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viernes, 15 de agosto de 2025

Enlaces amigos. Sospechas infundadas sobre las vacunas

 

Julio Rozas 

 

Catedrático de Genética de la Universidad de Barcelona. Director del grupo de investigación Genómica Evolutiva & Bioinformática. Ha participado en la secuenciación y análisis de varios proyectos genómicos en animales y plantas, y ha desarrollado herramientas bioinformáticas para el análisis de la variabilidad del ADN.

Fuente: www.sinpermiso.info, 27-7-2025

Temática: Ciencia Medicina selección natural

Sobre el ejemplo concreto de las vacunas

Es legítimo exigir transparencia en la financiación de estudios clínicos, y es imprescindible mantener una actitud crítica frente a posibles conflictos de interés. Sin embargo afirmar que la mayoría de los estudios sobre vacunas carecen de rigor por estar financiados por la industria farmacéutica es una simplificación sesgada y carente de fundamento. La investigación independiente existe, las fases clínicas son públicas y están reguladas por organismos nacionales e internacionales, y los datos de seguridad y eficacia son públicos, accesibles y revisados por pares.

Las vacunas actuales, incluidas las de ARN mensajero, han pasado ensayos clínicos rigurosos, con controles de doble ciego y seguimiento a largo plazo, como puede comprobarse en las múltiples publicaciones científicas. Además, la crítica sobre la supuesta falta de rigurosidad en las fases clínicas es engañosa. Se realizaron todas las fases del ensayo clínico, pero de forma solapada (en paralelo), gracias a una movilización sin precedentes de recursos públicos y privados, y a la agilización de los trámites administrativos, sin que ello supusiera la omisión de los controles esenciales de seguridad o eficacia.

Este enfoque permitió acortar los tiempos de desarrollo sin comprometer los estándares científicos ni los requisitos regulatorios establecidos. Que ello puede ser, y acostumbra a serlo, un gran negocio para las grandes farmacéuticas está fuera de toda duda. Que los beneficios sean escandalosamente grandes, tampoco ofrece duda. Pero no debe confundirse la utilización social de la ciencia con la ciencia propiamente. La ciencia dice lo que es o no posible, lo que es verdad fundamentada; otra cosa distinta es cómo se aplican estos conocimientos en el mundo real. En el modelo actual de propiedad y mercado, es cierto que las grandes compañías farmacéuticas, en muchos casos, condicionan las prioridades de la investigación según sus intereses comerciales. No siempre tratan tanto de mejorar la salud global, como de maximizar los beneficios. Pero esto pertenece al ámbito de la política, no a la epistemología científica, que debe definir las prioridades, de cómo deben llegar los avances al conjunto de la población y a qué precio.

Sobre los efectos adversos.

Claramente existen efectos adversos poco frecuentes, como ocurre en cualquier intervención médica, pero estos están documentados, monitorizados y no alteran la evidencia sólida sobre la seguridad y eficacia de las vacunas. En cuanto al supuesto vínculo con el autismo, idea originada en una estudio fraudulento y ya retractado, ha sido refutado de forma concluyente por numerosos estudios científicos. Por otro lado, argumentar que “cada organismo es diferente” o recurrir a la epigenética para cuestionar la vacunación constituye una apelación poco fundamentada. Si bien existe variabilidad individual en la respuesta inmunológica, algo que la medicina reconoce y estudia, esa variabilidad no invalida la eficacia poblacional de las vacunas, demostrada en decenas de millones de personas. En cuanto a la epigenética, una rama de la genética que estudia cambios hereditarios en la actividad o expresión de los genes sin alterar la secuencia del ADN, sin embargo, no existe evidencia robusta ni concluyente que relacione sus mecanismos con efectos adversos generalizados atribuibles a las vacunas, ni que contradiga los principios fundamentales de la inmunología.

Por otro lado, recurrir a casos como el de la talidomida o el uso excesivo de antibióticos para argumentar que “la ciencia puede equivocarse” es un ejemplo de mala analogía. La clave no está en que la ciencia no falle, sino en que dispone de mecanismos para detectar errores, corregirlos y mejorar. La ciencia avanza precisamente porque es autocorrectiva, no porque sea infalible. Por último, no es cierto que exista un desinterés sistemático por las terapias naturales. La investigación médica estudia miles de compuestos de origen natural, desde plantas medicinales hasta principios activos extraídos de hongos o microorganismos. La diferencia no está en su origen, sino en su validación: cualquier terapia, sea natural o sintética, debe demostrar su eficacia y seguridad a través de ensayos clínicos rigurosos. No se trata de fe, se trata de evidencia.


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