viernes, 8 de agosto de 2014

Charrada: El Pecado Original de nuestros primeros padres.



     No sé ustedes, pero yo cuando voy a un “muerto” (entierro) en el cementerio del pueblo, al final, mientras entierran al difunto o difunta o se le da el pésame a los familiares, cosa que me da mucho “corte” el hacerlo -en reata, como si fuera un besamanos-, me doy un recorrido por el camposanto, donde están enterrados parientes o conocidos, por ver si están bien o han desmejorado.

     En uno de estos últimos, me paré ante la lápida de una señora muy conocida mía que murió vieja, muy vieja, cuando yo casi no era ni un adolescente. ¡Murió a los sesenta y un años de edad, según rezaba la lápida! Varios menos de los que yo tengo ahora, que acabo de cumplir los sesenta y cuatro, que soy todavía joven según el Instituto Nacional de Estadística. ¿Cómo es que aquella paisana mía era tan vieja cuando murió?, si solo tenía sesenta y un años y yo soy tan joven todavía con sesenta y cuatro.

     Según una encuesta de estas que hacen ahora “de apreciación sociológica” que dicen que son de rigor y objetivas (aunque no sé cómo puede ser objetiva una apreciación), ahora casi no hay viejos de verdad a pesar de que vivimos más años que antes. Los mayores de ahora somos jóvenes por lo menos hasta los ochenta, porque llevamos vaqueros, nos gusta el rock, vamos a la piscina y nos aseamos como los mozos y mozas; salimos de viajes turísticos y bailamos “sueltos” (y no es la jota) o lo que sea aunque nos hayan puesto la cadera nueva (hasta dicen que se liga), y sobre todo, porque no queremos ser añejos, como si eso no fuera natural y distinguido pues envejecer es lo más natural y sano que hay en esta vida.
     ¿Qué nos impide, pues, trabajar?, Si somos más jóvenes y estamos como pimpollos, ¿Por qué jubilarnos tan pronto? –dicen los sabios y expertos en pensiones…-.
     El trabajo fue impuesto a la humanidad por Dios como una penitencia por el pecado de nuestros primeros padres, que no se lo vamos a perdonar nunca por muy primeros padres que fueran. Eso sí que es malo (la penitencia que nos impuso el Señor). Lo que no se entiende es que esa penitencia siga después del bautismo, que quita el pecado original, o después de haberse confesado y obtener la absolución. El pecado se perdona pero la penitencia de “ganar el pan con el sudor de la frente” dura toda la vida (la terrenal). Como dice un gitano amigo mío: “eso tendría que explicarlo este Papa que parece majo…”
     Los protestantes, que eran unos herejes y burgueses, para acabarla de fastidiar, divinizaron el trabajo. Afortunadamente luego vinieron los socialistas utópicos y el sindicalismo laborista (que eran agnósticos o ateos; no creían que Dios fuera tan malo y querían abolir el trabajo, por lo menos a destajo) y más tarde el “catolicismo social” ya corrompido por la social-democracia, que decidieron, contradiciendo la doctrina original, que a la vejez se pudiera realizar el “Retiro Obrero”, siempre que se hubiera cotizado aunque fuera una perra gorda. Y se inventó la jubilación allá por cuando “Primo de Ribera” que luego se hizo universal con la “Reforma Política de la democracia”, con Felipe González, que algo bueno tuvo aunque se juntó con malas compañías, según dicen.
     Ahora el jubilarse empieza a estar mal visto, y los parados son una carga social para los que trabajan, porque consideran que solo ellos sufren la penitencia del pecado. Y tienen razón; La culpa no la tuvo Zapatero, ni ahora el PP; ni la manzana ni el demonio (que en otras cosas si), la tuvieron nuestros primeros padres, Adán y Eva. Que Dios me perdone por pecar contra el cuarto mandamiento, pero nuestros primeros padres no deberían entrar en el Cielo jamás, que se pudran, por lo menos, en el Purgatorio.
     O que Dios nos quite ya la penitencia, puesto que es omnipotente y todo lo puede; ya hemos purgado bastante.

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