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En un programa de televisión reciente, de esos sobre cuestiones paranormales, ofrecieron un trabajo que trataba de exorcismos en masa realizados en el santuario de la Virgen de la Balma allá por los primeros años del siglo pasado. Siempre pensé que las visitas a ese santuario tenían una motivación mitad religiosa, mitad lúdica y que la gente que acudía a la Balma aprovechaba para disfrutar unos días fuera del pueblo con la excusa de la devoción a la Virgen pues, por aquellos tiempos, sobre todo las mujeres, no salían de excursión si no se justificaba como una necesidad perentoria o trascendente. Seguramente, las personas de mediana edad de Samper, habrán oído contar a nuestros mayores como se acudía al santuario en carro o mula; un viaje de ida y vuelta que llevaba algunos días.
Lo que yo ignoraba era que se viajaba no solo por devoción mariana,
también se iba para quitarse el “mal de ojo” u otras enfermedades malignas como la posesión diabólica. Tampoco nos debe sorprender que fuera así, pues hasta hace no muchos años, y a decir de gente racionalista que ha estudiado estos fenómenos, la hechicería se practicaba en Samper y pueblos de la redolada; otra cosa es que los resultados de sus hechizos hicieran efecto, pero parece ser que eran efectivos a juzgar por la cantidad de deshechizados que volvían aliviados de su peregrinación a la Balma.
F. Contreras Gil |
En el programa que cito, unos estudiosos e investigadores del tema (se ha escrito un libro sobre ello), aportaron fotografías diversas en las que aparecían paisanos de la época y unas inquietantes viejecillas denominadas “las caspolinas”, las cuales con letanías unciones, masajes, abluciones con agua vendita, invocaciones y otras artes, pretendían expulsar al intruso ocupante de los cuerpos de decenas de enfermos síquicos o físicos supuestamente poseídos por el demonio o espíritus malignos.
Pero, ¿quiénes eran “las caspolinas”? ¿Simples beatas, santeras o brujas? Creo que eran santeras algo esotéricas, porque las beatas nunca se apartaban de la ortodoxia y las brujas o las hechiceras no expulsaban al demonio, más bien lo invocaban para producir el mal. La Iglesia, sin embargo, no veía con buenos ojos las prácticas de estas santeras porque parece que se iban de madre (de la Madre Iglesia), así que empezó a poner dificultades. Dificultades puso también la República; pues ya sabemos que el régimen laico y aconfesional prohibió las manifestaciones (léase procesiones) y las concentraciones al aire libre en las que se rezaran letanías, el rosario, el Vía Crucis o se invocara a entidades de mundos desconocidos; además, los colegios de médicos tampoco homologaban aquellas prácticas sanadoras tan alejadas de la ciencia. Quizás de por entonces data el dicho aquel que decía así: Virgen de la Balma quien te viene a ver, cuatro… de... y uno de Samper (no pongo el adjetivo y el nombre del primer pueblo porque luego se cabrean quienes no tienen sentido del humor, pero se ponían según la intención burlona del recitador y siempre terminaba con el de Samper).
Dicen que al terminarse la guerra se intentó retomar los exorcismos pero las autoridades plantaron a la Guardia Civil a las puertas de la ermita impidiendo de manera rigurosa y contundente el que se llevaran a cabo. A pesar de ello, y según cuentan, parece que se han seguido haciendo algunos exorcismos clandestinos por parte de cierto clérigo raro de la Sierra (razón por la que hay que pensar que aún se deben practicar maldiciones y hechicerías).
Tenía que ser curioso presenciar aquellas expresiones de fe excéntrica y esotérica en la que se mezclaría el latín mal pronunciado y peor comprendido con el castellano castizo de Aragón y el catalán dialectal de la zona. Explican también que los exorcismos eran eficaces en caso de histeria, que eran la mayoría u otras enfermedades síquicas o de la mente y no tanto en las enfermedades físicas o del cuerpo. Sin embargo algunos testigos ancianos dicen haber contemplado levitaciones, recitar en lenguas extrañas, haber visto contorsiones incapaces de hacerlas una persona no profesional de la gimnasia y alguna que otra curación milagrosa, y eso que “las caspolinas” no habían estudiado teología como el cura de El Exorcista; eran analfabetas, feas y viejas, y asustaban a los demonios, porque si no, no se entiende que estos salieran corriendo ante sus invocaciones, prédicas y amenazas. Los que cuentan todo esto dicen que el lugar todavía rezuma un cierto halo de misterio mágico y fantasmal, incluso dantesco; yo he estado allí y puedo decir que es realmente majíco, pero nada de lo otro, más bien me parece bucólico y hermoso como el paraje de nuestra ermita de Santa Quiteria y, en general, como todos los lugares de este tipo.
No parece que hicieran mal a nadie, “las caspolinas”, pues los que regresaban de la Balma lo hacían reconfortados y con mejor aspecto pero, ni la Iglesia, ni los gobiernos de regímenes tan diferentes como el ilustrado de la República y el militarista del Movimiento Nacional las toleraron. Ahora se ha escrito un libro y, a lo mejor, les hacen un monumento en la ermita. Los descendientes de aquellos devotos y devotas que acudían a que les quitaran los demonios del cuerpo iremos a ver si nos los quitan a nosotros también y nos curamos. Por probar que no sea.
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