La Iglesia católica se negó a admitir la
evidencia científica de que la tierra giraba alrededor del sol; en realidad
sostenía una tesis antigua de que era el sol y todos los planetas los que
giraban alrededor de la Tierra, pero con el tiempo no le quedó más remedio a la
Iglesia que admitirla.
A lo mejor por eso de que “la verdad es verdad y la verdad va a misa”. Y fue tanto a misa la verdad que al final, la jerarquía y sobre todo el Papa, que son quienes, en la Iglesia Católica, deciden la interpretación de la biblia y de los fenómenos naturales, acabaron por reconocer que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al revés (que, por otra parte, a mí personalmente, y a estas alturas de mi creación, me importa un carajo una cosa y la otra).
Algo parecido ocurrió con la teoría de la evolución, los
cristianos racionalistas o positivistas científicos saben que el relato bíblico
de la creación del mundo es un relato para enseñar a los niños y a las
poblaciones analfabetas de la antigüedad de una manera no literal sino
alegórica. Una síntesis resumida y sintetizada de antiguas enseñanzas filosóficas
seguramente aprendida por los hebreos durante su estancia en Babilonia. Con el
tiempo los sabios se tornan en cada generación menos sabios, más iletrados y fanáticos,
y tienden a interpretar de manera literal la metafísica arcana y los convierten
en dogmas religiosos como hacen ahora los integristas de todas las religiones a
modo de los fundamentalistas musulmanes que no quieren saber que la prohibición
de comer cerdo es una prohibición religiosa impuesta por una necesidad
sanitaria en el contexto de los tiempos de Mahoma, pues no existían en la
antigüedad las leyes civiles, sobre todo en cuestiones de sanidad, y se
aplicaban como dogmas religiosos porque eran más efectivas que las cumpliera el
personal.
Hoy la Iglesia Católica acepta también la teoría de la
evolución, pero hay sectores integristas del catolicismo y tradicionalistas que
siguen sin aceptarla. Además, ha surgido, en la Iglesia católica, un sector neoconservador,
que se parecen más a las iglesias puritanas y fundamentalistas del
protestantismo calvinista que al de la iglesia a la que pertenecen. Ha surgido,
sobre todo en Sudamérica, para contrarrestar el potente advenimiento de este
tipo de “denominaciones” protestantes (como les gusta llamarse) o “cultos”
de iglesias heterodoxas “rigoristas” que se están comiendo a la Iglesia
católica, de la misma manera que aquí en España ya se han implantado con mucha
fuerza entre la población de etnia gitana, donde la Iglesia católica apenas
pinta nada ya. Lo mismo va a pasar en América (está pasando).
El discurso de estos sectores “neocon” católicos,
se parecen totalmente a los que trasmitían los neoconservadores protestantes
que frecuentaba yo en Zaragoza hace varias décadas cuando todavía no eran tan
influyentes. No hay que confundir a los neoconservadores evangélicos con el
protestantismo liberal ni siquiera con el conservador o fundamentalista
ortodoxo, aunque, a veces, las fronteras sobre la teología de las diferentes escuelas
son difusas y hay “denominaciones” evangélicas que aceptan feligreses de
todas las corrientes. Los “cultos” (testigos de Jehová, mormones,
adventistas y muchos que han surgido en los últimos años), no están reconocidos
como evangélicos por la comunidad internacional de iglesias protestantes.
El calvinismo católico español estuvo presente hace unos
días en el Senado con unas cuantas personas entre las que figuraba el
exministro del PP Jaime Mayor Oreja y una serie más de ponentes
neoconservadores que se oponían a toda la modernidad ilustrada occidental,
negando, como hizo Mayor Oreja, la teoría de la evolución de las especies.
En lo que se refiere a la teoría de la evolución de las
especies, Carlos Darwin era protestante liberal, y no fue como se cree, el inventor
de esta teoría; la defendían en su tiempo otros naturalistas también pero no
supieron expresarla como él; en realidad esta hipótesis se conocía desde la
antigüedad, quizá desde Hipócrates, pero con otros nombres y con formulaciones
esotéricas y espiritualistas. No sé si estaba también en los presocráticos
(creo que no), pero si en Platón y sobre todo en los neoplatónicos, en los maniqueos
(donde profesaba San Agustín antes de convertirse al cristianismo), en los gnósticos
cristianos y demás (“la evolución y perfeccionamiento de las almas a través
del encadenamiento de las muertes y resurrecciones, reencarnación y todo
eso”). En los albores del siglo XIX volvieron a surgir estas teorías acientíficas
y gnósticas con mucha fuerza de nuevo en Occidente, pero apenas lograban
penetrar en los círculos científicos y en las nuevas vanguardias progresistas contemporáneas
formadas ya en el racionalismo de la Ilustración y en la mentalidad del
empirismo y el positivismo con influencia en el liberalismo jacobino, en el
socialismo utópico y en el movimiento krausista demócrata.
Pero llego Darwin y revolucionó el panorama; todas las vanguardias
progresistas admitieron esta teoría que venía muy al pelo, además, a la
concepción materialista de la Historia y del determinismo progresista. Hasta
Marx y Engels saludaron entusiasmados esta teoría, aunque no eran plenamente
partidarios de ella, porque rompía los cimientos de las religiones que
consideraban alienantes, especialmente las judeocristianas.
La teoría de la evolución tiene algunas lagunas; la
principal y por la que les combaten los creacionistas es la de que no se
encuentra “el eslabón perdido” o sea; esa especie a mitad de camino
entre el animal y el humano; parece ser que el mono no lo es. La genética no
logra resolver el problema porque en muchas cosas somos como los orangutanes y
en otras nos parecemos más a los cerdos que parece que, sin embargo, estas especies, sobre todo los cerdos, están en
una línea evolutiva diferente de la nuestra.
Otra laguna es la hipótesis que se ha ido imponiendo
mayoritariamente entre los que aceptan la teoría de la evolución; se trata de
la “selección natural y la supervivencia del más acto”, que hace
las delicias de la extrema derecha neoliberal no creacionista, pues la aplican
no solo a la biología, también a la sociedad (darwinismo social), a la
economía, etc. donde “el que más chifla capador “ y “a quien
Dios se la de, San Pedro se la bendiga” (esto es lo natural -dicen-), pero estas
hipótesis no son aceptadas por las izquierdas, sectores socialcristianos o de
la “Nueva Era” de influencia budista e hinduistas que presentas otras conjeturas
y teorías.
Pero ahí están los creacionistas en el Senado de España,
diciendo que cada vez son más los científicos que creen que Dios creo el mundo en
siete días; al hombre de barro y a la mujer de una costilla de su marido,
viviendo tan ricamente en su paraíso hasta que el demonio les tentó y, como eran
humanos, no supieron aguantarse, y aquí estamos ganándonos el pan con el sudor
de la frente que ya es castigo; además, de todas las especies animales y
vegétales (miles de ellas se han extinguido, abandonadas por Dios que las había
creado -no se para que-).
¿Y por qué no hay que creerlo? si crees en Dios, si crees
que este es infinitamente omnipotente, misericordioso y benevolente, y todo lo
explica en la Biblia pues la inspiró EL a los escribas autorizados a través del
Espíritu Santo.
¿Para qué queremos saber más?
Llevo toda la noche para escribir esta tontada y me voy
al Porche a ver si lo han abierto ya para tomarme un café y encuentro por allí
el eslabón perdido;
Si no lo encuentro por allí o por la barbacana me hago
creacionista como Mayor Oreja.
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