martes, 22 de agosto de 2023

ArtiCulo. Las fuertes calores que tenemos

Me gusta el verano, me encanta este tiempo tórrido. Cuando iba a trabajar, en turno de tarde en este mes de julio, en las cadenas de horno de la empresa donde trabajaba, después de comer y mientras esperaba el coche de empresa, me tomaba un carajillo en el bar de debajo de mi casa para ir bien armado. Sudaba pero hasta disfrutaba trabajando y cantando jotas que nadie sufría porque con el ruido de las cadenas y las prensas de al lado nadie oía (así estoy de sordo), ahora no creo que disfrutara del calor; me deshidrato y desfallezco si estoy en una situación parecida, pero siendo pensionista y no trabajando no sé dónde está el agobio con el calor que me dicen algunos y algunas jubiladas.
He mirado muchas estadísticas sobre cual ha sido el berano más caluroso en España y no se ponen de acuerdo, unas dicen que 2020, otras que 2013, otras dan otra fecha; teniendo en cuenta que datos fiables los hay desde hace pocas décadas. La que más coinciden (aunque a nivel global) es la del año 2003. todavía no ha llegado la "catatumbe" del cambio climático, que vendrá, porque lo peor está siempre por venir.
 
Será, este amor mío por el verano y el calor, el que nací en un horno (de pan cocer). En invierno no pasaba frio en mi casa pues había calefacción central todo el año. Aunque no teníamos agua corriente, en pleno estación fría me bañaba en la habitación de encima de la olla del horno, con un balde y con una galleta (cubo) de agua previamente calentada y un vaso de aquellos de cinc o aluminio me remojaba todo el cuerpo y me enjabonaba. Los sábados; porque tampoco se estilaba el bañarse todos los días. La cara y el pelo sí, y curiosamente no sé porque el cuello siempre bien lavado y no otras partes del cuerpo. Las manos las veces que hicieran falta. Los que éramos limpios. El pelo me lo lavaba con un huevo y no recuerdo si con bicarbonato, luego con algún jabón no muy recomendable hasta que salieron los champuses aquellos primerizos que iba a comprar con pudor no me fueran a confundir con uno de la “cera de enfrente”.

El cambio climático es cierto, pero todavía no ha modificado tanto las temperaturas como para decir que ahora no llueve, que hace más calor, más frío o el tiempo es más inestable. En esta tierra nuestra de Aragón igual que en toda la zona continental de la Península, las sequias han sido históricas y han traído hambrunas en otros tiempos y su derivación de epidemias y enfermedades. Cuando trabajaba en la fábrica y comenzaban a contratar (ya no contratos fijos) a jóvenes de nueva generación me sorprendió la poca tolerancia que tenían al calor. Yo no la tengo al frio, que soy muy friolero, y me imagino que será que nunca he pasado frío, siempre con calefacción en casa que cuando iba a dormir a la de un familiar, en invierno, era terrible el levantarse por las mañanas. 

Pero también la gente mayor, ahora, observo que no se sube a un coche si no tiene refrigeración. Todavía no lo tengo en el mío. Si cuando éramos jóvenes hubiéramos esperado a tener refrigeración en los coches no habríamos salido ningún verano ¿A quién le molestaba el calor entonces? Ahora, sin embargo, nos asfixiamos.

Sin embargo, la gente se va a torrarse y achicharrarse al sol, que se ponen como las gambas al ajillo. Es una paradoja. Yo, a la montaña en verano, y a la playa con fresquito. Lo otro no lo veo natural, no entiendo cómo van a miles a hacer lo contrario de lo que dicta el sentido común. El mío, porque cada cual tiene el suyo.

Recuerdo como días cercanos ya a las fiestas de Santo Domingo, acudían al horno muchas mujeres a hacer repostería y cocerlas en el horno. Entonces hacía tanta calor como ahora, más o menos y según la añada. A las cuatro o las cinco de la tarde del mes de julio, el sol pegaba fortísimo en la fachada de mi casa, lo que unido al calor del horno la temperatura era elevadísima. Las parroquianas le decían a mi padre como hacíamos para aguantar eso. Solo disponíamos de un botijo con un paño húmedo al “sereno” (la evaporación produce frio), pues entonces no disponíamos de nevera, pero eso solo servía para la noche. Mi padre sin embargo tenía el remedio:

El calor y el frío son conceptos relativos, dialécticos. Pertenece a la ley del péndulo o de la contradicción de los iguales (que son diferentes aunque estén unidos, pero iguales aunque estén separados, como los matrimonios o las parejas o como los polos del imán que se repelen o se atraen según como los pongas), no existen por sí mismo, como no existe lo alto y lo bajo, sino en relación a otro. Yo soy gordo si me comparo con un flaco, pero si me comparo con uno más gordo que yo, soy delgado. Eso lo explico yo de manera docta que como toda pedantería se entiende mal. Mi padre no lo explicaba así porque no había estudiado a Hegel, ni a Marx, ni idealismo ni materialismo dialéctico como su hijo, pero lo expresaba mejor con ejemplos:

Cuando echaba la "calienta" (quemar leña en la hornilla del horno) para aumentar la temperatura de la bóveda y cocer adecuadamente las torticas, habría la hornilla y les decía: -poneros aquí bien cerca, dejaros calentar hasta que no podéis aguantar y luego salir rápidamente a la puerta del establecimiento y veréis que “fresco”-.

Y era cierto; a pesar de la calima, del sol y de la altísima temperatura, el frescor que se experimentaba era delicioso.

No sé si logró convencer a alguna parroquiana. Pero es científico.

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