Cuentan que en un pueblo
cercano a Samper (puede que en Alcañiz o en Albálate del Arzobispo, que ya perdí
la cuenta), en los años treinta del siglo pasado, en una reunión de
sindicalistas de la CNT, un dirigente que había venido del exterior de la
comarca adoctrinaba a los reunidos sobre la emancipación de la mujer y, a la
pregunta y confirmación positiva, de si un padre debería dejar en libertar a su
hija para escoger novio aunque sus progenitores no estuvieran de acuerdo, uno
de los padres, muy turbado, volvió a preguntar “y, ¿si el pretendiente es guardiacevil y de drechas, tamién debemos
consentilo?”. Dicen que el dirigente
no supo que contestarle.
Más sincero fue el gitano
aquel, al que los milicianos de “Durriti” le hacían trabajar para la comunidad;
cuando estaba picando en el tajo, exclamó un tanto escandalizado: “si esto es comunismo, que viva el fascismo”.
Fue muy claro, y eso que a los gitanos se les atribuye ser poco sinceros en sus
expresiones.
Dicen que con Maquiavelo
empezaron las ideas modernas; este había estudiado bastante y era muy listo;
sabía que quien había sido coherente en política estaba abocado a la derrota
ante sus adversarios y que todos los movimientos sociales, desde que
aparecieron con el cristianismo, terminaron corrompidos, así que más vale que
empiecen ya corrompidos y practicando la doble moral: “una cosa es lo que se
predica y otra dar trigo”; “el fin justifica los medios, que nosotros tenemos
fines buenos y, por lo tanto, hacemos lo que hay que hacer. Los otros, es que
no tienen fines buenos, luego sus medios son siempre malos aunque hagan lo
mismo que hacemos nosotros”.
Los jesuitas se impusieron a
los reformadores sinceros y consecuentes en la Iglesia católica, y los
puritanos protestantes han sido los maestros de la cultura hipócrita moderna.
Democristianos y socialistas
corruptos y mafiosos; conservadores píos que llevan a sus hijas a abortar al
extranjero y tienen queridas/os clandestinos; progres carcas y machistas;
comunistas que ingresan a sus hijos en colegios de pago, revolucionarios de
salón; liberales dogmáticos y ultramontanos como los que estamos padeciendo
ahora, que predican el no intervencionismo del Estado en la economía pero
intervienen con nuestros impuestos para salvar sus empresa o aumentar sus
beneficios; banqueros que han llevado a la ruina a sus bancos saneados con
dinero público pero se van al paro o a la jubilación con indemnizaciones enormes
mientras predican los recortes a la tropa.
Con las ideologías ocurre lo
mismo. Que conste que personalmente no me gustan todas y algunas me asustan que
fueran aplicadas por gente coherente, pero la mayoría si las respeto y me
gustaría que quienes dicen digo no hiciera luego diego, que fueran de frente y
con honestidad política e intelectual.
Es muy difícil que seamos
coherentes entre lo que hacemos y lo que decimos en la vida real; a veces,
incluso, estas dos cosas son diferentes entre ellas y de lo que en realidad
pensamos. Somos así, es nuestra naturaleza y esta tendencia a ser de esta
manera está muy arraigada en la modernidad occidental y en la cultura
judeo-cristiana (y musulmana). Se lo debemos tolerar a nuestros amigos, a
nuestros vecinos y, por supuesto, nos lo debemos tolerar a nosotros mismos
porque no podemos dejar de ser algo alparceros o beatones; pero cuando nos
embarcamos en un negocio con alguien o a elegir a los políticos que nos representan,
no deberíamos consentir que nos mintieran más de una vez. Salvo que queramos tener de gestores a arribistas que, con el tiempo, se dejarán de miramientos con sus propios electores.
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