miércoles, 1 de noviembre de 2017

ArtiCulo. Sainete entre acto y acto; la proclamación de la República Catalana.

La proclamación de la Republica Catalana parece un sainete de los entremeses que se daban entre acto y acto de las comedias de antaño.
Los que se jugaban el pellejo para votar el 1 de octubre han visto como los que le abocaron a esa situación votaron cobardemente en secreto o han huido a Bélgica al amparo de la oferta de un neofascista como Theo Francken.

Uno de los diputados que votó ocultando su decisión fue Benet Salellas (CUP), que días antes exigía que los funcionarios debían ser los que impidieran la aplicación del artículo 155. La apelación al heroísmo de Gabriel Rufián es un ejemplo que sirve para comprender cómo se construye un lenguaje emocional nacionalista que edifica un sentimiento identitario que siempre evoluciona en excluyente.
Los primeros actos de la nueva y flamante República de Catalunya han sido una comparecencia grabada de su presidente mientras se estaba tomando unos vinos en un bar de Girona y una foto en Instagram del Palau de la Generalitat dando los buenos días a sus súbditos haciendo creer que estaba trabajando y desafiando el 155 mientras huía en coche camino de Marsella. Allí se ha atrevido a decir que el “Servicio de Inteligencia de Cataluña” (la TIA catalana, que al parecer tenía), la alertó de que iban a por él.
El formalismo socialista tenía una manera creativa de hacer comprender al observador, al trabajador, que estaba alienado y explotado. Se trataba de desnaturalizar la esencia de los elementos mostrados para provocar en el espectador una ausencia total de empatía que le permitiera desentrañar la realidad. Despojaba al observador de las emociones porque consideraba que nublaban la razón. Quien quiere hacer comprender el verdadero lugar en el mundo a un desposeído u oprimido no le intenta emocionar con falsas ilusiones, sino que le muestra la realidad con la crudeza que tiene. La república ficticia de Catalunya es una formulación ilusoria burguesa, irracional y, por lo tanto, reaccionaria.
No debería extrañar a nadie que la algarada independentista sea una engañifa de las élites para detentar capital, la sustitución de unas estructuras oligárquicas por otras.
Por supuesto que existen en el movimiento independentista multitud de personas que son clase trabajadora, gente precaria, con muchas dificultades por la crisis y la decadencia (que es bien evidente), del llamado “Régimen del 78”; jóvenes de clases medias azotadas por la crisis que no ven claro su porvenir y que creen firmemente en la república catalana como alternativa, y que el Estado Español es el culpable. Siempre son estos, los que sufren la crisis o les angustia el porvenir, los que se unen con mayor emoción a cualquier opción que les promete un cambio material sustancial.
Lo grave de todo esto es que la respuesta sea la exacerbación de otro nacionalismo antagónico, y exaltado también, de naturaleza anti catalanista como el que se está agitando desde algunos sectores de la sociedad española; si no se intenta resolver “la cuestión Catalana”, que ya lleva más de un siglo, con paciencia, racionalidad y mentalidad democrática, reconociéndose todas las partes en pugna (que son más de dos y de tres, por cierto), la tragedia está “cantada”, y toda España, Cataluña también, lo va a pagar muy caro.

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