jueves, 15 de febrero de 2024

Artículo: Los amantes de Teruel, mito y leyenda.


PRONTO LA BODA
          Vemos en las noticias de la provincia los intentos de promocionar más todavía los “Amantes de Teruel”, un mito bien aprovechado para intentar dinamizar la provincia, que está muy desanimada. Ahora se quiere recrear la “petición de mano” que me imagino será de los consuegros de los padres de la novia (o sea, los padres del novio) y hacer una nueva fiesta a la que acudirán a alcahuetear todos los vecinos de Teruel y redolada, más los que vayan de la comunidad valenciana y otros forasteros o, incluso, de reinos extranjeros con tabernas y mesones abiertos hasta las tantas de la madrugada.
          A mí me suena un poco cursi eso de la petición de mano, no sé si en la Edad media se llamaría así. Estas costumbres del cortejo (en Aragón llamábamos festejo), han evolucionado y cambiado mucho a lo largo de la Historia. También difería según la clase social.
          Entre el pueblo llano, hasta los años 20 del siglo pasado, el pretendiente acudía a casa de los padres de la pretendida a pedirle, al padre por supuesto, no la mano sino la hija entera, para iniciar el festejo con vistas al casamiento. En la mayoría de los casos, era la chica quien decidía si estaba de acuerdo o no con el mozo que la pedía. Comentan que a veces el padre quería tomar la decisión y decía que si, mientras hablaba con el mozo en el patio de la casa, y la moza desde el escalerón y de espaldas al mozo decía que no, con los gestos, a su padre.
          En otros casos estaba ya pactado por los padres de ambos mozos; esto ocurría, sobre todo en familias de labradores acomodados muy tradicionales.
          Contaban un hecho ocurrido en Samper (posiblemente alguien de edad mayor se acuerde del citado), que había un mozo poco agraciado, tímido y de humilde cuna, que viendo que se le pasaba el “arroz” sin festejar, decidió armarse de valor y después de bien bebido, se dispuso a rondar cuantas casas de jóvenes casaderas del pueblo hiciera falta, hasta que una le dijera que sí.
          Diez o doce dicen que visitó, hasta que en una le dio la moza el parabién, y con ella festejó y creo que casó. Por eso se dice que el que no se casa es porque no quiere, que “cada pucherico tiene su corbeterica”; atribuible también a las mozas, pues siempre habrá algún desgraciado, desahuciado o insensato impresentable que le pedirá la mano o lo que sea. Y si no se casa será porque es muy exigente.
            Con la modernidad, se siguió utilizando el rito, pero la mayoría de las parejas ya se habían comprometido de antemano (el joven le había “hablado” y la chica le había aceptado) y posiblemente los padres ya estaban al tanto de la jugada; así que era más un protocolo que otra cosa. Con el paso del tiempo ni se pedía nada; el novio subía a la cocina el primer día y “aquí estoy porque he venido”, al que ya conocían, pues la chica había revelado el sujeto a la familia, que le esperaban con el café y las torticas preparadas.
          Solía irse a festejar los jueves y los sábados después de cenar y, antiguamente, nada de dejarlos solos. Cuando el novio se iba de la casa de su futura esposa (futura salvo que se “estorbaran” y se frustrara el evento), solía salir a despedirlo la novia y era el único momento que la pareja podían estar y hablar solos pero, por lo general, los padres mandaban a un hermano o hermana pequeña, o a la abuela si no había algo mejor a mano, a acompañarlos no fueran a propasarse. De ahí viene el dicho de “Tener el candil”. "Vete a tener el candil" (entonces no había luz eléctrica), le decían a la persona impertinente que mandaban los padres, y se ha quedado como un dicho referente a vigilar a una pareja de sexos diferentes cuando se quedan solas.
          Pero vino el cinematógrafo, donde se apagaban las luces y, sobre todo, el baile, y a los padres ya se les descontroló el reten y la guardia. Eso fue algo trágico y revolucionario en las costumbres del cortejo.
          Me contaba un joven de los de antes, años treinta del siglo pasado (Antes de la Guerra), que ya se había comprometido secretamente con una moza en el baile y, no solo eso, salían a pasear juntos o con otras parejas por el Altero o por la carretera de Hijar, hasta la Parra, que era todo un atrevimiento. Un día a este mozo se le aparece de frente, con gayata y huraño, el padre de su pre-novia -y le espeta al mozo-: “es verdad que festejas con mi chica, la pequeña”, y cuando creía que iba a arrearle le dice: si a mí me parece bien que festejes, lo que me jode es que se haya enterado todo el pueblo menos yo que tenía que ser el primero en saberlo. Hasta mi mujer se ha enterado ya y los amigos se me ríen en la taberna, así que ya estas tardando en venir por casa”.
          Una vez dado este primer paso, el segundo era la visita de los padres del novio a los de la novia, en lo que se llamaba “Dar la cara”. Seguramente este acto venía de la antigua y verdadera petición de mano en la que se formalizaba el “festejo” de los hijos y se daban los parabienes los consuegros. Como las costumbres ya habían evolucionado y ahora eran los hijos quienes tomaban libremente las decisiones, si los padres no se llevaban muy bien, era hora de recomponer las amistades.
          En estos tiempos no tengo ni idea de cómo están estas cosas; la verdad es que cuando tenía que haber aprendido yo, tampoco me enteraba mucho.


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