lunes, 6 de junio de 2022

Artículo. La revolución silenciosa de los de abajo. No se encuentran trabajadores en España que quieran trabajar ¡Manda güevos!

 Se cantaba por el Bajo Aragón una jota que decía:

Ya viene el tiempo los “piones”
y de las “arrincaderas”,
solo se quedan en casa
las malas” trebajaderas”

Los españoles hemos atravesado, después de unos buenos años (60, 70, 80 y 90, del siglo pasado que fueron los mejores de toda la historia de España), extremadamente duras en el terreno laboral. Tener un trabajo fijo y bueno para un importante número de jóvenes vuelve a ser casi como un milagro, un regalo del que hay que estar agradecido porque el amigo, la prima o el vecino no lo tienen y lo están pasando francamente mal.

Las vacas flacas instalaron en la mente de algunos la idea de que darte un empleo era salvarte la vida, sin importar que las condiciones fuesen malas. “Por lo menos tienes trabajo”, se ha escuchado en este país durante mucho tiempo.

Después de las décadas prodigiosa (60-90), en los años posteriores, sobre todo a partir de 2008, han aumentado de nuevo las diferencias económicas, salariales y las condiciones laborales entre los diferentes sectores. Mientras en algunos sectores y profesiones han mantenido o aumentado los salarios y han cambiado a mejor, en otras se han ido deteriorado y precarizado. Estas han sido sobre todo en la hostelería, la construcción, el transporte y en alguna parte de los servicios, del comercio y de la industria. No cumplen con los convenios colectivos, tienen dados de alta a los empleados menos horas de las que en realidad trabajan, no pagan horas extra o retribuyen parte del sueldo en negro.

Las pequeñas crisis de los años 80 y 90 del siglo pasado hizo que muchos trabajadores fueran a la calle sin haber agotado el paro y cobrándolo para insertarse en una nueva ocupación y con una buena indemnización por despido; también, accedieron a trabajos autónomos de la hostelería, de la construcción, del comercio, del transporte y en menor medida de la industria, y ganaron mucho dinero en unos años de expansión de la industria, la construcción, el turismo, el comercio y el consumo en general, aunque, los autónomos, no supieron hacer una labor de previsión para su jubilación. La mayoría de estos se han encontrado, al contrario que los asalariados, con una mala jubilación.

Tradicionalmente, estos sectores, ya eran profesiones poco prestigiadas, de clase baja, pero en las últimas décadas habían conseguido mejorar mucho las condiciones de trabajo y los salarios hasta el punto de que muchos jóvenes preferían un trabajo en la construcción que uno de carrera universitaria, un sector, este de las carreras universitarias, que se ha ido proletarizado, cuando antes era garantía de trabajo estable, prestigio social y bien remunerado. Pero a pesar de todo siguen estando de nuevo por encima de las oficialías y del trabajo no especializado. Un amigo profesor de instituto me decía que a la juventud de ahora le da vergüenza decir que viven en un barrio obrero. Todo el mundo quiere ser clase media, tirando a alta, por supuesto. Es más vergonzoso ser de barrio trabajador que ser “de pueblo”, aunque es en estos barrios obreros metropolitanos donde vive la inmensa mayoría de la población española.

La situación cambió a peor por culpa de la crisis económica, de las preferentes y el estallido de la “burbuja inmobiliaria”, y cuando parecía que se remontaba la crisis apareció el COVID., y para rematar estalla la guerra en suelo europeo. La reforma laboral eliminó la negociación colectiva y el poder de los sindicatos salvo en la empresa pública o en las grandes empresas, pero en estas últimas la estrategia ha sido la de fragmentar progresivamente la compañía en varias dentro de una misma o externalizando diferentes áreas, de forma que en una misma factoría y empresa hay, por trabajos similares, varias tablas salariales y condiciones cada vez peores con contratos transitorios y condiciones laborales más malas para los nuevos que entran. La división de los trabajadores y trabajadoras con diferentes salarios por los mismos trabajos es cada vez mayor y el prestigio de los sindicatos de clase cada vez menor. Tambien van apareciendo cada vez más los sindicatos corporativos que se dedican solamente a un área pequeña de asalariados enfrentando a unos trabajadores con otros. Eso donde hay negociación colectiva, pues en las pequeñas empresas no la hay porque han desaparecido los sindicatos y los reglamentos laborales y los convenios de sector no se respetan ni actúa la inspección laboral.

Se da una situación que parece surrealista; la patronal de determinados sectores dicen que no pueden pagar salarios más altos, ni siquiera el Salario Mínimo Interprofesional, y ya dicen sin complejos, que deben pagar media jornada, aunque se haga una entera o que las horas extras se deben pagar como ordinarias o, incluso, no pagarlas. Tambien creen que no se debe cotizar por casi nada, es decir; apuestan por el fraude a Hacienda como medida de presión para que, en realidad, se supriman las cotizaciones por contratar trabajadores y los impuestos por beneficios. Si les preguntas por las condiciones que el Estado les obliga en cuestiones de medio ambiente, salud laboral o garantía de calidad sobre lo que venden, naturalmente se revuelven contra estas exigencias, aunque luego, ellos, como consumidores que son, lo exigen donde van a comprar o en los servicios de la Salud y de las Administraciones Públicas donde son clientes o usuarios. Una esquizofrenia vamos.

La verdad es que la situación del pequeño y mediano empresario es muy mala además de caótica; la mayoría no operan en un mercado libre como les han hecho creer; cada vez más son autónomos o empresarios de falsas empresas que llamamos “franquicias” o auxiliares, subsidiarias que dependen de las grandes corporaciones económicas, incluido el sector agrario, o sea, los agricultores y ganaderos. Más que empresarios, sus jefes, son encargados y capataces; son micro o pequeños empresarios que no tienen las ventajas de los asalariados y en cambio no tienen las de un empresario. Están sometidos a las fluctuaciones de un mercado de ventas que no controlan ni tienen arte ni parte. Si van bien la cosa ganan a veces bastante durante un tiempo y si no, a la ruina cuando menos se lo esperan.

El tejido empresarial español está muy atomizado, es muy débil, dependiente, nada autónomo. Cada vez más empresarios de las llamadas micro o pequeña empresa operan en un mercado laboral tan precario como la mayoría de los asalariados. Si hay mucho autónomo o pequeño empresario no es por vocación si no porque tiene que trabajar en algo y se le invita a que sea emprendedor. No es extraño que todo el mundo quiera ser funcionario del Estado (que incluye a las comunidades Autónomas y municipios metropolitanos). Poco antes de la pandemia, para unas pocas plazas en el Ayuntamiento de Zaragoza tuvieron que habilitar el Pabellón Príncipe Felipe para hacer las pruebas de selección. Lo mismo pasa en otras que se convocan en los organismos oficiales. Acude gente a las pruebas en masa, como si fueran a una manifestación; esto contrasta con la queja de la patronal de sectores precarizados que insisten continuamente que no encuentran trabajadores para llevar un camión, camareros o encontrar albañiles.

Nadie parece entender que es lo que pasa, pero no se trata sólo de una cuestión salarial, como dice el presidente de EE. UU. o el Papa, nada sospechosos de izquierdistas, que dicen que lo que tienen que hacer los empresarios es subir el jornal, sino de condiciones generales de trabajo, aunque no cabe duda de que el sueldo es uno de los aspectos más importantes del problema. Y aquí la brecha es similar a la de las mejoras laborales: desde hace varios años, y sobre todo a raíz de la pandemia, hay sectores que han visto crecer sus salarios cada vez más, como el tecnológico, mientras que otros han soportado una continua reducción del sueldo y de las condiciones laborales en general.

Un informe de la Comisión Europea con datos de 2019 señalaba que la desigualdad salarial, social y laboral no ha parado de crecer en España desde principios de siglo, e información similar arrojan las publicaciones del Instituto Nacional de Estadística (INE) al respecto hasta 2019, último año del que se tienen datos.

Según esta información del INE, los sueldos en la hostelería, el transporte o la construcción estuvieron estancados desde 2017, mientras que los de las actividades inmobiliarias, sanitarias o de la Administración pública crecieron a razón de unos 500 euros anuales más en ese periodo, aproximadamente. Y todo esto sin contar con datos posteriores a la pandemia, a raíz de la cual esas desigualdades se han acentuado según diversos expertos.

Así las cosas, y contrariamente al determinismo que predica el dogma de la economía liberal, muchos de estos profesionales han decidido plantarse y esperar algo mejor. Lo llamativo es que lo han hecho en masa, pero sin organizarse, sin manifestaciones ni protestas, en completo silencio, y, aun así, están golpeando con fuerza la línea de flotación de muchas empresas, porque sin trabajadores no hay negocio.

A lo mejor es que ha disminuido el paro laboral, y aquella frase de muchos patronos de que “si no lo quieres tu tengo cien esperando en la calle” ya no funciona; el atractivo laboral para que los extranjeros vengan a trabajar a España también se ha acabado; los buenos profesionales del país se van al extranjero ¿Hasta cuándo? Ya veremos; ahora está así

La falta de camareros, de albañiles, de jornaleros o de camioneros, entre otros oficios, demuestra que el mercado laboral en su conjunto, y no sólo en unos pocos sectores, se encuentra descontrolado; el futuro del trabajo, incierto y nadie sabe predecir sobre su evolución. Autoridades y patronos están asombrados, desorientados y no saben reaccionar.

No entienden que den trabajo y la gente joven y menos joven no quiera trabajar (piensan con perjuicios clasistas no disimulados, que el personal es subdesarrollado y se conforma con una "paguilla" de subsidio por que son unos gandules), o no cobrando nada en el "paro". Tambien se anima desde las instituciones y los medios de comunicación a que sean emprendedores y empresarios "hechos a si mismos", como en las películas americanas, pero pocos se animan también; ven que esto tampoco casi nunca funciona en España. 

LAS PRINCIPALES EMPRESAS EN ESPAÑA SON DE AUTÓNOMOS, MICROEMPRESA, LA PEQUEÑA Y LA MEDIANA EMPRESA.

Autónomo: Profesional que trabaja por cuenta propia y para diferentes clientes a los que selecciona. Si no lo puede hacer sería “un falso autónomo”, aunque también existe la figura del “autónomo dependiente” figura minoritaria y sometida a determinadas condiciones que está regulada por ley.

Microempresas: son empresas con 10 o menos trabajadores.

Pequeña empresa: entre 11 y 50 trabajadores.

Medianas empresas: tienen entre 51 y 250 trabajadores.

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