PRONTO LA BODA |
A mí me suena un poco cursi eso de la petición
de mano, no sé si en la Edad media se llamaría así. Estas costumbres del cortejo (en Aragón llamábamos festejo), han evolucionado y cambiado
mucho a lo largo de la Historia. También difería según la clase social.
Entre el pueblo llano, hasta los años
20 del siglo pasado, el pretendiente acudía a casa de los padres de la
pretendida a pedirle, al padre por supuesto, no la mano sino la hija entera,
para iniciar el festejo con vistas al casamiento. En la mayoría de los casos,
era la chica quien decidía si estaba de acuerdo o no con el mozo que la pedía. Comentan
que a veces el padre quería tomar la decisión y decía que si, mientras hablaba
con el mozo en el patio de la casa, y la moza desde el escalerón y de espaldas
al mozo decía que no, con los gestos, a su padre.
En otros casos estaba ya pactado por
los padres de ambos mozos; esto ocurría, sobre todo en familias de labradores
acomodados muy tradicionales.
Contaban un hecho ocurrido en Samper
(posiblemente alguien de edad mayor se acuerde del citado), que había un mozo
poco agraciado, tímido y de humilde cuna, que viendo que se le pasaba el
“arroz” sin festejar, decidió armarse de valor y después de bien bebido, se
dispuso a rondar cuantas casas de jóvenes casaderas del pueblo hiciera falta,
hasta que una le dijera que sí.
Diez o doce dicen que visitó, hasta
que en una le dio la moza el parabién, y con ella festejó y creo que casó. Por
eso se dice que el que no se casa es porque no quiere, que “cada pucherico
tiene su corbeterica”; atribuible también a las mozas, pues siempre habrá algún
desgraciado, desahuciado o insensato impresentable que le pedirá la mano o lo
que sea. Y si no se casa será porque es muy exigente.
Con la modernidad, se siguió
utilizando el rito, pero la mayoría de las parejas ya se habían comprometido de
antemano (el joven le había “hablado” y la chica le había aceptado) y
posiblemente los padres ya estaban al tanto de la jugada; así que era más un
protocolo que otra cosa. Con el paso del tiempo ni se pedía nada; el novio
subía a la cocina el primer día y “aquí estoy porque he venido”, al que ya conocían,
pues la chica había revelado el sujeto a la familia, que le esperaban con el café
y las torticas preparadas.
Solía
irse a festejar los jueves y los sábados después de cenar y, antiguamente, nada
de dejarlos solos. Cuando el novio se iba de la casa de su futura esposa (futura salvo
que se “estorbaran” y se frustrara el evento), solía salir a despedirlo la
novia y era el único momento que la pareja podían estar y hablar solos pero,
por lo general, los padres mandaban a un hermano o hermana pequeña, o a la abuela
si no había algo mejor a mano, a acompañarlos no fueran a propasarse. De ahí
viene el dicho de “Tener el candil”. "Vete a tener el candil" (entonces no había luz eléctrica), le decían a la
persona impertinente que mandaban los padres, y se ha quedado como un dicho
referente a vigilar a una pareja de sexos diferentes cuando se quedan solas.
Pero
vino el cinematógrafo, donde se apagaban las luces y, sobre todo, el baile, y a los
padres ya se les descontroló el reten y la guardia. Eso fue algo trágico y revolucionario en
las costumbres del cortejo.
Me contaba un joven de los de antes, años
treinta del siglo pasado (Antes de la Guerra), que ya se había comprometido
secretamente con una moza en el baile y, no solo eso, salían a pasear juntos o
con otras parejas por el Altero o por la carretera de Hijar, hasta la Parra,
que era todo un atrevimiento. Un día a este mozo se le aparece de frente, con
gayata y huraño, el padre de su pre-novia -y le espeta al mozo-: “es verdad que festejas con mi chica, la pequeña”, y cuando
creía que iba a arrearle le dice: “si a mí
me parece bien que festejes, lo que me jode es que se haya enterado todo el
pueblo menos yo que tenía que ser el primero en saberlo. Hasta mi mujer se ha
enterado ya y los amigos se me ríen en la taberna, así que ya estas tardando en
venir por casa”.
Una vez dado este primer paso, el
segundo era la visita de los padres del novio a los de la novia, en lo que se
llamaba “Dar la cara”. Seguramente este acto venía de la antigua y verdadera
petición de mano en la que se formalizaba el “festejo” de los hijos y se daban
los parabienes los consuegros. Como las costumbres ya habían evolucionado y
ahora eran los hijos quienes tomaban libremente las decisiones, si los padres
no se llevaban muy bien, era hora de recomponer las amistades.
En estos tiempos no tengo ni idea de
cómo están estas cosas; la verdad es que cuando tenía que haber aprendido yo, tampoco me enteraba mucho.
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