Hace casi 150 años
un político lucido, culto, avanzado, honrado, integro y coherente, llegó a ser
jefe del estado español. Fue Francisco Pi y Margall, presidente de la I
República durante 34 días. En su breve mandato planteó una organización
territorial que tiene su lógica: Se trataba de un complejo federalismo
inspirado de otras corrientes como el socialismo utópico, pero ante todo era un
profundo conocedor y estudioso del tema nacional y de los problemas de la
organización territorial española.
Para Pi y Margall
la sociedad ha de fundarse “en el consentimiento
expreso, determinado y permanente de cada uno de los individuos.” Su
llegada a la presidencia republicana no se dio en los mejores momentos, la I
República era débil, con enemigos poderosos, un país muy atrasado, sus
propuestas federalistas mal entendidas hasta por sus propios partidarios que
las exacerbaban (los intransigentes y cantonalistas), además de los
republicanos unionistas conservadores como Emilio Castelar.
Terminaría
dimitiendo por oponerse a reprimir las rebeliones cantonalistas realizadas por
los exaltados “intransigentes”, facción radical del republicanismo federal (que
no independentistas, como se dice ahora), aunque él era moderado. Y es que Pi y
Margall no fue un político al uso hispano, ni aún hoy en día. Así por ejemplo
hizo una autocrítica de la efímera I República y de su propia presidencia de
gobierno en su escrito, “La República de 1873”. Como se suele decir fue un
hombre adelantado a su época e incomprendido sobre todo para el ejercicio
gubernamental. Lo paradójico es que hoy, tal como están las cosas, seguiría
siendo un adelantado para la época y un incomprendido.
Pero la
presidencia republicana sólo fue una parte en la vida de un hombre curtido
tanto en la acción como en el pensamiento, en especial sobre la cuestión
nacional. En “Las nacionalidades”, su gran obra, desarrolla un federalismo de
base, quizás algo idealista, pero que mostraba la comprensión de que la
cuestión territorial no podía abordarse desde un gran estado, posiciones
unitaristas, que una y otra vez han fracasado. Cómo él mismo escribió a modo de
declaración: “Confieso que no estoy mucho por las grandes naciones y menos por
las unitarias.” También frente a la cuestión del poder fue inconformista, pues
estaba a favor de reducirlo a su “mínima expresión posible”, dividiéndolo y
subdividiéndolo hasta hacerle perder su carácter de instrumento de dominación
política. Incluso en muchos aspectos sociales y económicos, existe en la praxis
intelectual de Pi ingredientes que pondrían en cuestión el actual posmodernismo
neoliberal. Y es que conoció unos momentos cruciales, los años entre 1812 y
1876 que las burguesías ilustradas (débiles e inseguras frente a los viejos
poderes) trataron de desarrollar proyectos regeneracionistas que se terminaron
estrellando contra la restauración borbónica y la constitución canovista.
Al frente de un
pequeño grupo, el Partido Republicano Federal siguió manteniendo sus propuestas
y siendo elegido diputado en varias ocasiones. Cuando sobrevino el desastre de
1898 con las perdidas coloniales, en medio de un patrioterismo desaforado (cómo
se repiten cíclicamente algunas cosas), la voz de Pi y Margall resonó clara:
libre autodeterminación de los pueblos, no a las aventuras coloniales.
Francisco Pi y Margall fue, como se diría en versos de Machado, un hombre de torpe aliño indumentario, lo cual le valió críticas y burlas de una élite rancia y clasista. Sin embargo, son sus planteamientos los que más vigencia tienen. Fue, con Azaña, los dos escritores que han habitado los palacios gubernamentales, en los que no les fue demasiado bien; cultura y poder no suelen congeniar. Para Pi y Margall la cultura extendida a toda la sociedad, era una de las bases del progreso.
Francisco Pi y Margall fue, como se diría en versos de Machado, un hombre de torpe aliño indumentario, lo cual le valió críticas y burlas de una élite rancia y clasista. Sin embargo, son sus planteamientos los que más vigencia tienen. Fue, con Azaña, los dos escritores que han habitado los palacios gubernamentales, en los que no les fue demasiado bien; cultura y poder no suelen congeniar. Para Pi y Margall la cultura extendida a toda la sociedad, era una de las bases del progreso.
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