La Administración y los sindicatos deben velar por el cumplimiento de las leyes, los trabajadores están obligados a tomar las medidas oportunas y las empresas a poner a disposición de sus empleados todas las herramientas necesarias para evitar tragedias.
La mayoría de
los accidentes se han registrado en la construcción y otros trabajos manuales y
de servicios mal retribuidos; muchos, según las inspecciones posteriores, se
podrían haber evitado con las medidas de prevención adecuadas. La
accidentalidad laboral y las enfermedades profesionales habían bajado mucho a
partir de la aprobación del Estatuto de los trabajadores y las otras leyes de
salud en el trabajo casi todas en las grandes empresas como las del carbón
gracias a la presencia e implantación sindical, que culminaron con la Ley de
Salud Laboral; pero en los últimos años ha ido subiendo de nuevo poco a poco la
siniestralidad y alcanza cifras muy altas otra vez. La Ley de Salud Laboral “es
papel mojado” y faltan inspectores; cada vez hay menos y se lo lleva todos
Hacienda.
La precariedad
laboral tiene que ver con ello. En el trabajo no manual, aparecen síntomas que
no existían antes o no se reflejaban en las estadísticas, pero las muertes e
invalideces por accidente aumentan en los trabajos manuales; siendo cada vez más
frecuentes los accidentes en el itinerario al trabajo que la patronal se
resiste a considerarlos accidentes de trabajo aunque las leyes laborales españoles
y europeas dicen que lo son; muchos de estos accidentes son de trabajadores autónomos
o por cuenta propia, bien sean autónomos de verdad o falsos autónomos.
Muchos
empresarios siguen considerando los accidentes de trabajo como consecuencia
inevitable de una labor, de la producción (efectos colaterales inevitables), y
los trabajadores de los sectores más implicados la aceptan con resignación
cristiana. Cuando los accidentes laborales se dan en sectores laborales
prestigiados no se consideran “efectos colaterales” ni los afectados se
resignan como ocurre con los trabajos manuales menos prestigiados (siempre ha
habido clases). Lo mismo ocurre si se da en población emigrante que se les
tiene en menos consideración, hay menos empatía hacia ellos por parte de la
población nacional, es como si no realizaran tareas que aquí ya nadie quiere
hacerlas o fueran menos personas.
Añadamos que,
en España, los autónomos, las microempresas y la pequeña empresa cada vez son
menos autónomas, menos independientes y la mayoría no operan en un mercado
libre; son subsidiarias, dependen de las grandes empresas que han externalizado
su trabajo para obtener más beneficio, y estos empresarios o supuestos
empresarios se desenvuelven con una gran precariedad, escasos beneficios y están
endeudados por los bancos. Cada vez tienen menos que ver con el pequeño
operario tradicional por cuenta propia, taller o pequeña empresa.
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