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Los comentarios que voy a
hacer tienen que ver con dos cuestiones que acontecen en nuestro pueblo
relacionadas con el ocio, es decir, no son de importancia trascendente ni de
consecuencias tan relevantes como para que nos atormenten, pero
si las traigo a colación es porque forman parte del decir cotidiano de la gente
aunque siempre a nivel muy particular; sin que transciendan a la calle como
ocurre con otros aspectos de la actualidad; por ejemplo, la crítica a los políticos o, incluso, otros chafardeos insustanciales en los que ponemos a parir al
vecino o vecina de enfrente.
Sin embargo sí que creo que
deben ser objetos de reflexión, porque estas cosas, que son como tabú en el micro-universo social del pueblo, si van a más pueden estallar
en conflicto más allá de la importancia real que tienen.
Uno de estos temas tiene que ver con la
Semana Santa, un acontecimiento que inflama nuestras morfinas emocionales y
sentimentales hasta límites casi infinitos, de grandes que son.
En los últimos veinte o
treinta años se ha venido consolidando en nuestro pueblo una forma de entender
la Semana Santa en su aspecto lúdico, recreativo y escénico que
es aceptada por casi todo el mundo. Bien es verdad que se va renovando y
evolucionando poco a poco, casi sin darnos cuenta, pero cada vez más lentamente
y. en todo caso, con una gran aprobación de la mayoría.
La Ruta del Tambor y Bombo,
que es una institución laica y democrática sostenida por los ayuntamientos, son
quienes llevan la dirección del programa y la Iglesia ha pasado a ser una
entidad respetada pero limitada, incluso, en la organización de los actos
religiosos que se subordinan a los intereses de tipo recreativo o turístico.
Por eso no tiene sentido que
algunos/as partícipes en el evento semanasantero lo hagan rompiendo su
estética, que afortunadamente ya es bastante permisiva, llevando en las rondas
colorines y atuendos ajenos a los tradicionales, gorros carnavaleros, caretas o
instrumentos musicales que no sean tambor y bombo, o excepcionalmente, cornetín
o corneta. Los que lo saben tocar, naturalmente.
Sin duda, lo que se quiere remarcar con estos efectos, es el carácter lúdico de la fiesta, que lo tiene y que hoy
todo el mundo reconoce, pero también están de más porque la mayoría del pueblo
y quienes están vinculados a él por razones de nacimiento o parentesco no los reconocen
como propios de la Semana Santa samperina; por lo tanto causan, cuando menos,
hilaridad, crispan el ambiente y son interpretados por la mayoría de personas
de todas las corrientes ideológicas del pueblo como una actitud grosera hacia la
Semana Santa incluso la festiva, si bien estoy seguro de que no es esa la
intención de quienes lo hacen.
La segunda tiene que ver con
las Fiestas Mayores, las dedicadas al fundador de los dominicos, Domingo de Guzmán.
Han mejorado mucho; Casi siempre las
fiestas mayores de Samper fueron muy poquica cosa, ahora hay “marcha”, aunque
para los jóvenes, porque para los de mediana edad y mayores la fiesta empieza
cuando nos vamos a dormir. Al menos es mi caso.
Yo estoy a favor de la
permisividad de las normas básicas de convivencia en días festivos. Si no
hubiera permisividad no habría fiestas. Antiguamente en sistemas medievales o
dictatoriales se concedía esa permisividad como una “gracia” hacia el pueblo;
pequeña, para que no se acostumbraran, pero suficiente para que estuvieran
agradecidos.
Ahora, con la democracia, sabemos que si no hay límite
a la permisividad esta se puede convertir en demagogia o eso decían ya, creo, los
clásicos. Por eso la permisividad, que ya no es una “gracia” sino una especie de derecho tolerado, debe tener también sus límites y contemplar el derecho de los demás; de todos
los que viven o residen en el pueblo. Y los que viven en el pueblo tienen el
derecho a dormir según las leyes ambientales de las que nos dotamos, Por
lo tanto hay una permisividad que la dicta el sentido común, a veces las costumbres
(como sucede con los tambores en Semana Santa), pero lo que no es de sentido común
es el “chum pata-chum” de decibelios insoportables de la “disco”.
¡O, si! Quizás me estoy
volviendo un aguafiestas, al igual que algunos vecinos del pueblo que se plantean el no
venir al pueblo los días de fiesta. Como me decía un satisfecho de esta situación: “es la fiesta, si no la aguantan que no vengan”. Ya sabemos aquella de
“Gila” que decía de una madre que se quejaba porque le habían matado a su hijo:
“Si no sabe aguantar una broma que se vaya
del pueblo”.
Lo del “chum-pata-chum” de la disco del pabellón de fiestas hasta la siete o las ocho de la maña no es normal, es una anormalidad impropia
de un pueblo civilizado como es el nuestro. La gente lo dice y se queja en
privado pero tiene pudor a decirlo en público porque parece que es
políticamente incorrecto con la modernidad. Pero no es así. Tendríamos que
reflexionar sobre todo esto.
Un aplauso por este comentario, tienes razón y antetodo está nuestra obligación de respetar.
ResponderEliminarPor desgracia creo que son malas costunbres que imperan en todos los pueblos.
La Semana Santa es una maravilla, aunque no sea practicante "La rompida" me remueve hasta la consciencia...La primera vez que la ví me entraron ganas de llorar...
Por favor seamos respetuosos con las tradiciones y tampoco es tan desagradable escuchar estos tambores y bombos bien tocados.
Las fiestas de agosto de desmadran siempre por culpa de cuatro tontos borrachos pero ¿porqué no quedarnos con el ambiente festivo y alegre?
Seamos respetuosos y tolerantes.
Acertado articulo Manolin, porque, que yo sepa, la tolerancia y la fiesta no tienen porque estar reñidas con el respeto y la educacion
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