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En la antigüedad el trabajar se consideraba una condena “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, decían las Escrituras; de esta condena parecían librarse los patricios, pero no los plebeyos y por supuesto los esclavos los cuales no tenían consideración de persona humanas y valían menos que ahora los animales domésticos que ya tienen leyes de protección animal y, por lo tanto, derechos. Estar bautizado no te eximia de esta condena, en este mundo, si pertenecías a estas bajas clases sociales, pero te garantizaba una vida feliz en el otro mundo cuando te morías.
Entre los paganos, Cicerón, por
ejemplo, decía que el trabajo se trataba de “un castigo” y las
profesiones manuales eran “poco valoradas”, frente a las más reconocidas
“intelectuales o liberales”. Esta idea, que fue evolucionando a lo largo
del Imperio, llegó a todos sus territorios, y por tanto también a España. En
nuestro país había labores consideradas nobles y otras llamadas viles, hasta el
punto de que había quienes renunciaban a su trabajo considerado deshonrado o
indigno a nivel social, aunque así empeoraran su nivel de vida y el de su
familia. Era el caso de muchos infanzones, hidalgos, caballeros de condición y
gente de la baja nobleza venido a menos. Los que tenían trabajos manuales no
eran bien vistos, sus labores eran consideradas de baja condición y el nivel
social bajaba de manera rotunda. El desprestigio social que conllevaba ser
zapatero, carpintero, menestral, jornalero, pastor, granjero o alparcero era
tal que contraer matrimonio con esta gente era una desgracia y desprecio
social. Fue con la llegada de Carlos III en el siglo XVIII cuando este rechazo
a la productividad laboral comenzó a ver su fin.
El rey Carlos III decretó una
cédula real, por la cual declaraba “que no solo el oficio de curtidor, sino
también los demás artes y oficios de herrero, sastre, zapatero, carpintero y
otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece a
la familia, ni la persona del que los ejerce, ni la inhabilita para obtener los
empleos municipales de la República en que estén avecindados los artesanos o
menestrales que los ejerciten”
Así, el monarca lanzó con estas palabras un cambio psicológico y social hacia los empleos manufactureros y agropecuarios, permitiendo asimismo el acceso de los nobles al mundo laboral con tal de contribuir a la recuperación económica. De la misma manera, se habría la posibilidad de que otros accediesen a la nobleza, o ejercieran cargos públicos o empleos municipales, cosa que no podían hacer hasta entonces aquellos que se dedicaban a trabajos manuales.
Esta situación, como todo cambio o
avance en la historia, provocó gran revuelo entre la sociedad de la época. Se
criticaba que la proclama de Carlos III quisiera romper los moldes sociales
hasta entonces establecidos, de tal manera que no fue hasta un siglo después de
que se decretase la cédula que empezara a tener efecto. Hacía falta promover
alguna medida eficaz que consiguiera ir modificando la mentalidad social
respecto al trabajo, y para ello se recurrió a las artes: cómicos, actores,
escritores, dramaturgos... De esta manera, y unos cien años después por fin se
hizo oficial la eliminación de la diferencia entre oficios viles y no viles,
declarándose todos los trabajos como nobles, honrados y dignos.
Eso sí, se diga lo que se diga,
todavía persisten los perjuicios entre la población: el trabajo manual está
peor considerado socialmente que el intelectual, de la misma manera que el
trabajo doméstico no está considerado como trabajo si lo ejerce el ama de casa,
aunque esta también trabaje fuera. De ahí surgen estos debates que a muchos y
muchas les parecen tontos o estériles sobre la desvalorización de trabajo
doméstico o sobre quien relanza la economía, si el trabajo manual no
especializado, si el manual especializado y profesional, o el intelectual; también
sale a la palestra si los que crean y relanzan la economía de un país son los
trabajadores o los empresarios, sin distinguir las tremendas diferencias de
clase y condición que hay entre los propios asalariados y entre los empresarios
entre sí, pues hay empresarios de micro pymes, pymes y gran empresa en la que
se incluyen también a gerentes asalariados con grandes sueldo y accionistas
ociosos.
Lo cierto es que con el ascenso del
despotismo ilustrado de la aristocracia mercantil sobre todo y de la burguesía
trabajadora después, el concepto de trabajador se revalorizó enormemente: “ese
hombre puede ser borracho, algo vil, putero o mal marido, pero en muy
trabajador” (bueno pues), y lo mismo la consideración de la mujer “pero es
muy trabajadora” (ya puede ser muy inteligente e, incluso,
caritativa, pero si no es hacendosa y trabajadora será mala. Esta
consideración positiva del trabajo entre la población urbana y rural, que no la
había tenido en siglos anteriores penetró también en los movimientos sindicales
y obreristas en el siglo XIX y hasta más de la mitad del XX. Pero últimamente está
en crisis.
Cuando me inicie en el movimiento
sindical, los viejos sindicalistas, a la cualidad de rebeldes al sistema
capitalista y luchadores solidarios internacionalistas le unían la virtud de
demostrar ante los compañeros el de ser los más trabajadores y los más
profesionales de todos ellos. Eso se acabó; hoy el aprecio al trabajo se
considera una enajenación o alienación introducida por el liberalismo burgués. Algo
de razón se tiene en esa consideración; la gran burguesía dominante hoy en día
agita el valor del trabajo, pero ellos trabajan lo menos posible, como la aristocracia
del Siglo de Oro, la mayoría son unos parásitos y decadentes sociales; lo mismo
les pasaba a los burócratas de las democracias populares llamadas socialistas y
las elites sindicales de todos los países cada vez más con sindicatos más
corporativos que de clase, y más nacionalistas y con perjuicios ante los extranjeros
que internacionalistas solidarios. Ante eso, las generaciones jóvenes no aman
el trabajo que hacen y que mal pagan porque ya han superado la mentalidad de
esclavos o siervos que la educación moderna ilustrada les ha inculcado (eso es
lo que tiene enseñar mal a la gente). Ven que la mayor parte del “pastel”
se la llevan las elites laborales, los lobis y las grandes empresas. Si embargo
nos han inducido a un consumo cada vez más expansivo y hay que trabajar para
ganar, aunque sea poco porque ya no basta con que llegue para comer; hay que
consumir cada vez más para que la economía siempre vaya hacia delante y si es
posible que nuestro país esté el primero. Siempre más producción y el primero,
en un maratón interminable. Una esquizofrenia, vamos. Hoy todo el mundo cree
que su trabajo esta poco valorizado y prestigiado, y que los demás son poco
trabajadores o malos profesionales. Es la
“angunia”, que se decía en Samper, ahora se llama estrés), No me
extraña que los problemas mentales estén a la cabeza de las enfermedades que
padecemos junto al cáncer, las enfermedades profesionales y la resaca del fin
de semana.
Solo hay una solución: trabajar lo
menos posible, pero si no se puede eludir el trabajo, al menos trabajar
contentos y no envidiar a nadie. Yo no envidio a los que trabajan aunque tengan
mucho más dinero que yo y más prestigio social; bastante desgracia tienen.
Y dado que un alto porcentaje de la poblacion trabaja, y la tendencia es hasta una edad mas elevada, es de vital importancia el hacerlo en una actividad en que se tenga las habilidades requeridas e idealmente se disfrute llevándolo a cabo...En el pasado se le denominaba vocacion, aunque no me identifico con la imagen asociada de un soplo sobrenatural descendiendo sobre la persona y prefiero verlo como la decisión racional tomada después del tiempo necesario para el conocimiento de las habilidades y preferencias propias
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