la Guardia Civil, pero lo más gracioso era su gracejo y lo forma en la
que ofertaba el producto.
Ahora ya no es posible este tipo de venta ambulante
porque lo controlaría Hacienda, Sanidad, y la competencia de los grandes
almacenes no lo dejarían vivir, así que los charlatanes que todavía quedan por la
comunidad de Valencia se dedican a hacer concursos y competiciones en las
fiestas y ferias de algunos pueblos o comarcas.
En Zaragoza, hubo un hombre, que no se si era
valenciano, que casi todos los días se ponía a vender cosas en la Plaza de Miguel
Salamero; le llamaban el charlatán de la Plaza del Carbón porque este nombre
antiguo de la plaza es como la llamamos casi todo el mundo. Era algo
alucinante; yo solo lo vi dos veces cuando de pequeño fui con alguno de mis
padres o tíos a Zaragoza. Daba tantas cosas que es imposible que tuviera
beneficio alguno, y era imposible no comprarle algo; después de adquirir lo que
parecía que te regalaba, cuando ibas a recoger el producto aún te daba más
cosas. “Para su mujer” y si decía que era viudo o soltero y no
tenías primas ni hermanas se inventaba una querida o futura pariente. Con
gracia y salero, que hacía que todo el mundo fuera rápidamente a coger el lote.
Hoy el márquetin ha cambiado y se estudia en la
universidad, seguro que los profesores habrán adquirido la técnica de los
antiguos charlatanes de aquellos que había, la mayoría valencianos. Pero dudo
que lo hagan con tanta gracia y den tanto por mil pesetas de las de antes.

No hay comentarios:
Publicar un comentario