Catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona. Director del grupo de investigación Genómica Evolutiva & Bioinformática. Ha participado en la secuenciación y análisis de varios proyectos genómicos en animales y plantas, y ha desarrollado herramientas bioinformáticas para el análisis de la variabilidad del ADN.
Fuente: www.sinpermiso.info, 27-7-2025
Temática: Ciencia Medicina selección natural
Sobre el ejemplo concreto de las vacunas
Es legítimo exigir
transparencia en la financiación de estudios clínicos, y es imprescindible
mantener una actitud crítica frente a posibles conflictos de interés. Sin
embargo afirmar que la mayoría de los estudios sobre vacunas carecen de rigor
por estar financiados por la industria farmacéutica es una simplificación
sesgada y carente de fundamento. La investigación independiente existe, las
fases clínicas son públicas y están reguladas por organismos nacionales e
internacionales, y los datos de seguridad y eficacia son públicos, accesibles y
revisados por pares.
Las vacunas actuales,
incluidas las de ARN mensajero, han pasado ensayos clínicos rigurosos, con
controles de doble ciego y seguimiento a largo plazo, como puede comprobarse en
las múltiples publicaciones científicas. Además, la crítica sobre la supuesta
falta de rigurosidad en las fases clínicas es engañosa. Se realizaron todas las
fases del ensayo clínico, pero de forma solapada (en paralelo), gracias a una
movilización sin precedentes de recursos públicos y privados, y a la
agilización de los trámites administrativos, sin que ello supusiera la omisión
de los controles esenciales de seguridad o eficacia.
Este enfoque permitió
acortar los tiempos de desarrollo sin comprometer los estándares científicos ni
los requisitos regulatorios establecidos. Que ello puede ser, y acostumbra a
serlo, un gran negocio para las grandes farmacéuticas está fuera de toda duda.
Que los beneficios sean escandalosamente grandes, tampoco ofrece duda. Pero no
debe confundirse la utilización social de la ciencia con la ciencia
propiamente. La ciencia dice lo que es o no posible, lo que es verdad
fundamentada; otra cosa distinta es cómo se aplican estos conocimientos en el
mundo real. En el modelo actual de propiedad y mercado, es cierto que las
grandes compañías farmacéuticas, en muchos casos, condicionan las prioridades
de la investigación según sus intereses comerciales. No siempre tratan tanto de
mejorar la salud global, como de maximizar los beneficios. Pero esto pertenece
al ámbito de la política, no a la epistemología científica, que debe definir
las prioridades, de cómo deben llegar los avances al conjunto de la población y
a qué precio.
Sobre los
efectos adversos.
Claramente existen efectos
adversos poco frecuentes, como ocurre en cualquier intervención médica, pero
estos están documentados, monitorizados y no alteran la evidencia sólida sobre
la seguridad y eficacia de las vacunas. En cuanto al supuesto vínculo con el
autismo, idea originada en una estudio fraudulento y ya retractado, ha sido
refutado de forma concluyente por numerosos estudios científicos. Por otro lado,
argumentar que “cada organismo es diferente” o recurrir a la epigenética
para cuestionar la vacunación constituye una apelación poco fundamentada. Si
bien existe variabilidad individual en la respuesta inmunológica, algo que la
medicina reconoce y estudia, esa variabilidad no invalida la eficacia
poblacional de las vacunas, demostrada en decenas de millones de personas. En
cuanto a la epigenética, una rama de la genética que estudia cambios
hereditarios en la actividad o expresión de los genes sin alterar la secuencia
del ADN, sin embargo, no existe evidencia robusta ni concluyente que relacione
sus mecanismos con efectos adversos generalizados atribuibles a las vacunas, ni
que contradiga los principios fundamentales de la inmunología.
Por otro lado, recurrir a
casos como el de la talidomida o el uso excesivo de antibióticos para
argumentar que “la ciencia puede equivocarse” es un ejemplo de
mala analogía. La clave no está en que la ciencia no falle, sino en que dispone
de mecanismos para detectar errores, corregirlos y mejorar. La ciencia avanza
precisamente porque es autocorrectiva, no porque sea infalible. Por último, no
es cierto que exista un desinterés sistemático por las terapias naturales. La
investigación médica estudia miles de compuestos de origen natural, desde
plantas medicinales hasta principios activos extraídos de hongos o
microorganismos. La diferencia no está en su origen, sino en su validación:
cualquier terapia, sea natural o sintética, debe demostrar su eficacia y
seguridad a través de ensayos clínicos rigurosos. No se trata de fe, se trata
de evidencia.
Se agradece el rigor. Además no niega ni las limitaciones ni los condicionantes económicos de la ciencia
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